Derrumbes, SA
Una de las esencias del espectáculo público es que el espectador puede aplaudir o vituperar a sus protagonistas en función de que cumplan con su obligación o decidan sólo pasar por caja. Los toreros salen en las fotos, a hombros o a almohadillazos, y se les señalan con el dedo acusador o se les colma de piropos, según los casos. Cuando llega el caso, la gente se acuerda del empresario y le mienta a su familia, pero sabe a quién se la mienta. Y no digamos lo que aguantan los presidentes, bien es cierto que por su incompetencia la mayoría de las veces.
Pero, ¿y los ganaderos? Algunos tienen nombre y apellidos, reciben, a veces, felicitaciones, y las más, el silencio y el pesar por una mala corrida. Pero, a medida que se cimenta la decadencia del toro y se pierde el prestigio inherente al criador de reses bravas, se están imponiendo las sociedades anónimas, detrás de las cuales no hay nadie sino una marca que no tiene cara. ¿A quién hay que felicitar o criticar? A una S. A. Buena fórmula que, además de sus ventajas fiscales, permite al ganadero salir de rositas de cualquier sonado fracaso.
La Cardenilla / Dávila Miura, Valverde, Marín
Toros de La Cardenilla, bien presentados, mansos, tullidos y descastados; el 1º, sobrero de Astolfi, inválido. Eduardo Dávila Miura: tres pinchazos, estocada y un descabello (silencio); pinchazo, un descabello y el toro se echa (silencio). Javier Valverde: pinchazo y estocada (ovación); pinchazo y media baja (ovación). Serafín Marín: estocada (ovación); gran estocada (oreja). Plaza de Las Ventas. Madrid, 14 de mayo. Cuarta corrida de feria. Lleno.
Vayan, pues, las más duras críticas para ese señor o señores que no se llaman ganaderos sino La Cardenilla S. A. Y un aviso: como no diversifiquen su producto, irán a la ruina porque lo que ofrecieron ayer en Madrid es una birria total. Puro decorado astifino, pero carne mansa de toros noqueados, moribundos, tullidos e inválidos. No sería de extrañar que el dueño de los toros estuviera ayer en Las Ventas, puro en mano, dando la razón a sus vecinos sobre tan denigrante espectáculo torista. Éstas son las ventajas de las sociedades anónimas; las ventajas del anonimato.
Como es fácil imaginar, no hubo tercio de pica ni de banderillas, ni toreo de capa, y sólo Serafín Marín salvó los muebles en la muleta. Los toreros se justificaron sobradamente y un público bendito soportó con estoicismo tamaño fraude. Devolvieron el primero que se derrumbó con estrépito tras dos carreras por el redondel. El sobrero, de Astolfi -nombre de ganadero- era otro inválido reservón. Al segundo, ni lo picaron; el tercero se defendía con la cara alta, el cuarto se echó varias veces antes de que lo apuntillaran. Parado también el quinto y el último fue el único que se mantuvo en pie. Dávila derrochó voluntad, incluso llegó a recibir al cuarto con una larga cambiada en el tercio, pero su lote fue imposible. Valentísimo estuvo Valverde, que decidió embestir a sus toros y que se le reconociera con justicia su actitud de auténtica vergüenza torera. Dibujó algunas verónicas y un par de naturales en su primero y sólo pudo jugarse el tipo en el quinto. Cuando Marín trataba de justificarse en su primero, éste lo enganchó por la parte posterior de la rodilla y, afortunadamente, sólo le rajón de arriba abajo la taleguilla.
Fernando Téllez puso un soberbio par de banderillas al sexto y, momentos después, Marín aprovechó con extraordinaria torería las violentas embestidas del toro al que enceló por ambos lados con un dominio total de la situación.
Visto lo visto, se hace una propuesta al anónimo ganadero: cambiar La Cardenilla por Derrumbes, SA.
Babelia
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