Un monarca sin corona
Mario Soares, o Dom Mario, como también se le llama, se muestra relajado, interesado y perceptivo durante la comida en un restaurante cercano a la fundación que lleva su nombre, en Lisboa. A sus 80 años, el antiguo ministro de Asuntos Exteriores, primer ministro y, entre 1986 y 1996, presidente de la República, es el político más respetado entre los 11 millones de portugueses, y se mantiene activo en la política nacional e internacional. Portugal es una república desde la revolución de 1910, una de las convulsiones que agitaron diversos Estados semiperiféricos, desde China, Turquía y Persia hasta Rusia y México, y que presagiaron e incluso, en cierto modo, provocaron la I Guerra Mundial. No obstante, tres décadas después de la revolución de los claveles que derrocó el Estado fascista en 1974, hay un hombre al que muchos consideran el monarca sin corona de este país.
Soares estaba fuera del país cuando se produjo la revolución del 25 de abril. Al llegar a Vilar Formoso, un comandante le pidió instrucciones
Vista desde ahora, y de acuerdo con sus palabras, la revolución no fue un intento tardío y confuso, por parte de la sociedad portuguesa, de ponerse a la altura del resto de Occidente
La indignación que le provocaba la tolerancia de Estados Unidos y Europa respecto a Franco y Salazar tras la II Guerra Mundial nunca le ha abandonado del todo a Soares
En la actualidad existen cuatro grandes temas de los que Soares habla sin cesar: la crítica al poder de EE UU -sobre todo, la política estadounidense en Palestina e Irak- y al abandono de sus compromisos con las leyes e instituciones internacionales; la necesidad de una Europa fuerte y federal que tenga un papel independiente en el mundo; la proliferación de problemas mundiales, y la defensa de las victorias sociales y políticas obtenidas por el movimiento socialista europeo en las últimas décadas. Permanece fiel a algunas de las viejas ideas de su pasado portugués radical, entre ellas, su anticlericalismo, y a su primer amor, la poesía.
Denunciado por la izquierda portuguesa en los años setenta como agente del imperialismo estadounidense, Soares es hoy uno de los principales críticos de la política mundial contemporánea, el personaje más veterano en las cumbres de Porto Alegre y un crítico incansable de la actuación de EE UU en Oriente Próximo, la globalización neoliberal, la miopía de los gobernantes de la UE y la mentalidad superficial y corta de miras que predomina hoy en el mundo occidental. Desde que dejó la presidencia, en 1996, se ha vuelto aún más radical, más pesimista sobre los problemas del mundo, como el tráfico de personas y de drogas o la propagación de enfermedades. Pero conserva un firme optimismo: él no es socialdemócrata, insiste, sino socialista, enemigo de la violencia y decidido adversario del capitalismo contemporáneo.
Cárcel y exilio
Bajo la dictadura de Salazar, Soares, como antes su padre -fue ministro en el periodo democrático anterior a 1926-, estuvo en la cárcel y exiliado. De joven, en 1944, se había incorporado al Partido Comunista, indignado por la indulgencia de las democracias con Franco y Salazar y con el argumento de que era el único grupo que ejercía una oposición activa a la dictadura; sin embargo, seis años después rompió con la organización por sus mentiras. Comenzó a leer a Arthur Koestler, Hannah Arendt, George Orwell, y luego, a viajar por Europa Occidental y EE UU, para denunciar al Estado fascista. A medida que las guerras de África empezaron a desgastar el régimen, intensificó sus críticas, y en 1972 refundó el Partido Socialista.
Soares estaba fuera del país, en Alemania, cuando se produjo la revolución del 25 de abril. No había comunicaciones aéreas, de modo que tuvo que atravesar España y, al llegar a la primera estación portuguesa, Vilar Formoso, se encontró con una multitud que le aguardaba con pancartas y al comandante de las tropas locales que, para su asombro, le pidió instrucciones. A aquel momento siguió un año y medio lleno de dramatismo, con hechos como el intento de golpe del general Spinola, el conservador que había llegado a la presidencia en abril de 1974, o los esfuerzos del Partido Comunista y la extrema izquierda para hacerse con el poder, que culminaron con los sucesos de noviembre de 1975 y el fracaso de un intento de golpe de los izquierdistas que contaba con el apoyo ambivalente del PC.
Soares es feroz al hablar del violento idilio del líder comunista Alvaro Cunhal con la perspectiva de la toma armada del poder, según el modelo bolchevique. Fue Cunhal quien, al volver del exilio, se subió encima de un tanque, y quien, en una entrevista con Oriana Fallaci, se delató al afirmar que la democracia parlamentaria nunca se establecería en Portugal. Al llegar las elecciones de abril de 1975, los socialistas obtuvieron el 37% de los votos y los comunistas sólo el 12%.
Se muestra igualmente cáustico con el que fue secretario de Estado norteamericano Henry Kissinger. Kissinger le dijo que Portugal acabaría en manos de los comunistas y que él era "el Kerensky portugués", pero que, en su opinión, era un hecho positivo, porque vacunaría a Francia e Italia de los peligros del comunismo.
Cuando era ministro de Exteriores Soares fue el responsable de establecer relaciones con el bloque soviético y supervisar las negociaciones para una rápida salida de las colonias africanas, en las que la guerra hacía estragos: Angola, Mozambique y Guinea. Un personaje del que gratamente sorprendido fue del ministro soviético de Exteriores, Andréi Gromiko. Soares cuenta que, en su primera visita a Moscú, en enero de 1975, cenó con Gromiko y su mujer y pasó el tiempo hablando de Pushkin. Asimismo dedica palabras afectuosas a los dirigentes socialistas europeos de la época, Callaghan, Brandt y Mitterrand, que le apoyaron política y económicamente durante la estabilización de la democracia en Portugal.
Vista desde ahora, y de acuerdo con sus palabras, la revolución portuguesa de 1974-1975 no fue un movimiento de insurrección de obreros, campesinos sin tierras y soldados radicales, que ofrecían la promesa de la primera revolución socialista en Europa Occidental desde la II Guerra Mundial, sino un intento tardío y confuso de la sociedad portuguesa de ponerse a la altura del resto de Occidente. Con todo el dramatismo y toda la incertidumbre, los manifiestos militares y las tomas de tierras, en aquellos meses murieron en Portugal menos de 20 personas. Después vendrían la democratización, el abandono del imperio africano y, en 1986, la entrada en la UE junto con una nueva España democrática. A pesar de la pasión de los meses posteriores a abril de 1974, los gestos políticos teatrales de los comunistas, los militares radicales y los maoístas (entre cuyos líderes juveniles se encontraba José Manuel Barroso, hoy presidente de la Comisión Europea), lo cierto es que Portugal estaba experimentando, como España y Grecia, la misma "revolución de la puesta al día" que vivirían, 15 años después, los países del Este.
Contexto histórico
La clave para entender a Dom Mario es el contexto histórico: Soares es uno de los últimos supervivientes de una generación de socialistas europeos que combatieron y acabaron por derrotar al fascismo que dominó gran parte del continente en el siglo XX. La indignación que le provocaba la tolerancia de EE UU y Europa respecto a Franco y Salazar tras la II Guerra Mundial nunca le ha abandonado del todo. Mientras casi todos los que alcanzaron la fama oponiéndose al comunismo han caído en el silencio o la excentricidad, es curioso que sean los que vivieron con el fascismo y lucharon contra él quienes se han mantenido más firmemente comprometidos con los valores laicos y democráticos y más críticos respecto a la globalización capitalista: políticos como Brandt y Soares, o filósofos como el difunto Bobbio y Jurgen Habermas, poseen un temple intelectual y moral que no tiene parangón entre los opositores a la antigua URSS; existe un abismo considerable entre estas figuras y las estupideces de Lech Walesa y Nathan Sharansky.
Tras años de estar gobernado por la derecha, Portugal acaba de escoger un Gobierno socialista dirigido por José Socrates, de 48 años y elegido líder de su partido sólo cuatro meses antes de las elecciones del 20 de febrero. Soares se muestra entusiasmado por la coincidencia de que España y Portugal tengan sendos Gobiernos socialistas. Habrá que ver si estos dos países, aislados durante décadas de la política europea, logran revivir y sostener -de manera menos llamativa, pero quizá más eficaz que en los dramáticos episodios del siglo pasado (España, 1936-1939; Portugal, 19741975)- algunos de los firmes valores democráticos que Dom Mario encarna desde hace tanto tiempo.
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