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Reportaje:MEDIO SIGLO DE LUCHA | LOS PROBLEMAS DE UN DISTRITO

La penúltima batalla de Villaverde

El movimiento vecinal lleva 50 años reclamando mejoras para este distrito del sur, que hoy cuenta con un 18% de inmigrantes. El homicidio de un joven ha desembocado en agresiones xenófobas

"Pudimos con los realojos, el cierre de las fábricas, la droga, la inseguridad, ¿y no vamos a poder con los problemas de convivencia?". Isabel Pascual lleva 45 años viviendo en Villaverde. Ha estado en mil contiendas, como sus compañeros del colectivo vecinal de San Cristóbal de los Ángeles. Todos coinciden: la historia del distrito es la de una lucha de casi medio siglo. Ahora afrontan la penúltima batalla: la de la integración y la convivencia.

"Siempre que las autoridades nos han ignorado, nos hemos encargado de hacernos oír", asegura Charo Martín, de 65 años, que ha vivido y combatido por el distrito en el que se crió, trabajó, vive y piensa morir. Cuando su familia llegó en los años cincuenta a San Cristóbal, uno de los cinco barrios que hoy componen Villaverde -junto a San Andrés, Butarque, Los Rosales y Los Ángeles-, no había nada. "Esto era un campo, un erial. Ni aceras, ni escuelas, ni iglesia. Todo lo hemos conseguido con la lucha vecinal, desde poder comprar el pan en el barrio hasta que llegaran los autobuses o evitar que los yonquis se pincharan en las plazas", cuenta esta vecina.

"Cientos de familias fueron realojadas en poco tiempo; eso generó guetos", afirma IU
"Cuando las autoridades nos han ignorado, nos hemos encargado de hacernos oír", dice Charo
"Para los adolescentes, la vida ha dejado de ser un valor absoluto", lamenta un profesor
La tasa de paro alcanza el 9%, y los índices de absentismo escolar superan la media

Pero Villaverde afronta ahora un nuevo reto. El distrito obrero que se pobló en los años cincuenta y sesenta con la emigración interior que llegaba desde Castilla-La Mancha, Andalucía y Extremadura se ha convertido ahora en un distrito multicultural.

En las calles de Villaverde cualquier día de la semana suenan ritmos caribeños, huele a curry y a frijoles y se oyen lenguas de todo el mundo: desde árabe hasta español, con dulce acento ecuatoriano.

Pero en este paisaje intercultural creado en sólo cinco años, el asesinato de Manuel G. C., Manu, un chico español de 17 años, presuntamente a manos de un dominicano de 19, reventó la aparente armonía del barrio edificada en más de 40 años de acogida y convivencia de trabajadores humildes.

En 1955, en Villaverde vivían 18.104 habitantes; un año antes este municipio agrícola había sido anexionado a la capital y poco antes había iniciado su transformación de rural a industrial. El general Francisco Franco tenía un plan para desarrollar en Madrid un potente centro industrial capaz de hacer sombra a las desarrolladas Bilbao y Barcelona. Así llegaron al calor de la mayor área industrial de la capital miles de inmigrantes del sur de España. Venían soñando con una vida más digna que la que tenían en el pueblo.

En 1956, Villaverde absorbía el 32% de los inmigrantes que llegaron a la capital ese año. "Venían a buscar trabajo en las fábricas porque se necesitaba mucha mano de obra. Muchos se hicieron sus casitas como pudieron hasta que luego les realojaron en los poblados dirigidos y colonias que construyó el Movimiento", explica Julio Misiego, concejal de IU y vecino de Villaverde desde hace 15 años.

En 1969 el número de vecinos de la zona se había multiplicado por cinco. Las casitas bajas y chabolas fueron derruidas para dar paso a grandes bloques uniformes, de calidades muy precarias y que carecían de infraestructuras. Los padres de Isabel Pascual llegaron por aquella época a San Cristóbal. "Estaba en medio del campo. Llegar desde el cruce de Villaverde a San Cristóbal, donde te dejaba el autobús, era toda una aventura. Teníamos que hacer una auténtica excursión atravesando campos e, incluso, una especie de bosque", recuerda.

Antes, su familia vivía en el centro de Madrid, en el barrio de San Pascual -actual zona de San Isidro-, pero tuvieron que elegir entre un piso en la calle de Padilla (en el barrio de Salamanca) o en San Cristóbal, donde la empresa de su padre les pagaba la entrada del piso, que les costó 100.000 pesetas (600 euros) cuando ganaban poco más de 600 pesetas (3,6 euros). Al principio no tenían ni luz, ni agua. Eran tiempos difíciles, pero se podía progresar. "El movimiento ciudadano hizo mucho por el barrio, lo fuimos consiguiendo todo luchando", cuenta Isabel, que recuerda, entre dientes, que el Partido Comunista trabajaba en la clandestinidad en el distrito. Las reuniones solían ser en parroquias del barrio como la de San Félix. "El párroco estaba con la gente humilde, y nos apoyaba", subraya el edil Julio Misiego.

Había mil motivos para reivindicar: una panadería, más escuelas, transporte público... Nadie cuenta cómo, aunque todos lo saben, un autobús se quemó. Así consiguieron que la DEVA -empresa de autobuses de la época- llegara hasta su barrio, a más de nueve kilómetros de la Puerta del Sol.

Luego, a finales de los años setenta, llegó la crisis industrial. Miles de trabajadores tuvieron que prejubilarse y otros tantos se quedaron en paro. En los años ochenta fue el turno de los realojos masivos. "Se realojaba a cientos de familias que venían de entornos marginales en muy poco espacio, lo que generó guetos y llevó al barrio problemas de vandalismo y delincuencia. Les daban una casa y los abandonaban a su suerte con escasos programas de integración social", relata Misiego.

El desempleo degeneró en crisis económica, varios comercios del barrio tuvieron que cerrar y muchos jóvenes abandonaron el distrito en busca de un porvenir más allá, que muchos encontraron en el vecino Getafe.

Los vecinos también recuerdan su guerra contra la droga. "Pero ese problema lo tenían todos los barrios de Madrid, sólo que nosotros decidimos batallar y que se nos oyera", aseguran desde la asociación de vecinos.

"Empezó en el instituto", recuerda Isabel. "Llegaron a clase desde el extranjero unos chicos vestidos de hippies y vendían la droga a la salida, pero no sabíamos nada. Con los años empezamos a ver jóvenes muy mal, enfermos, se morían de un virus que desconocíamos, el sida. Había tantos chicos del barrio enganchados como otros que venían a comprar a los poblados que estaban cerca. Llegó un momento en que era insufrible. Venían a pincharse a la plaza, les daba igual que hubiera niños delante", continúa.

El principal foco de venta de droga del distrito era Torregrosa, un poblado chabolista que fue desmantelado en 1998. Antes de esa fecha no era raro ver lo que se llamó la senda de los elefantes (yonquis que iban a comprar, en fila) por los alrededores. Los vecinos, para recuperar su espacio público, organizaron patrullas vecinales en 1992.

"Sólo paseábamos por el barrio haciendo turnos. Nos acercábamos donde estaban ellos para que se sintieran molestos y se fueran", señala Isabel. Estuvieron ocho meses en la calle, consiguieron que los yonquis se fueran de su barrio o por lo menos dejaran de pincharse en las calles. Isabel los recuerda, incluso, con cierta ternura. "Algunos eran majos, chicos de toda la vida de aquí, compañeros de instituto, como El Rata, La Upe... Pero ésos, los pobres, ya no están con nosotros".

Ahora Villaverde es un distrito con cinco barrios, 144.000 habitantes (casi uno de cada cinco, inmigrantes), 18 colegios públicos, 15 concertados, cuatro centros culturales, cuatro institutos, cuatro escuelas infantiles públicas, dos polideportivos y más de diez asociaciones vecinales. Hay varias zonas recientemente urbanizadas como El Espinillo, que nació hace cinco años.

La Comunidad invirtió, siendo presidente Alberto Ruiz-Gallardón, cerca de 18 millones de euros en el distrito para intentar sacarlo de la marginalidad. Desde el Ayuntamiento aseguran ahora que quieren dar continuidad a ese Plan Especial de Inversiones y Actuaciones iniciado en 1998. "Un buen plan, pero insuficiente. Se crearon infraestructuras, pero no ha habido planes de integración; debería invertirse en servicios sociales, de empleo, económicos", apunta Misiego.

Porque en Villaverde también hay cifras decepcionantes: tasa de desempleo del 9%, tasas de delincuencia, fracaso y absentismo escolar por encima de la media, y el mayor poblado chabolista de Madrid, donde hay cerca de 700 infraviviendas, según el edil de IU, y que sigue creciendo.

También en el poblado de Plata y Castañar ha habido numerosos realojos y es un importante foco de chabolismo. Mañana, la Junta Municipal presentará un nuevo plan de rehabilitación de esta zona marginal, parecido al llevado a cabo en Pan Bendito.

La bomba estalló la semana pasada, cuando se produjeron varios incidentes racistas. Algunos jóvenes amigos de Manu y otros chavales del distrito recorrieron sus calles en busca de inmigrantes a los que "dar su merecido", y agredieron a varios de ellos. Misiego sostiene que no se trata de un brote xenófobo, sino que se ha roto el equilibrio social: "Tras los realojos sistemáticos llegó la concentración masiva de inmigrantes, no ha habido una intervención para garantizar la integración de esos colectivos especiales y entonces se forman guetos. La gente está cabreada porque no hay políticas apropiadas y se ha desequilibrado la convivencia".

Cuentan los vecinos que cuando en Villaverde hay una bronca entre chavales es como si comenzara un espectáculo. Se forma un corro alrededor y comienzan a jalearse, como si se tratase de una pelea de gallos en la que se busca sangre. "La muerte de Manu ha sido la gota que ha colmado el vaso, pero esto se veía venir, no me ha extrañado en absoluto", lamenta José María Zancajo, profesor y director del instituto San Cristóbal de los Ángeles, donde estudian 720 chavales. Zancajo cree que el problema es que se han perido los valores y no hay alternativas para los jóvenes. "Los chicos no tienen claro lo que está bien y lo que es un crimen. Antes una pelea era algo grave; ahora se ha normalizado, no pasa nada. Antes, la gente tenía claro que para salir adelante había que estudiar; ahora les da igual, saben que el paro acecha. Lo mismo ocurre con la vida, ha dejado de ser un valor absoluto. Eso tiene mucho que ver con lo que ven en sus casas. Ya no se educa a los chicos en el respeto", asegura.

A pesar del alto porcentaje de inmigrantes de su centro -un 40%-, no cree que la degradación tenga que ver con ello. "Antes nos metíamos con los gafotas, con los gordos, con los que jugaban mal al fútbol. Ahora el diferente es el extranjero: árabe, dominicano, chino...", explica.

Los vecinos creen que no se trata de un problema de delincuencia. "En Villaverde tenemos un problema de convivencia, de falta de respeto de algunos inmigrantes que no saben comportarse cívicamente", cuenta Paula Sánchez, que lleva más de 40 años viendo transformarse el distrito.

Después llega el relato de los horrores a los que se refieren los vecinos cuando hablan de que los inmigrantes no saben convivir. "Hay un piso en el que viven 32 rumanos. Entre todos pagan la hipoteca. En navidades trajeron una vaca muerta entera, la colgaron en la cocina y la tuvieron allí hasta que se acabó. Imagínate el olor por el vecindario, las moscas, el portal ensangrentado... Cuando les dices que así no, enseguida te llaman racista. No es racismo, es el no poder vivir", relata Paula Sánchez. Explica que otra vecina hizo la colada y dejó la ropa tendida para que se secase. Al llegar a casa la encontró manchada de sangre: "Los vecinos, que eran musulmanes, habían colgado en la cuerda de la ropa el cordero para que se secase. Y cuando no es el cordero, es el pescado. ¡Esto es horrible!".

También hablan de chicos de 15 años que van armados con navajas, de chavales de 16 intimidados por dominicanos, de espacios públicos como parques y columpios en los que hay que pagar a los extranjeros si se quieren utilizar. "La policía de proximidad tendría que ejercer como tal, vigilar los espacios públicos y evitar que impusieran una ley absurda, ni unos ni otros", dice Misiego.

Tras lograr una nueva victoria, la que les traerá por fin el metro al distrito, Isabel y Paula aseguran que esta otra batalla por la convivencia también podrán ganarla. "Es tarea para los trabajadores sociales. Tienen que explicar a los nuevos vecinos que hay unas normas de urbanidad, que no se pueden comportar como lo harían en sus países", afirman. Tampoco hay alternativas de ocio para los adolescentes. Las instalaciones deportivas son insuficientes o demasiado caras. "No hay opciones para los chicos aparte de estar en el parque tramando broncas", concluye Misiego.

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