Antonio Marzal, el magisterio de un ciudadano ejemplar
Es difícil explicar cómo era Antonio Marzal, catedrático de la Universidad Ramón Llull y profesor de ESADE, que hace un mes falleció en Barcelona. Nunca pudimos imaginar que tendríamos que redactar esta nota y no podemos suponer cómo le hubiera gustado que fuera. Entró en nuestro amplio entorno sociológico cuando era todavía muy joven y su brillante condición de polemista nos impresionó y nos cautivó.
En la Facultad de Derecho y en aquellos años del Concilio Vaticano II, cuando la palabra "diálogo" ocupaba un lugar central en nuestra recién descubierta vocación social y política, y en la medida en que esta palabra fue cobrando fuerza con el tiempo, hasta convertirse en un símbolo de la reconciliación y de la convivencia en libertad; por supuesto, gracias, también, entre otros, a su impulso.
Allí estaba este hombre menudo, que todos podemos recordar con ese peinado afro con el que nos sorprendió a su regreso del París de 1968, con su lucidez permanente y persistente, su gran capacidad de escuchar, criticar, analizar y con su desbordante generosidad, no exenta de algunas tiranías inteligentemente disfrazadas. Antonio era políticamente honesto e intelectualmente un verdadero humanista. Su vida fue intensa en tiempos difíciles, pero pacíficos. Sin duda, en otras circunstancias, su tenaz defensa de la libertad le hubiera impedido llegar tan lejos.
A pesar de sus 75 años, Antonio ha muerto joven, porque siempre fue joven. Y tuvo tiempo de ser doctor en Derecho, licenciado en Filosofía y en Teología, diplomado en Alta Dirección de Empresas, ex decano de Derecho de ESADE y profesor de la Universidad Autónoma de Barcelona, con más de treinta obras y centenares de artículos publicados en los más diversos medios de comunicación.
Seducidos por este ciudadano ejemplar, por su magisterio y por su crítico ejercicio del sentido común, quienes le conocimos podremos también aspirar a ser siempre jóvenes, como él.
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