La melodía infinita
La Asociación bilbaína de Amigos de la Ópera se está dando estos días una fiesta para clausurar su 53ª temporada lírica. Una fiesta vocal, se entiende. De entrada, el título elegido -La sonnambula- es de los que no admiten coartadas. O se canta bien o el naufragio está asegurado. En realidad, es algo que tienen en común los títulos belcantistas. La hegemonía del canto lleva a una especie de abstracción, de arte por el arte, del canto por el placer de cantar. Todo lo demás es secundario. Pues bien, se cantó bien, y por momentos hasta muy bien. Los bilbaínos han cerrado su curso operístico con broche de oro.
El tenor Juan Diego Flórez fue, como era de esperar, la estrella. La melodía etérea, cristalina, hasta cierto punto ensimismada, de Bellini alcanza en su fraseo inmaculado y en la elegancia de su estilo un nivel de idealización que roza lo sublime. Al final aparecieron signos de cansancio a consecuencia de la entrega, pero su lección de canto queda para el baúl de los recuerdos.
La sonnambula
De Bellini. Con Anna Chierichetti, Juan Diego Flórez, I. Abdrazakov, Alessandra Marianelli, Emilia Boteva y Marco Moncloa. Director musical: Ricardo Frizza. Director de escena: Federico Tiezzi. Orquesta Pablo Sarasate. Palacio Euskalduna. Bilbao, 18 de mayo.
La protagonista que da título a la obra fue construida con dulzura, fragilidad y buen gusto por la soprano Anna Chierichetti, que en Bilbao había saboreado recientemente las mieles del éxito gracias a su excelente Alcina. La soprano supo sortear algunas limitaciones en el registro agudo y otorgó a su personaje encanto y delicadeza. La sorpresa fue, en cualquier caso, la jovencísima Alessandra Marianelli, de 19 años, con una lectura espléndida del personaje de Lisa. El resto de reparto estuvo a la altura de las circunstancias y con ello se redondeó una función vocalmente magnífica, en especial, en el segundo acto.
Petróleo
El maestro Ricardo Frizza sacó petróleo de la orquesta Sarasate. Es un director que sabe concertar y adaptarse a las necesidades de los cantantes, pero también enfatiza los detalles orquestales que contribuyen a crear una atmósfera lírica enriquecedora. La puesta en escena también subió varios enteros en la segunda parte, cuando optó por la sobriedad y se limitó a resaltar los conflictos de los personajes y el efecto de contrapunto del coro. Hasta la inevitable pasarela o puente se utilizó con discreción. El director de escena evitó el peligroso realismo suizo en su vertiente más folclórica y trató también de reducir a la mínima expresión el sentimentalismo. La nieve, como efecto escenográfico dominante, favorece un tipo de situaciones sencillas y en función de las pasiones elementales de los protagonistas.
Así las cosas, la melodía infinita de Bellini resplandeció. La sonnambula es una ópera en el filo de la navaja, pero tal como se escuchó anteayer tuvo efectos narcotizantes. Hasta se comprende con versiones como ésta la fascinación que sentía Wagner por el músico siciliano.
Babelia
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