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Columna
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Más lejos

Le gustaba apoyarse en el puente de proa del barco con la brasa de un cigarrillo brillándole entre los dedos y la mirada perdida en el horizonte. Un día en Córdoba, antes de cumplir los 16 años cogió una navaja de afeitar y se abrió un tajo en la mano izquierda para trazar en ella la línea de la suerte porque la que tenía no le gustaba. Poco después se encontraba en Manchuria en plena guerra ruso-japonesa en medio de una intrincada historia de venganzas y deserciones, acompañando a un joven periodista norteamericano, llamado Jack London. Viajó por todo el mundo. Conoció las islas del Pacífico, las calles de Venecia desiertas en la madrugada, los peores garitos de Buenos Aires. En Suiza, en la casa de Herman Hesse, bebió el elixir de la larga vida y según cuentan alguien lo vio por última vez en un nido de ametralladoras, junto a un puesto de mando de las Brigadas Internacionales, entre los olivos plateados del frente de Aragón. Una vez dijo: "No quiero conocer mi futuro, porque dejaría de interesarme" y llevó esa máxima hasta sus últimas consecuencias. No era un justiciero, ni pretendía dar lecciones a nadie. Tampoco era un santo, ni exactamente lo que se entiende por un héroe, sino un tipo solitario y descreído que iba por el mundo mirando siempre más allá de la línea del horizonte como si supiera que sólo vale la pena amar la distancia.

Empecé a leer los cómics de Corto Maltés cuando todavía era una adolescente que soñaba con islas del tesoro, pero permanecí fiel a su fascinación mucho tiempo después de hacerme adulta igual que millones de lectores en todo el mundo. Sus aventuras se han traducido a ocho idiomas. Los dibujos de Hugo Pratt se han publicado en las mejores revistas especializadas de cómic y en diarios como el Daily Mail. Corto es casi un héroe nacional en Francia. Recuerdo que durante el primer viaje que hice a Bretaña, cuando entré en la fortaleza de Concarneau, lo primero que vi fue un enorme icono de Corto Maltés, fumando uno de sus famosos cigarrillos Tre Stelle. En una entrevista que le hicieron al presidente Mitterand estando ya enfermo, le preguntaron por qué personaje de ficción sentía más simpatía o en cual le gustaría encarnarse. Respondió sin dudarlo que en Corto Maltés. Sus historietas han sido objeto de más de cien tesis doctorales y se le han dedicado grandes exposiciones universales. Sin embargo siempre tuve la sensación de que en España no era excesivamente conocido. Mi propia editora llegó a preguntarme una vez ¿quién demonios era ese tipo?

Los héroes que valen la pena nunca son del gusto de todos; pueden robar admirablemente; no actúan según las reglas de la moral, sino según ciertas leyes de una ética novelesca; atraviesan la vida con cierto desencanto y una indiscutible elegancia de corazón; son descreídos y soñadores al tiempo; duros y pendencieros, aunque arriesgarían la vida sin pensarlo por ofrecer su capote a un hombre acorralado; frecuentan los muelles y los prostíbulos; también habitan los sueños para susurrarnos al oído con la voz ronca de la noche. Y al amanecer, se desvanecen.

Este año la Bienal de Venecia, que por primera vez tiene dos comisarias españolas, ha puesto por título a una de las exposiciones: "Siempre un poco más lejos" en honor a la frase con la que Hugo Pratt quiso definir a su personaje como alguien siempre dispuesto a empujar la realidad más allá de la pequeña medida de lo posible. No puede haber mejor divisa para saludar esta primavera veneciana del arte.

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