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Columna
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Algo peor que desollar un piojo

Soledad Gallego-Díaz

La mejor forma de conseguir que los ciudadanos no pierdan la confianza en las instituciones no es ocultar o suavizar su mal funcionamiento, sino simplemente mejorarlas. Y quienes se empeñan en "proteger" a los ciudadanos mejorando la imagen de las cosas, y no las cosas, no les están protegiendo, sino seguramente menospreciándoles.

El menosprecio, la contemplación de las propias prendas con olvido o desdén de las de los demás, es una vileza a la que están muy expuestas personas aparentemente inteligentes, cultas y educadas que se consideran, sin embargo, preferidas, y capacitadas para ocultar a las demás lo que tienen derecho a saber, con la excusa de que "se creará una alarma innecesaria".

Los dirigentes públicos caen cada vez más en esa culpa, pero el último episodio grave no ha ocurrido entre ellos sino en el Consejo de Seguridad Nuclear (CSN), el organismo encargado de vigilar las centrales e instalaciones nucleares de este país. Su presidenta María Teresa Estevan Bolea, nombrada en su día por el PP, envió al Congreso un informe suavizado sobre la corrosión que sufren los "trenes" de refrigeración B (roto) y A (afectado) de la central de Vandellòs II, suprimiendo los párrafos más severos del trabajo realizado por la jefa de seguridad del Consejo, Isabel Mellado. Sólo la reacción de los otros cuatro consejeros del CSN (y muy señaladamente de Paloma Sendín, también propuesta por el PP y ex directora general de Minas) hizo que la señora Estevan se viera obligada a rectificar.

El informe original señala que los fallos no han afectado a la refrigeración del reactor y no han tenido consecuencias ni para los trabajadores ni para la población, pero que se ha producido "una reducción de los márgenes [de seguridad] requeridos", lo cual "no es aceptable".

Algunas cosas han quedado bastante claras:

1) La presidenta del CSN fue puesta en entredicho por los consejeros de ese organismo casi desde el mismo día de su nombramiento, e incluso acusada ya en septiembre de 2002 de tomar decisiones unilaterales y de "usurpar" funciones en un órgano que debe ser colegiado. ¿Nadie pudo hacer algo para relevar a la señora Estevan de la presidencia de un organismo en el que se supone que los ciudadanos debemos confiar ciegamente, cuando ella misma no es capaz siquiera de contar con la confianza de sus colegas?

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2) En la central de Vandellòs II se han detectado los siguientes fallos: debilidad en el diseño de una tubería; incorrecta vigilancia de dicha tubería; mantenimiento ineficaz de las bocas; falta de sensibilidad generalizada en la organización (es decir en la dirección y en el equipo de gestión de Vandellòs II) sobre la importancia de la seguridad del sistema de agua de servicios esenciales; problemas organizativos y deficiencias en la gestión; primacía de la producción frente a la seguridad; arranque de la central tras la rotura sin los análisis de seguridad adecuados; declaraciones de operabilidad sin adecuadas evaluaciones de seguridad; y ocultación y retardo en la información al CSN.

Según el informe, las decisiones incorrectas se vienen tomando (o dejando de tomar), como poco, desde 2000. ¿Quién ha sido responsable: Juan José Pérez Torrents, el gerente de la Anav, la empresa titular de Vandellòs II? ¿Ángel Fernández, el director de la central? ¿o el presidente de Endesa, Manuel Pizarro? (Endesa tiene el 85,41% de Anav e Iberdrola, el 14,59% restante). ¿Quién ha permitido un sistema de trabajo que impide una correcta comunicación entre las secciones de la central? ¿Quién dispuso que se volviera a arrancar la central sin adecuadas evaluaciones de seguridad? ¿Quién se creyó que tenía derecho a hacer lo que hizo? Da la impresión de que lo peligroso no ha sido la corrosión de una tubería, sino la corrosión de todo un sistema de trabajo, una organización y un modelo de toma de decisiones francamente inquietante. ¿Y eso, de quien ha sido responsabilidad? ¿De un soberbio? ¿o de un codicioso que, como dice un brutal refrán belga, es capaz de desollar a un piojo para obtener su piel? solg@elpais.es

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