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Somos más ricos, pero pedimos como pobres

Antón Costas

Como por arte de magia, esta semana pasada hemos sabido que somos más ricos de lo que creíamos y que hay muchas más personas empleadas de lo que sabíamos. En concreto, la riqueza del país, medida a través del producto interior bruto (PIB), es ahora el 5% mayor, es decir, unos 40.000 millones de euros superior a la cifra hasta ahora conocida; en cuanto al número de personas empleadas, la cifra se ha ampliado en casi un millón, hasta alcanzar los 17,4 millones de personas.

¿Qué ha sucedido? No es que la realidad económica y laboral haya cambiado repentinamente, sino que la aplicación por el Instituto Nacional de Estadística (INE) de los mismos criterios estadísticos y metodológicos que utilizan los países de la Unión Europea para medir la riqueza y el empleo permite recoger mejor los cambios que han tenido lugar en la economía española en los últimos años.

Los nuevos datos no sólo nos dicen que nuestro país es más rico, sino también, y esto es más importante, que tenemos mucha más capacidad de la que creíamos para generar riqueza y empleo. Así, el crecimiento del año 2004 ha sido del 3,1%, frente al 2,7 % calculado con los viejos métodos, con lo que se sitúa un punto por encima de la media de la Unión Europea. Probablemente, los datos revisados de crecimiento del primer trimestre de este año, que se darán a conocer mañana, mostrarán también ese mayor impulso de nuestra economía.

Dado el pesimismo con el que vemos la competitividad de la economía española, tiene interés conocer cuáles han sido los componentes que más han contribuido a esa mayor riqueza. La revisión de los cálculos pone de manifiesto que la fuente de esta mayor riqueza fue el impulso de la demanda interna, que creció en 2004 por encima de lo que se había dicho, lo mismo que en los años anteriores. En este sentido, nos parecemos a los norteamericanos: dinero barato y aumento del empleo nos han hecho ser optimistas y lanzarnos a consumir.

Pero lo novedoso surge cuando penetramos en la demanda interna. Resulta que el componente que mayor revisión al alza ha sufrido es la inversión, y dentro de ésta, la inversión en bienes de equipo, que, como es sabido, es la inversión más productiva. Éste es un dato interesante, dado que cabe esperar que esa mayor inversión acabe mejorando la productividad y la competitividad, y ver con más optimismo el futuro.

Pero, curiosamente, la reacción de los medios de comunicación y las declaraciones de responsables políticos y empresariales que he leído estos días no han sido de alegría, sino de miedo a los efectos de ser más ricos. Dado que los fondos que recibe España de la UE y las aportaciones que hacemos al presupuesto comunitario toman como referencia el PIB, una revisión al alza lleva consigo la posibilidad de pasar de ser el principal receptor de fondos europeos a ser un contribuyente neto y de que algunas regiones dejen de recibir fondos de cohesión. Y es esta posible pérdida lo que ha producido alarma.

Líbreme Dios de calificar esta conducta de pedigüeña, como hizo Aznar en los tiempos en que Felipe González negociaba con Helmuth Kohl la creación de los fondos de cohesión que ahora están a punto de desaparecer para España. Al contrario, pienso que es obligación de nuestras autoridades luchar, como lo hace el Gobierno de Blair en el caso del cheque británico, por mantener el mayor tiempo posible esos fondos europeos y por que, en todo caso, se aplique una estrategia gradualista para su reducción.

Pero tengo la impresión de que las reacciones que he leído estos días en la prensa estatal y regional a la información de que somos más ricos no responden tanto a una estrategia orientada a presionar a las autoridades para imponer una estrategia gradualista como al temor a que se acabe la posibilidad de seguir pidiendo como si fuéramos pobres. Mi percepción es que los fondos europeos y, en ciertos casos, el modelo de financiación de las comunidades autónomas han creado un cierto patrón de conducta patológica en determinadas élites políticas, sociales y empresariales regionales y locales, un patrón de conducta basado en el uso de la imagen pobre de mí. En vez de ver en estas transferencias un recurso extraordinario y temporal que dio una oportunidad para avanzar en la cohesión y sentar las bases de un crecimiento endógeno dentro de cada comunidad o localidad, esas élites han alimentado una mentalidad de subsidio y subvención permanente, basada en la presunción de que su mayor nivel de pobreza relativa les da derecho a pedir que los demás -ya sean los europeos o el resto de españoles ricos- les transfieran recursos de forma permanente.

Pero, en realidad, los más beneficiados no han sido los pobres de esas regiones. De hecho, la dignidad del pobre le impide utilizar su pobreza para pedir; lo que quieren es "salir de pobre", buscando salir adelante y ganar el futuro con su propio esfuerzo, y para ello están dispuestos a los mayores sacrificios. Quien realmente se beneficia en mayor medida de esas transferencias son determinadas élites locales y regionales. Recuerden quiénes son los más beneficiados por las subvenciones agrarias. Pues lo mismo ocurre con la mayoría de otros subsidios y gastos públicos. En realidad, son los ricos beneficiados de la cultura del subsidio permanente los que siguen interesados en continuar pidiendo como si fuéramos más pobres. Por eso, son los más amenazados por los nuevos datos acerca del PIB.

Pero, de hecho, las cifras sobre esa mayor riqueza y mayor potencial de crecimiento del PIB y del empleo son una buena noticia en sí mismas, y pueden contribuir a cambiar esa mentalidad de pobre de mí que cultivan algunas élites regionales. Porque, no lo olvidemos, no hay mayor obstáculo para el crecimiento y la mejora del bienestar individual y social que el tener de uno mismo una imagen de pobre incapaz de salir adelante por sus propios medios.

Antón Costas es catedrático de Política Económica de la Universidad de Barcelona.

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