_
_
_
_
HISTORIAS DEL CALCIO | FÚTBOL | Internacional
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Soldados

Enric González

Mucho antes de que se inventaran el cattenaccio, el líbero, la defensa de tres que es de cinco y el doble pivote, en el calcio existía ya la más antigua de las disposiciones tácticas italianas: el 10+1. Diez que juegan al fútbol, y otro que también, pero no del todo. Quien ejerce de más uno suele ser bajito, feo y peleón, siente más amor por los colores que el hincha más fanático del gol sur y cumple hasta la última gota de sudor las órdenes del técnico; en su caso, el talento para entenderse con el balón no resulta imprescindible: las suyas son virtudes militares. El 10+1 mantiene su vigencia y para demostrarlo ahí están Gattuso, un titular del Milan por el que ningún club en sus cabales ofrecería dinero, o el viejo Pessotto juventino. Son tipos que no aportan fútbol, sino carácter.

El mejor más uno de los últimos 20 años se llama Angelo di Livio y los memoriosos tal vez recuerden que en la final de la Copa de Europa de 1998, Juventus-Real Madrid, fue sustituido a mitad de encuentro por Tacchinardi. Por entonces tenía ya 32 años y estaba a punto de cerrar una carrera de cinco años en las filas de la Vieja Señora. Su currículo dibujaba el perfil del perfecto gregario. Nació en Roma en 1966 y a los 15 años era el chaval más valorado en el equipo de su barrio, la Polisportiva Bufalotta; el Roma le contrató, pero ningún entrenador se atrevió a hacerle debutar y después de cuatro temporadas en blanco fue cedido al Reggiana, al Nocerina, al Perugia y al Padua. En 1993, ya con 27 años, Trappatoni le llevó al Juventus. Esa fue la gran época de Di Livio: lo ganó todo al lado de los Zidane y Del Piero y alcanzó la internacionalidad. Y el apodo de Soldadito.

Cuando el Juventus le despidió, en 1998, el Fiorentina le acogió con los brazos abiertos. Soldadito jugaba de más uno, pero sabía centrar y en el centro del campo, ese sitio donde todo queda lejos, cumplía estupendamente. El club de Florencia aún era el de Batistuta y ganaba títulos. En 2001, sin embargo, sobrevino la catástrofe. El Fiorentina fue liquidado por deudas y refundado, como Fiorentina Viola, en Tercera B. Todos los jugadores, por supuesto, recibieron la carta de libertad y se largaron. ¿Todos? No, se quedó uno. Soldadito aceptó un salario de regional y asumió un papel insólito para un más uno: el de jefe. Acompañó la resurrección del Fiorentina en las tres temporadas de ascensos agónicos que devolvieron el club a la Serie A, mantuvo la internacionalidad (Trappatoni le llevó al Mundial de 2002) y, con la misión cumplida y 38 años en las piernas, se le ofreció un puesto en el cuadro técnico florentino. Soldadito dijo que no, que prefería seguir trabajando como más uno.

El Fiorentina ha tenido un retorno desgraciado a la categoría máxima. Ayer acudió al Olímpico como antepenúltimo de la tabla, para jugarse media vida frente a un Lazio también en peligro de descenso. Era uno de esos partidos en los que hace mucha falta el más uno y ahí estaba el soldadito Di Livio, casi cuarentón, para cumplir órdenes. Con el marcador 1-1 ocurrió un desastre: un remate florentino a puerta vacía, un paradón con la mano del defensor laziale Zauri y un tremendo error del árbitro, que no vio nada. Ni penalti, ni expulsión. La cosa acabó en empate. Al Fiorentina le haría falta un milagro para salvarse en la últi-ma jornada.

El general McArthur decía que los viejos soldados no mueren, sino que se desvanecen en la lejanía. La frase vale para el soldadito Di Livio, cuya última batalla, la del domingo próximo, está casi perdida.

Di Livio, cuando jugaba en el Juventus, en un encuentro de Copa contra el Milan.
Di Livio, cuando jugaba en el Juventus, en un encuentro de Copa contra el Milan.ASSOCIATED PRESS

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_