Un Don Juan drogadicto
No sé si por ir preparando el 250º aniversario del nacimiento de Mozart para el año próximo, o por pura casualidad, lo cierto es que se acumulan las representaciones de Don Giovanni en nuestro país y todas ellas distintas. La semana pasada fue en A Coruña; ésta, en Jerez, y para después del verano toman el relevo Madrid, abriendo la temporada del Teatro Real, y Bilbao. Y no está tan lejana la última versión del Liceo de Barcelona, con el controvertido montaje de Bieito. Don Giovanni tiene ganados a pulso dos calificativos, el de "ópera de las óperas" y el de "ópera imposible". Tal vez por ello se crea siempre una tensión alrededor de esta ópera, tanto a nivel musical como, sobre todo, escénico. La sombra de los Strehler, Chereau, Brook, Grüber, Sellars o Ronconi es alargada. En el Villamarta de Jerez, la presión no ha sido una excepción.
'Don Giovanni'
De Mozart. Con Carlos Álvarez, Yolanda Auyanet, Ana Ibarra, Ruth Rosique, Maurizio Muraro, Luis Dámaso, David Rubiera y Miguel Ángel Zapater. Orquesta Manuel de Falla. Director musical: Miquel Ortega. Nueva producción. Director de escena: Francisco López. Escenografía y figurines: Jesús Ruiz. Teatro Villamarta, Jerez, 27 de mayo.
La maldición hizo su aparición unos días antes, con la enfermedad de Carlos Chausson y su sustitución por Mauricio Muraro, rompiéndose así el atractivo de un reparto vocal totalmente español, al que había que añadir también las direcciones musical y escénica con protagonistas de nuestro país. Era un mal augurio, pero son cosas que pasan, y al final el bajo italiano suplió con eficiencia al cantante aragonés.
La primera imagen que del espectáculo ve el espectador es algo así como una iglesia, o lo que queda de ella, de atractivo fondo escenográfico en ladrillo y piedra descubiertos, con cuadro pictórico religioso de fondo y una mesa de celebraciones con su correspondiente atril para los libros sagrados. La potente escenografía se utilizará después de forma polivalente, con pequeñas variaciones, como salón, cementerio o lo que haga falta. Pero en los compases iniciales por allí deambula don Juan, que se mete en el cuerpo con una jeringuilla una buena dosis de heroína. ¿Plantearía el director de escena la ópera mozartiana como un estado de alucinación del protagonista? No es la única vez que se recurre a las drogas a lo largo de la representación, tanto por parte de don Juan como por su criado Leporello, a veces inhalando cocaína por la nariz y otras repitiendo lo de la jeringuilla. ¿Una evocación o un desarrollo del efecto Sellars, en su ya mítico montaje de esta obra para campus universitarios estadounidenses que luego recaló en espacios alternativos como Bobigny en las afueras de París? ¿O simplemente es un recurso para resaltar la locura desmedida de don Juan?
El directo teatral Francisco López plantea los temas pero no los remata. Su dirección es confusa como lectura global y, sin embargo, didáctica en sus aspectos narrativos. No acaba de cuajar a pesar de momentos brillantes como el de la cena de toque buñuelesco. Quedan, en cualquier caso, mejor definidas las mujeres, tal vez porque sus perfiles son menos ambiguos. La atmósfera es generalmente en penumbra. La evocación viene a veces de la luminotecnia e incluso de la utilización del espacio. Hay que valorar el esfuerzo escénico, aunque se quede a medio camino.
Dominio de la escena
El barítono Carlos Álvarez tiene presencia, dominio de la escena y un magnetismo fuera de dudas, pero tengo la impresión de que el mundo mozartiano le queda cada vez más distante a beneficio (impagable) del verdiano. Se evidencia en la forma de proyectar las frases, incluso en el estilo. Brillaron con luz propia las tres mujeres, desde la solidez y melodismo emotivo de la canaria Yolanda Auyanet como doña Ana a la gracia y ligereza coqueta de la gaditana Ruth Rosique como Zerlina, desenvolviéndose con inteligencia la valenciana Ana Ibarra en el complejo personaje de doña Elvira. El resto cumplió a un nivel más que suficiente para seguir con interés la obra, concertada con esmero y buen oficio por Miquel Ortega al frente de una orquesta de trazo más lírico que dramático.
El público aplaudió a rabiar a los cantantes, sin decaer las armoniosas y unitarias palmas por bulerías para los saludos finales del equipo escénico. Admirable público, que demuestra que no es únicamente la excelencia el camino para la valoración y el disfrute de una obra lírica. Basta con que las cosas se hagan con profesionalidad, entrega y capacidad de convicción.
Babelia
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