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Columna
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Él, ella y el versátil

La cara de cabreo del alcalde en los saraos del 2 de mayo no era un enigma: asistía en Sol a la fiesta de la casa autonómica en la que se le acababa de etiquetar por aquellos días como materia peligrosamente manipulable. Quizá pocas cosas afecten más a la vanidad de Gallardón que ser tenido por tonto, y quienes desde su partido lo acusaban ahora de dejarse manipular por Zapatero no era a éste a quien ofendían -ya habían tildado al presidente de enemigo de Madrid y de casi terrorista- sino a su ilustre alcalde y correligionario. Por eso, aquella foto de Gallardón, tan dotado para la representación y generoso en la sonrisa, tenía todas las trazas de la foto inédita; en la expresión del retratado se vislumbraba el anuncio de que estaba hasta los mismísimos. No era de extrañar que en consecuencia, una vez pasadas las fiestas, al anunciar que haría una declaración un mediodía de aquellos, muchos especularan durante toda la mañana sobre la posibilidad de que el alcalde estuviera ya en una situación límite y hubiera decidido ponerlos sobre la mesa. Se contuvo en cambio y, después de explicar el valor del diálogo y la necesidad de que las distintas gentes y las variadas administraciones se entiendan, pasó a decir que en su partido no hay más directriz política que la que marca su presidente.

Para cualquiera que hubiera escuchado o leído las manifestaciones del alcalde en un contexto de normalidad política, no sólo eran impecables sino demasiado obvias. Pero aquel que las conociera en el ámbito político actual, dominado por la trifulca y en el que la gresca forma parte esencial de la ideología, el sentido común era esta vez subversivo y su expresión pública una declaración de guerra. Primero, porque significaba en este caso un desmarque de Gallardón de la cruzada que para la reconquista de La Moncloa cuenta ya hasta con un Fraga-Pelayo, que viene desde su Covadonga gallega y tiene a Esperanza Aguirre preparando las armas en el fuerte guerrero de La Almudena, y segundo, porque agitar banderas de diálogo desde su bando era como situarse en el bando enemigo del buen rollito. Pero, sobre todo, por lo que pudo parecer de Perogrullo y no lo es: que las directrices políticas las marque en su partido Mariano Rajoy. Tengo para mí que Aguirre posee mejor experiencia y más directo conocimiento que Gallardón de quién la hace feliz y de verdad marca las directrices políticas en el PP, y que pudiera no ser precisamente Rajoy, pero no tengo a Gallardón por un ingenuo.

Por eso mismo, podría llegar a pensar, frente a quienes creen que Rajoy siempre tiene quien le haga las cosas, que sea el propio Rajoy el que inspire a la vez a Aguirre y a Gallardón. La versatilidad -consúltese en el diccionario de la RAE su verdadero significado- puede ser parte fundamental de un directorio político que cuente con la doblez. Con ella, y Rajoy la posee, es posible además garantizar una imagen de pluralidad en el seno del PP de Madrid, que quizá sea su objetivo. Tal vez a eso respondan desde sus distintos papeles tanto Gallardón como Aguirre.

No se puede decir que a uno le haya tocado el papel de bueno y a la otra el de mala: todo dependerá de quien les juzgue. Los dos se empeñan en insistir en sus caricaturas, pero Gallardón no trata de explicar la suya, ni la matiza, y Aguirre suele corregir los retratos que le hacen. Los demócratas progresistas tienen mejor opinión de Gallardón que de Aguirre, y enfatizan tanto su favor por Gallardón que lo hacen parecer un liberal de izquierdas, pero cuando tratan a doña Esperanza de cerca sucumben con frecuencia a los encantos de la presidenta, que personalmente los tiene.

Los conservadores más recalcitrantes no abrigan la menor duda de su opción por Aguirre, pero de cerca tampoco les parece don Alberto un peligro para ellos. De modo que así como Rajoy llama sectario a todo el que no le baila el agua, debe tener por maniqueo al que por culpa de su propia versatilidad, ya que según él Aguirre y Gallardón serían dos personalidades distintas, distintos talantes, pero un mismo espíritu, optan por uno u otra, frívolamente, sin darse cuenta de que en el PP, al final, detrás de todos ellos está el padre eterno. Con una diferencia respecto de la Trinidad: que aquí ni el hijo es Dios ni el espíritu tampoco, sólo lo es el padre. O por pasar de la teología al fútbol: ni Esperanza es el Madrid ni Alberto el Atlético. Ahora bien, si se vuelve otra vez del fútbol a la teología, yo les aseguro que Rajoy sigue siendo el hijo del padre, con la derecha aún en su antiguo testamento.

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