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FUERA DE CASA
Columna
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Furiosos y templados

Lo intenté y no pudo ser. No llegué a la fiesta de la Comunidad, antes del Dos de Mayo, antes Malasaña, antes Maravillas. La culpa la tienen Zapatero y todos sus ministros. Está claro que el socialismo está unido a los atascos. Antes nos atascábamos menos. ¿Habrá que privatizar los atascos? Antes, hace poco más de un año sin ir más lejos, en España, en Madrid, no sabíamos lo que era un atasco del Primero de Mayo, y mucho menos del segundo. Antes, que yo recuerde, no había atascos ni en el 18 de Julio. Y eso que las caravanas populares llegaban fervorosas, y con el brazo en cabestrillo, hasta el centro de la plaza de Oriente y de la reserva espiritual de Occidente. Eran otros tiempos, otras sequías. Los atascos, está bien estudiado; comenzaron con los desgobiernos socialistas, desaparecieron por milagro en la etapa bélica / puritana, en los inolvidables años de Aznar / Acebes y han vuelto a la superficie con el Gobierno pacifista / libertino. Lo sentí. La fiesta, el botellón oficial de Esperanza Aguirre en la Puerta del Sol, prometía. No todas las fiestas oficiales tienen ese cartel de lujo, ese morbo de primavera sangrienta, de enfrentamiento anunciado entre dos en la cumbre del escalafón. No es habitual esa rara oportunidad de ver, y con invitación en barrera, un duelo en el coso madrileño con los dos grandes espadas del toreo por derechas. Me contaron que el alcalde, tranquilo, educado, ausente y silencioso, mantuvo con dignidad su papel en el ruedo ibérico / madrileño. Un papel de música callada del toreo. Entre Rafael de Paula y don Tancredo. La presidenta, más ruidosa, más popular, más atrevida en la suerte natural. Es decir, con menos adornos pero entrando a matar. Todo vale en la hora de la verdad, hay que entrar a matar. Valen carnicerías, descabellos y la puntilla. Cada maestro tiene su estilo. Los atascos de Zapatero han tenido la culpa. También, el que no se conforma es porque no quiere, tienen su lado positivo. Por ejemplo, se puede aprovechar el atascón con la lectura. Lo hice. Para no equivocarme me llevé lecturas ligeras. Abrí la nueva traducción del Orlando furioso, de Ariosto. Excelente, más de 2.000 páginas de inmersión en aventuras, magias, amores, engaños de hace cinco siglos, de siempre. De verdad, muy recomendable para las horas de atascos. Con atención uno se encuentra con claves para entender este desencuentro a la madrileña. Sobre todo, las controladas palabras del alcalde, un maestro en disimular sus furias Así comienza el canto cuarto: "Si bien el fingimiento, las más veces, es reprensible y propio de malvados, sucede en ocasiones que produce notables y evidentes beneficios, y evita muertes, daños y deshonras; porque no siempre estamos conversando con amigos en esta oscura vida, que es mortal y está llena de envidia". No pude evitar acordarme de Gallardón. Pensé hacerle llegar el libro. Y lo hice a la manera de las tribus de Malasaña de hoy. De la sección lectora, que también los hay. Hice mi particular bookscrossing. Tienes que dejar un libro que te guste en un lugar propicio para que alguien lo rescate lea, y siga la rueda. Yo dejé mi querido Ariosto en la plaza de la Villa. Me preocupó que por allí pasara, antes que el templado destinatario en el que había pensado, un vecino de la plaza, un gran lector, el escritor Javier Marías, y se llevara el libro para su biblioteca. Pero no, no es fácil sorprender al autor de Tu rostro mañana con un libro tan esencial, tan irónico, tan fabuloso como éste. Mantengo la esperanza, con perdón, de que haya llegado a las manos adecuadas. Le cogí gusto a este nuevo deporte cultural y volvía a salir de casa armado con otros libros. El libro del ex presidente Joaquín Leguina, político e intelectual de gran talante de los tiempos en que el talante no estaba en el mercado. El libro de Leguina, Conocer gente, lo abandoné a las puertas de la sede de la Comunidad, en plena Puerta del Sol, allí dónde el botellón de la presidenta Esperanza Aguirre. Yo creo que le vendrá muy bien. Y que se anime a sacar del olvido el ninguneado himno de García Calvo. Que, de paso, recupere las estrofas censuradas y sin embargo tan del espíritu de esta ciudad, comunidad, patria pequeña o lo que sea. Rescatar por ejemplo esos versos: "Mira, Anacleto, las vueltas que da el mundo para estarse quieto". O ese otro tan nuestro: "Madrid capital de la nada". Sí, será la capital de la nada, pero hecha pedazos. Como diría mi compañero Juan Cruz.

También creo que a la concejala Ana Botella le hacen falta algunas lecturas. Seleccioné el del madrileño, y muy bien premiado por la derecha, el centro y algunos restos de la izquierda, Francisco Umbral. Otra vez a la Plaza de la Villa, otro libro que regalo para mayor cultura de las autoridades del Ayuntamiento popular de mi impopular ciudad. El de Umbral se llama Días felices en Argüelles. Está lleno de cotilleos de alto nivel cultural y periodístico. En un momento cuenta cómo en la entrega de su flamante Premio Cervantes, en compañía de los Reyes "venía Aznar, entonces presidente del Gobierno, y venía su mujer, Ana Botella. Aznar me dijo: 'Con todo lo que tú has escrito contra mí, aquí me tienes a entregarte este premio...'. Ana Botella me había escrito aquellos días una carta: 'Enhorabuena por tu Premio Planeta'. Nunca le conté a Ana que el Cervantes no es exactamente el Planeta". Pues eso, que lo sepa.

Ya puestos a regalar me voy a Barcelona, a los alrededores de la casa madre de la admirada Carmen Balcells. Allí pienso dejar algunas novelas y otros escritos de Miguel Delibes. Espero que por allí pase, aunque sea con disfraz de sin papeles, el premio Nobel, el recuperado entre nosotros Gabriel García Márquez. Se los regalo con la intención de que empuje un poco más la candidatura de Delibes para el Nobel del año quijotesco. Gabo tiene mano. Lo siento por Pere Gimferrer, pero este año toca castellano. Y suena Delibes, aunque tampoco estaría mal que fuera el memorioso y apenas centenario Francisco Ayala. Los dos tienen una obra que ennoblece a quienes la escribieron y mejora a sus lectores.

Esperanza Aguirre y Alberto Ruiz-Gallardón, en la fiesta de la Comunidad de Madrid.
Esperanza Aguirre y Alberto Ruiz-Gallardón, en la fiesta de la Comunidad de Madrid.

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