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Reportaje:ESCAPADAS | Valeria

Las primeras casas colgadas

Las ruinas de una importante ciudad romana dominan la vertiginosa hoz del río Gritos, en La Mancha conquense

Valera de Arriba se llamaba (ya no) un pueblo de La Manchuela conquense, equidistante de la capital y de Alarcón, que enterraba a sus muertos al pie del viejo castillo, en un camposanto donde, al cavar, resucitaban señores con toga, capiteles corintios y otras piedras por el estilo. Así anduvieron los vecinos, trocando fiambres por triglifos, hasta que, a mediados del pasado siglo, don Francisco Suay, alcalde, maestro y arqueólogo diletante, les hizo ver que aquéllos eran los restos de una ciudad romana importante e incluso les convenció de que adoptasen el nombre que tuvo aquélla: Valeria.

Además de un nombre estupendo, digno de una emperatriz, la población de Valeria presume de tener la mayor iglesia románica de la provincia, la de Nuestra Señora de la Sey, que ya puede serlo, con todas las piedras que se sacaron de la antigua Valeria. Una lápida, en la misma plaza, recuerda que el cambio de nombre se produjo "en el año del Señor de 1959 y bajo la égira (sic) del caudillo de España".

En sus cóncavas paredes hacen mil equilibrios los escaladores y las aves rapaces

Ya puestos, alguien debería cambiar égira (era mahometana) por égida (protección) o, mejor aún, quitar la lápida. A 300 metros del pueblo, donde estuvo el cementerio, aparecen las ruinas del foro de Valeria, la romana, con su basílica, sus tiendas, su exedra y, lo más impresionante, una fuente de 80 metros de longitud, alimentada por cuatro aljibes de 30 de largo por cuatro de ancho, que dicen, los que saben, que fue la mayor del Imperio. Hoy está seca y descabalada, pero cubierta de mármoles, estucos y esculturas, y, manando agua sin cesar por sus 12 caños, debió de ser un lujazo, el Versalles de La Mancha, la envidia cochina de las también romanas, y no muy lejanas, Segóbriga y Ercávica.

En lo más alto del cerro descuellan los muros roídos del castillo medieval y los de la ermita románica de Santa Catalina. Y en su borde acantilado, por la parte de naciente, los de un conjunto de viviendas rupestres, excavadas en la pura roca y con signos evidentes -retalles en la caliza para encajar vigas saledizas- de haber estado voladas sobre el vértigo de la hoz del río Gritos. Es decir, como las famosas casas colgadas de Cuenca, con la pequeña diferencia de que éstas fueron construidas, como poco, 1.500 años antes.

Desde la menos alta de las casas colgadas se ofrece una cómoda bajada, por terreno despejado, hasta la orilla del río. No es el Gritos el caudal horrísono que su nombre sugiere, sino un hilillo verde y mansurrón que, a la chita callando, ha tajado un cañón de cinco kilómetros de largo y hasta 60 metros de profundidad, en cuyas paredes cóncavas y mínimas repisas hacen mil equilibrios los escaladores y las rapaces; aquéllos, para abrir una nueva vía, y éstas -águilas perdiceras, alimoches, halcones, búhos reales-, para sacar adelante a sus polluelos.

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Muy cerca, aguas abajo, un puente de madera invita a cruzar el río para seguir por su margen izquierda un nítido sendero que lleva, en cosa de diez minutos, hasta un ensanchamiento del barranco donde se descubren, sucesivamente, una pontecilla de piedra romana, un molino harinero del siglo XVI y un miliario, un pétreo mojón que tal vez fue plantado, en los albores del primer siglo antes de Cristo, por orden del cónsul Valerio Flaco, patrón y denominador de la ciudad que el paseante acaba de dejar a sus espaldas.

El sendero continúa, llano y sin extravío posible, hasta el final del cañón, culebreando entre el río y los paredones anaranjados, a la sombra de choperas y nogalas corpulentas que lo hacen dulce de caminar incluso en el rigor del estío.

Allí, tras una hora y cuarto de paseo, se presenta Valera de Abajo, un pueblo que, a falta de monumentos, tiene 60 fábricas de puertas y ventanas de madera, una muchedumbre de carpinterías que, en mitad de La Manchuela, a diez leguas del pinar más cercano, no es menos insólita que una fuente de 80 metros o un prototipo romano de las casas colgadas.

Arqueología y senderismo

- Cómo ir. Valeria se halla en el centro de la provincia de Cuenca, a 180 kilómetros de Madrid yendo por la A-3 hasta Cervera del Llano, para seguir por Olivares de Júcar, Valverde y Valera de Abajo.

- Visitas. Yacimiento arqueológico de Valeria: abierto todos los días del año, de sol a sol; entrada gratuita. Iglesia de Nuestra Señora de la Sey: preguntar en el pueblo por Jesús Mateo; entrada, 1 euro.

- Alrededores. La ciudad de Cuenca (a 35 km) y Alarcón (a 45 km) forman, junto con Valeria, una espléndida ruta monumental.

- Comer. Recreo Peral (Cuenca; teléfono 969 22 46 43): arroz meloso con bogavante, bacalao de Islandia y carnes a la brasa; 25-30 euros. Parador de Alarcón (Alarcón; Tel. 969 33 03 15): cocina castellano-manchega; 27 euros. San Nicolás (Cuenca; Tel. 969 24 05 19): famoso por sus platos de caza, como el solomillo de venado relleno de foie y trufas sobre confitura de castañas; 30-35 euros.

- Dormir. Hospedería Rural Ballesteros (Villar de Olalla; Tel. 609 23 79 40): inaugurada a finales de 2004, ofrece habitaciones con hidromasaje y chimenea, vistas al complejo lagunar de Arcas y ciclos de catas de vinos de Cuenca; doble, 60-75 euros. Posada San José (Cuenca; Tel. 969 21 13 00): casa colgada del siglo XVII, uno de los hoteles con más encanto de España; 73 euros. Parador de Alarcón (Alarcón; Tel. 969 33 03 15): antiguo castillo de los marqueses de Villena, sobre un meandro del río Júcar, decorado con cuadros de Tàpies, Redondela, Sempere...; 160-198 euros.

- Actividades. Escalada: en el bar Los Arcos, de Valera de Abajo, se vende la mejor guía para trepar en la zona. Senderismo: la ruta de Valeria a Valera de Abajo (10 kilómetros; 3 horas, ida y vuelta) está señalizada con paneles informativos.

- Más información. Ayuntamiento de Valeria (Castrum Altum, 1; Tel. 969 20 82 42). www.granvaleria.com

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