Virtuosos de la modernidad

Fue todo un acierto que Klangforum Wien abriera la XXVII edición de Ensems: sus miembros no sólo son especialistas en el campo de la música contemporánea, sino que están en posesión de un virtuosismo instrumental fuera de lo común. Las tres obras que se ofrecieron -especialmente, la de Sciarrino- presentaban un listado de dificultades técnicas que pocos intérpretes asumirían con éxito en directo. Pero los músicos austriacos las asumieron y las resolvieron muy bien. El ajuste de todos los miembros del grupo, la exuberante gama dinámica, la variedad de ataques, las complejidades rítmicas... todo eso y mucho más se puso en escena, demostrando que estábamos ante unos auténticos virtuosos de la modernidad.

Modernidad en un sentido muy estricto, porque las partituras no podían ser más recientes: 2004 la de Mauricio Sotelo, 1998 la de Beat Ferrer y 2003 la de Salvatore Sciarrino. Acabaditas de sacar del horno, fueron un estupendo primer plato para este festival. Wall of light red, de Mauricio Sotelo -que se tocó en primer lugar aunque figurase como segunda en el programa- es un homenaje a Beat Ferrer y al pintor irlandés Sean Cully. Las diferentes secciones que la componen sugieren atmósferas muy diversas, pero el compositor ha sabido proporcionar continuidad entre ellas. Así, por ejemplo, al motivo de dos notas que se repite en crescendo al principio de la obra y que luego se hace más masivo para, después, apagarse, suceden unos pentagramas pacíficos, de color casi oriental, relajantes. Luego una trompeta dará la señal para sucesivas irrupciones y apagones del sonido. Continuaríamos describiendo aspectos muy variopintos de esta obra si hubiera espacio para hacerlo, pero baste indicar que, aun con secciones tan diferentes, en el fondo era como un renacer de lo mismo, como un espíritu envuelto en diversas reencarnaciones. Todas muy bellas, además.

Vino luego una obra del anteriormente homenajeado y director del grupo: Beat Ferrer. Still presenta una serie de variaciones sobre una línea melódica que, además, sufre un constante juego de dinámicas y ataques diversos. Para acabar, Cuaderno di strada, de Sciarrino, donde los instrumentistas van punteando, contestando o estimulando al barítono solista, cuya parte requiere también una buena cantidad de recursos (incluido el registro de contratenor para la penúltima sección). En esta obra se ofrece un catálogo riquísimo de sonoridades tan hermosas como originales -amén del habitual trabajo de Sciarrino para jugar magistralmente en la frontera con el silencio-, pero el oyente puede aburrirse con una música que, a pesar de las intenciones del compositor -véase el programa de mano- se acerca mucho a la zona de lo exclusivamente experimental. En otras palabras: una música que no siempre conmueve.