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Columna
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El lío

Rosa Montero

Corren malos tiempos para el mito amoroso. En las últimas semanas han caído dos altas torres de la eternidad sentimental, a saber: se han separado David Bisbal y Chenoa, tras tres años de relación, y se han divorciado Brad Pitt y Jennifer Aniston, tras cinco años de matrimonio. Hoy tengo ganas de escribir de algo frívolo, a saber, del amor, que es esa menudencia por la cual la mayoría de los seres humanos hemos sentido alguna vez ganas de morirnos. Y es que la pasión amorosa es un movimiento del alma tan extraño que solemos recordar con más agudeza los dolores sentimentales que los éxtasis. Los desamores se nos graban como un tatuaje en la memoria, mientras que las etapas de dicha tienden a desteñirse y emborronarse, hasta el punto de que a veces nos topamos con el otro o la otra por quien algún día perdimos la cabeza y no conseguimos recordar qué diantres le veíamos. De hecho, con el tiempo solemos creer que nuestros amores más intensos son aquellos en los que más hemos sufrido, cuando es muy probable que, en lo real, no fuera así.

Estamos en la estación de los amores, esto es, en la primera embestida de los calores primaverales, que ponen la sangre tan espesa y ardiente como la lava y provocan toda una pirotecnia de feromonas. Como cuenta Luisgé Martín en su estupendo libro Los amores confiados, estudios realizados en los años noventa en una universidad norteamericana parecen demostrar que el deseo erótico desaparece al cabo de tres años de convivencia. Sé de otras investigaciones que hablan de cinco años, que es el periodo necesario para que la cría de los humanos adquiera cierta autonomía. Luego hay parejas afortunadas que consiguen seguir amándose de otro modo: tal vez más profundo, pero distinto. Y no todo el mundo es capaz de amar así, en la perseverancia del cariño: hay personas tan apasionadas que siempre sentirán la añoranza de la droga amorosa, del subidón frenético. Y lo que los investigadores no nos dicen es qué se puede hacer una vez que se acaba el amor eterno. De ahí las infinitas chapuzas sentimentales: rupturas repetitivas, convivencias tediosas, triángulos, cuadrángulos e infidelidades. Sálvese quien pueda. Qué lío esto de amarse.

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