Un torero de verdad
Sebastián Castella es un torero de verdad; un torero en racha. Quizá por eso le embisten los toros, o quizá porque está hambriento de triunfos y dispuesto a demostrar al mundo que tiene madera de figura. Y pone sobre la mesa un valor de mucho mérito, una disposición encomiable y un profundo sentimiento torero. Sólo así se explica que cortara la oreja de su primero, un toro manso y descastado, al que obligó literalmente a embestir, y se inventó una faena emocionante, de torero de raza, de dominio y mando, que levantó a los tendidos. Comenzó la faena de muleta en el centro del anillo; citó al toro de largo, adelantó la franela, embarcó la embestida y ligó una tanda de redondos que presagiaba algo grande. Pero no había toro, sino un buey en disposición de pactar y no de embestir. Pero había un torero con las ideas muy claras. Se metió Castella entre los pitones, la muleta en la cara del animal, tiró de su oponente y dibujó un hondo natural ligado a la perfección con un largo pase de pecho. Y se creció Castella cuando la plaza respondió con unanimidad. Asentó entonces las zapatillas, sereno siempre, dominador absoluto de la situación, y trazó redondos que parecieron circulares, con el toro borracho de muleta, los pitones en la taleguilla, en una demostración de entrega sincera y cálida. Cuando montó la espada, la plaza rugía de emoción porque un torero había creado un toro y una faena a base de transformar las dificultades en retos que superó con gallardía.
Fernández / Dávila, Castella, Bolívar
Toros de Atanasio Fernández, desiguales de presentación, inválidos, mansos y muy descastados. Dávila Miura: pinchazo, media baja -aviso- y cuatro descabellos (silencio); cinco pinchazos -aviso- y media (pitos). Sebastián Castella: pinchazo y media (oreja); casi entera (vuelta). Luis Bolívar, que confirmó la alternativa: media baja (silencio); media caída (silencio). Plaza de las Ventas, 25 de mayo. 12ª corrida de feria. Lleno.
El presidente se negó a devolver al inválido y descastado toro quinto y así se le cerró la posibilidad de la puerta grande. Era una birria de toro que se defendía a cabezazos; Castella, de nuevo valentísimo, cruzado en cada cite, se volvió a jugar el tipo y robó muletazos que parecían imposibles. Con pasmosa tranquilidad en la cara del deslucido toro insistió una y otra vez y, milagrosamente, volvió a inventar redondos perfectamente ligados con el de pecho. Fue una sola tanda, pero emocionantísima.
Muy meritoria, sin duda alguna, la actuación de este joven torero que ha sorprendido a Madrid por su valor, su seguridad y su mando en la plaza. No salió a hombros, pero ha dejado dicho en voz alta que es torero de una pieza.
Confirmó su alternativa el colombiano Luis Bolívar, que tiene planta de torero artista, pero no le acompañó la suerte. Su primero cortaba el viaje, se negó a embestir y deslució el estreno del confirmante.
Se peleó de manera desigual con el sexto, se cruzó menos de lo debido y, aunque consiguió meterlo en la muleta, el toreo resultante tuvo más de bisutería que de hondura. Estuvo Bolívar entregado, pero, también, conservador y poco experimentado.
Una vez más, se fue de vacío Dávila Miura, a quien esta plaza se le atraganta año tras año. Se justificó ante su descastado primero, y fracasó rotundamente en el otro. El sevillano, que brindó a la infanta doña Elena, presente en una barrera, careció de ideas y quedó a merced de un animal que lo desbordó por completo.
¿Y los toros? Toneladas de carne mansa y descastada. Sólo gracias a Castella han pasado a segundo plano. Pero no pueden irse de rositas: un auténtico horror.
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