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HISTORIAS DEL CALCIO | FÚTBOL | Internacional
Columna
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Dos finales felices

Enric González

Andrea Galliani debe de añorar muy poco su antiguo oficio de antenista. Ha pasado mucho tiempo desde que Silvio Berlusconi le contrató para que instalara los repetidores de sus primeras televisiones locales; Galliani es hoy millonario, hombre de confianza del Cavaliere y vicepresidente ejecutivo del Milan. También es presidente de la Liga Profesional y, como tal, se vio ayer obligado a acudir al estadio de los Alpes para entregar al Juventus la copa de campeón 2004-2005. En ese momento sí habría preferido seguramente seguir siendo un anónimo antenista. La grada le gritó de todo y más. Los insultos rebotan sobre el pellejo de los paquidermos del fútbol, pero la burla duele, y en ese terreno la afición juventina se empleó a fondo.

Miles de banderas del Liverpool flameaban entre el público, que coreaba hasta la afonía "forza Liverpool" y, evocando el clamor del funeral de Juan Pablo II, exigía la canonización inmediata del portero del equipo británico con el grito "Dudek, santo subito". Una pancarta en la Curva Scirea sacaba jugo de aquellos tres goles consecutivos que hundieron al Milan en Estambul y reducía a los de Berlusconi a la humilde condición de macarrones: "Milan, tiempo de cocción, seis minutos". Y el pobre Galliani allí abajo, sombrío, más Nosferatu que nunca, dando al Juventus la copa por el triunfo liguero y tragando sapos.

Toda esa alegría por el éxito propio y la desgracia ajena sirvió para un buen fin. Ayer, justamente ayer, se cumplieron 20 años de la tragedia de Heysel, aquella final europea en la que 39 tifosi juventinos perdieron la vida a raíz de una carga de hooligans británicos. ¿Quién podía haber previsto una conmemoración turinesa con vítores al Liverpool? El buen comportamiento de las dos aficiones en los cuartos de final ya había sellado la paz. Y la humillación infligida por la gente del Mersey al Milan fue interpretada por los juventinos como un signo de fraternidad eterna. Los Diablos rojos y la Vieja Señora caminan hacia el futuro cogiditos de la mano y riéndose de Galliani.

Otras explosiones de jolgorio fueron menos sarcásticas que la de Turín. El grito de Florencia no salió de la garganta, sino de las vísceras. El Fiorentina llegó antepenúltimo a la jornada final, castigado por su propia incompetencia y por un tremendo error arbitral que el domingo anterior le privó de la victoria. Enfrente tenía al Brescia, penúltimo. Era un partido a vida o muerte, del que el Brescia salió con los pies por delante para acompañar a Segunda al Atalanta y al futuro vencedor del desempate entre Bolonia y Parma.

La afición florentina, descontenta con el equipo, optó por dedicar una pancarta gigantesca a Angelo di Livio, el fiel Soldadito, que, a sus 39 años, después de haber vestido el color violeta durante todo el ascenso desde los abismos de la Regional y de haber luchado más que nadie por no recaer en Segunda, meditaba la posibilidad de jubilarse de una vez. "Gracias, capitán; serás siempre uno de nosotros", decía la pancarta.

Cuando el Fiorentina marcó su tercer gol y la permanencia quedó asegurada, Di Livio fue sustituido y sacado a hombros del terreno de juego por sus compañeros mientras 45.000 personas puestas en pie le aclamaban. La mayoría de los finales son menos hermosos.

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