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Columna
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Sabiduría

POCAS VECES nos encontramos un título tan directo y comprometido como el elegido por Harold Bloom para su última publicación traducida al castellano: ¿Dónde se encuentra la sabiduría? (Taurus). No es ésta, desde luego, la pregunta que se hace un profesor o un crítico, sino alguien acuciado por lo único fundamental que marca el signo de nuestra existencia: la experiencia de la proximidad de la muerte. El propio Bloom nos advierte de que el haber pasado por el duro trance de una grave enfermedad le cambió el sentido de lo prioritario, convirtiendo su inveterada tendencia a la polémica en una confesión. De esta manera, ya no nos habla desde la defensa de ningún canon, sino de lo que, durante las horas de angustia, supuso para él un balance de su propia vida, lo cual le transformó en un lector verdadero: esto es: un lector, vamos a decirlo así, "a muerte".

En el fondo, detrás de la avidez de cualquier lector o escritor, ¿puede haber otra razón que ésa de darle vueltas a la desazonante sabiduría que nos prepara para el hecho insoslayable de nuestro particular fin? La distinción del sabio, respecto a cualquier otro especialista en el infinitamente variado campo del conocimiento, es preguntarse y preguntarnos por ello. No se trata, por lo demás, de una inquisición melancólica o morbosa, sino atisbada desde la saludable perspectiva de hallar sentido al vivir, aunque la sabiduría consiguiente esté necesariamente entreverada de dolor y de placer, ambos sentimientos tomados en su extrema y radical pureza: frente a la tragedia de la finitud, la alegría del comienzo.

Como es obligado a quien se interroga por semejante cuestión, Bloom debe remontarse hasta las primeras huellas de lo que hemos dado en llamar literatura y arte. Su versión de lo que él llama literatura sapiencial es, dada la naturaleza nada didascálica de su confesión, la occidental, pero planteándose el asunto no sólo como el conflicto entre pensamiento religioso y conocimiento secular, sino el que se provoca entre ambos para aproximarnos al meollo de nuestro humano destino mortal. Por un lado o por el otro, lo que tiene de trascendente la religión y de intrascendente la ciencia salen fuera de esta indagación, aunque no, como insiste Bloom en la parte más fuerte de su libro, la diferencia entre la filosofía y el arte o, si se quiere, la búsqueda de la verdad a secas, si ello es posible, o la verdad encarnada, donde no cabe separar el alma del cuerpo.

¿Filosofía o literatura? Bloom es muy consciente de que semejante pregunta es absurda. Por eso mismo, tras dedicar bastantes páginas al comentario de por qué Platón quería desterrar a los poetas de su Ciudad Ideal, simplemente afirma, comentando la irónica frase de Emerson acerca de que el filósofo griego se había hecho "con los derechos de autor del mundo", lo siguiente: "No obstante, Homero es el mundo, y no admite que se queden con sus derechos de autor". Ésta es, según pienso, la mejor explicación para la supervivencia del arte, porque su liquidación es inseparable del fin del mundo.

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