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Columna
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Laberinto

Construir un laberinto con infinidad de galerías, pasillos, lienzos de cristal azogado, encrucijadas y puertas que se abren al vértigo, tiene sus riesgos. Y bien que lo supo, en sus propias carnes, el arquitecto y artesano Dédalo. Dédalo, siguiendo las instrucciones del rey Minos, construyó un laberinto tan magistral en la isla de Creta por el que nunca se salía ni se entraba siquiera a la misma isla de Creta.

Las divinidades destinaron el laberinto al castigo de una criatura monstruosa, mitad hombre, mitad toro. Pero lo cierto es que fue lugar de penitencia para su propio autor: Dédalo anduvo desconcertado en aquel territorio de confusión y desesperanza, donde tanto ingenio y patrañas había derrochado, en cumplimiento de las órdenes. Y así, hasta que, sin saber cómo, se encontró de golpe, aunque exhausto y delirante, al pie de un olivar y frente a las aguas del Mediterráneo. ¿Conseguirá también Mariano Rajoy escapar de su laberinto y encontrarse, exhausto y delirante, al pie del Pórtico de la Gloria y frente a un plato de vieiras gratinadas? Como el arquitecto y artesano Dédalo, el registrador de la propiedad y dirigente de los conservadores nativos, Mariano Rajoy, ha obedecido los deseos de su gurú y presidente de honor, tal vez, por encima de su voluntad y principios, y permanece en el interior de un laberinto, ornamentado con las viejas cavernas emblemáticas y nostálgicas, muy del gusto del mando, y construido con reliquias y escombros de búnker y mausoleo, de descalificación y enojo. Sin embargo, el laberinto destinado al castigo de una perversa criatura, mitad izquierdas, mitad nacionalismos, ha terminado liando en sus enredos al propio Rajoy. ¿Conseguirá descubrir, a estas alturas, una salida de emergencia? Por el momento, se sospecha que la única criatura con la que se dio de bruces, fue con su imagen reflejada en un lienzo de cristal azogado, y era la imagen de la desolación. La mitología es más clemente que la política: Dédalo logró escapar de Creta volando, con unas alas de cera. Rajoy sabe que, si lo intenta, podría caer abatido y abrasado, como un pichón, por un escopetero de su misma cuadrilla.

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