Destitución o dimisión
A la vista de cómo se han puesto las cosas en el Camp Nou sólo hay una duda alrededor del futuro inmediato que le aguarda a Rosell en el Barça: o dimite o será destituido. La sonora intervención que ayer protagonizó Rijkaard, sorprendente si se atiende a su proceder habitualmente silencioso, aunque consecuente con el "¡Visca el president!" que proclamó durante la celebración del título de Liga, es el argumento que necesitaba Laporta para decapitar a su compañero de junta y, sin embargo, también rival. No hay que darle más vueltas: si el cargo de vicepresidente deportivo no requiere oficio ni tiene beneficio cuando mandan el director deportivo y el entrenador, menos sentido tiene ocuparlo y defenderlo cuando el directivo designado está en claro desacuerdo con los distintos responsables técnicos.
Al igual que ya sucedió con Bartomeu en el baloncesto, Laporta se siente facultado para proceder ahora de la misma manera con Rosell en el fútbol. La declaración de Rijkaard, sin embargo, no le ha hecho ningún favor a Laporta porque la resolución de la crisis es competencia del presidente y no del entrenador o de cualquier otro empleado cualificado. Laporta no tenía ninguna necesidad de cargarse de razones para tomar una decisión difícil.
El proceder del presidente ha habilitado el comportamiento del vicepresidente. Ambos coinciden en resolver sus cuitas en los medios de comunicación y no en la junta, circunstancia que ha agrandado el papel de Rosell, enemigo de la mayoría de directivos y, en cambio, muy popular entre un sector del barcelonismo, al punto que se siente el portavoz de cuantos quisieran cantarle la caña al presidente y no pueden, no se atreven o se han mordido la lengua porque entendían que el equipo aguantaba al club y se imponía callar.
Uno ha sembrado cizaña del otro y a día de hoy se sabe públicamente que no sólo se miran el fútbol de distinta manera, como ya es costumbre en el Barça -Suárez contra Kubala, Núñez frente a Cruyff, Rivaldo ante Van Gaal- sino que les aninan formas opuestas de llevar el club. Ya no se trata sólo de prescindir del vicepresidente deportivo, una vez que ya ha capitalizado al equipo con futbolistas que entonces no necesitaron aprobación del entrenador, sino del directivo que ha sido capaz de llegar a ser considerado como la mayor amenaza por sus propios compañeros de junta.
La dilación ha perjudicado tanto a Laporta como beneficiado a Rosell, a quien su condición de avalador le exime de dimitir antes de que se acabe el ejercicio. Y entretanto cada uno resuelve cuál es la manera de salir mejor parado del contencioso, el club se desgasta, temeroso de afrontar una nueva fractura social, incapaz siempre de gestionar el éxito.
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