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Columna
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Con papeles

La tasa de natalidad cayó en picado. Económicamente se tiraba hacia delante, y aunque no se alcanzaron todavía los niveles de bienestar de la Confederación Helvética, se toca con los dedos el nivel de desarrollo medio de la Unión Europea. Por eso acudieron, con el sueño o señuelo de una vida y trabajo mejor, miles de extranjeros al País Valenciano. Alrededor de 16.000, que llegaron irregularmente y vivían irregularmente, han pasado por una de las cuatro oficinas reguladoras de la capital de La Plana las últimas semanas. Un número de ciudadanos que equivale prácticamente al diez por ciento de una ciudad de tipo medio como es Castellón. Ciudadanos que, una vez regulados, tienen facilitado el camino para su integración, y ciudadanos que, como indicaba el poeta y subdelegado del Gobierno en Castellón, Juan María Calles, serán un factor positivo y beneficioso para la economía de las comarcas castellonenses con sus aportaciones al erario público. Que todo, pues, vaya regularmente bien y que regularmente lleguen sin irregularidades y con papeles cuantos nuevos ciudadanos encuentren entre nosotros trabajo y acomodo, porque la emigración ni es nueva ni es novedosa ya en Europa.

En este mismísimo rincón mediterráneo que habitamos, los desplazamientos de población durante el último siglo han sido constantes: las comarcas de secano se quedaron casi vacías. Unos cien habitantes quedan en Vallibona, a pocos kilómetros de Morella, cuando hace ahora poco más o menos cien años tenía trescientas masías habitadas y un núcleo de población que sumaban 1.702 laboriosos y activos seres humanos. Pocas almas quedan ya por estos parajes mágicos donde se cruza el río Cérvol con el profundo barranco de la Gatellera, genialmente retratados y descritos por Rafael Cebrián y Francesc Jarque en una cuidada edición de Bancaixa. Los robles, las encinas, el monte bajo, el pastoreo y la industria carbonífera no ofrecían posibilidades de futuro a las gentes de aquí, y regularmente se fueron en busca de otros horizontes sociales y económicos. Le dijeron adiós a los picos del Turmell y la Taialota y a las laderas agrestes, en las que formó el carlista Cabrera su primera partida de irregulares. Y ha sido pura coincidencia que estos días, y mientras nuestros conciudadanos irregulares soportaban largas colas para regularizarse, los escasos habitantes de Vallibona, o los descendientes de quienes emigraron, vayan en procesión a la población turolense de Penya Roja de Tastavins para conmemorar, como regularmente los hacen cada siete años, un viaje semejante que realizaron en la Edad Media en busca de mujeres, porque el paraje mágico se despobló a causa de una peste.

La romería a Penya Roja de Tastavins es una regularidad festiva; las colas de irregulares esperando regularizarse, la solución de un problema social, reflejo del dislate que supuso el que llegaran de forma irregular. Porque ahí radica el problema y no en el toma y daca de la oposición al Gobierno o viceversa. Y es que la irregularidad y la falta de papeles añade a la emigración la cochambre de las injusticias y los abusos de un lado, y el disparate y el suceso negro del otro. Lean ustedes otra vez la página siete del pasado sábado de esta edición de EL PAÍS donde tuvieron puntual noticia de inmigrantes estafados y de inmigrantes condenados por hechos graves que no son de recibo. Con la llegada con papeles, algo de todo ello se hubiese evitado.

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