Dos genios ejemplares
Hay unos pocos jugadores que generan una inmediata sensación de nostalgia cuando abandonan el fútbol. Nostalgia y certeza del vacío que producen con su retirada. En pocos casos es más evidente que en la despedida de Mauro Silva y Fran, los dos futbolistas que han abanderado la edad de oro del Deportivo. Ha habido otros importantes, desde Bebeto hasta Valerón, pero ninguno de ellos ha alcanzado la magnitud de Mauro y Fran, cuyo legado es impresionante por su categoría como jugadores, por su compromiso con un club al que han servido sin desmayo, por su ejemplar conducta en el campo y por el talante discreto que les ha caracterizado, tan extraño en los tiempos actuales. Se van casi en silencio, espontáneamente admirados no solo por los hinchas del Depor, sino por todos los aficionados españoles. No es fácil ese reconocimiento universal en el fútbol, pero Mauro y Fran se lo han ganado durante sus largos años en un equipo que pasó de la nada a la gloria en un instante. A ellos les correspondió el mérito de conseguirlo. Más aún, a ellos se debe que el éxito no fuera algo efímero. Elevaron al Deportivo a la categoría de fenómeno social en su imprevisto salto de los sótanos de la Primera División a la cima del fútbol español; conquistaron la Liga y la Copa; protagonizaron momentos memorables en la Copa de Europa; convirtieron al Deportivo en una referencia internacional; mantuvieron su vigencia hasta una edad prohibitiva en el fútbol actual. Ahora se van y el Depor parece un equipo huérfano, desarmado, sin perfiles que lo definan. Lo definían ellos, Mauro Silva y Fran, dos futbolistas a la vez iguales y distintos.
Han sido iguales en lo esencial: el profundo conocimiento del juego, la pasión por el fútbol y el compromiso inquebrantable con su club. Y, sin embargo, pocas veces se habrá visto en un equipo dos jugadores más distintos. Mauro ha sido el genio defensivo, uno de los más grandes que ha dado el fútbol en cualquier época. Rocoso, compacto, no especialmente rápido, pero eléctrico para descifrar los problemas que se avecinaban en los partidos, convirtió la parte casi invisible del juego en un arte, en algo tan evidente que su magisterio defensivo producía asombro. Era un manual por su inteligencia para leer el juego de sus rivales, por la perfecta utilización del cuerpo para quitar la pelota, por su felina capacidad para arrebatarla de los pies rivales, por el formidable despliegue físico que tantas veces le permitía sostener en solitario al Depor en el medio campo y liberar de rigores defensivos a los artistas del equipo, por la calidad de sus intercepciones, donde el vigor jamás estuvo contaminado por la violencia, por su inteligencia para comprender sus limitaciones y entregar la pelota cortita y al pie. Detrás quedan partidos memorables: la final del centenariazo en el Bernabéu, donde Mauro fue un gigante, o una noche particularmente inolvidable en Highbury frente al Arsenal que acaudillaba Vieira, reducido a la nada por el maestro brasileño. Se va también un futbolista ejemplar por su conducta, la perfecta representación del profesional, competitivo hasta el extremo, irreprochable en la victoria y en la derrota, admirado por compañeros y rivales, el jugador que nos ha recordado en cada partido los valores éticos del fútbol.
Al lado de esa columna que ha sido Mauro, Fran era el jugador poético que invitaba a la fascinación. Sin embargo, jamás fue un futbolista superficial. Todo lo contrario. Pocos centrocampistas españoles han sido más concretos en su juego. Siempre hizo lo correcto en el momento adecuado: regatear, cruzar la pelota, filtrar un pase, asociarse en corto o rematar. Era intuitivo y engañador, mediocampista de gran vuelo, sometido como casi todos los mejores jugadores españoles a prejuicios injustos. Su corta carrera internacional se antoja como el producto de dos dificultades: la desconfianza que le mostró Clemente y la sensación de sentirse más feliz en su pequeño entorno atlántico. En el Depor se sentía querido, valorado y ajeno al ruido mediático que siempre pareció molestarle. Allí encontró la posibilidad de expresarse como futbolista desde niño, con un compromiso admirable por su club, al que elevó desde la nada hasta la cima con su exquisito juego. Ahora se va Fran y también Mauro. Se van dos de los más grandes jugadores que ha dado la Liga. Se retiran discretamente, como corresponde a su carácter, sin el reconocimiento que merecen por parte del presidente del Deportivo, como suele suceder en el fútbol español, tan mezquino con los mejores. Quienes no tienen dudas son los aficionados, los del Deportivo y todos los demás: saben que Mauro Silva y Fran son irrepetibles.
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