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Crónica:DE LA NOCHE A LA MAÑANA
Crónica
Texto informativo con interpretación

La conducta evitativa

Sólo los nostálgicos de sus años jóvenes se regodean en la certidumbre de que ya no se hacen películas como las de antes o se escriben novelas como las clásicas, en claro indicio de envejecimiento prematuro

Morir de éxito

Entre las muchas argucias de José María Aznar, ese listillo de repostería, quizás habría que incluir la designación de Rajoy como sucesor al frente del partido, acaso a sabiendas de que llevarlo a la ruina era el mejor atajo para presentarse dentro de unos años como garante de las esencias y candidato de postín en futuras elecciones generales. Diga lo que diga Francisco Umbral, con el que parece formar pareja de hecho, Rajoy no convence ni a los suyos, tiene esa retranca jocosa que en nada tranquiliza a los banqueros, y una cierta mirada errática que lleva a la percepción de que no es muy de fiar. Por aquí, no es que Joan Ignasi Pla sea una lumbrera, pero es de agradecer que desdeñe el latiguillo de la defensa de lo valenciano para enmascarar su falta de programa. Todo lo contrario que Francisco Camps, que estar, está, pero casi nunca se lo espera.

Multiculti

Un escritor presenta su novela, de la que asegura que es un reflejo de la situación en Argentina, o bien que trata de la desgracia de estar vivos todavía, o bien que testimonia los problemas del hombre de nuestra época, al mismo tiempo que millones de posibles pero ajenos lectores se entusiasman ante la tele con la victoria de Alonso frente a Schumacher o dedican las últimas horas del día a rebobinar los goles del Barça. Cada cosa tiene su tiempo, no se sabe si también su medida, y muy pocas son incompatibles. Son más bien homogéneas, en lo que tiene que ver con el disfrute por delegación, de manera que lo mismo da ver un bólido de marca calentando motores, la muñequera de un tenista desalentado, un pase diabólico de Ronaldinho, o terminar la noche hojeando algunas páginas del último best-seller.

Nada es como antes

Siempre hay quien sale diciendo que ya no se hacen películas, novelas, obras teatrales o lo que sea como las de antes. Suele tratarse de personas de mediana edad en tránsito de dejarse llevar por la nostalgia. Pues claro que casi nada se hace ya como antes. Y menos mal. Imagínense el suplicio que supondría seguir viendo en la pantalla eternamente a la feliz pareja Lauren Bacall-Humprey Bogart, leer de nuevo cada día Cien años de soledad, verse condenados a escuchar una y otra vez exclusivamente las afortunadas síncopas de Charlie Parker o ver en los escenarios reiterarse hasta la saciedad las gracietas de Alfonso Paso. Por fortuna, los espectadores nuevos impulsan la creación novedosa de una manera más firme que los especialistas talluditos. Por lo demás, si Ridley Scott, autor nada menos que de Blade Runner y Alien, es un chapucilla de tres al cuarto, ya me explicarán dónde tiene las entendederas el comentarista.

La risa del actor

Una de las cosas que más impresionan de la actuación de Josep María Pou como Rey Lear, más allá de algunas ingenuidades estrepitosas del director del montaje, es su sabio uso de la risa, algo que, que yo sepa, no se había visto antes en relación con este personaje. Al principio, cuando se dispone a repartir el Reino entre sus hijas, compone una risa sardónica sin motivo aparente, pero es que quiere ponernos sobre aviso de lo que habrá de hacer después. Es ya, desde luego, una risa inquietante, pero que no llega a ser estremecedora: el Rey se divierte con su juego, eso parece ser todo. Muy distinto es el pollo, y la risa subsiguiente, que se monta Pou a partir de la negativa de su hija menor, Cordelia, a seguirle el juego. A partir de ahí hay una progresión de risotadas, a cual más feroz y más desamparada, como si Lear no encontrara otro camino que ensayar la crueldad de reírse finalmente de sí mismo como si fuera otro. En esa gradación de la risa desde fuera, que viene a ser el espejismo de la crueldad en acto, reposa Pou su personaje. Una risa que crece sin control al hilo del temible acontecer que la provoca.

El efecto paradójico

Ni se sabe los millones de becarios, profesores en precario y expertos en filología que sobreviven desde hace un par de siglos a costa de dar la matraca sobre Don Quijote, una novela de mérito aunque algo farragosa de la que la mayoría de sus lectores sólo recuerda los breves párrafos que les tocan en suerte en esa escalofriante ordalía de lectura corrida a cargo de personas de mérito. Cervantes tiene la mala suerte de ser no el autor más leído, pero sí el más comentado, de modo que no me extrañaría que el número de textos publicados por sus exégetas sea mayor que el de las ediciones leídas de esa obra monumental. Un monumento, sin duda, que se observa desde lejos bajo las últimas luces del crepúsculo o a la luz difusa del amanecer, antes de sumergirse en la hipnosis del último late night televisivo.

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