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Reportaje:

La vida en una 'rave'

Una fiesta 'tecno' ilegal tiene lugar cerca de Valencia, unos días después de que la Guardia Civil descubriera otra

La noticia se hizo pública el jueves 28 de abril: el sábado 23, a las once de la mañana, medio centenar de guardias civiles fueron a hacer prácticas a un antiguo polvorín militar de Riba-roja. Allí se tropezaron con unos 200 ravers, es decir, con amantes de las fiestas rave. Este término inglés denomina fiestas de música tecno ilegales que autogestionan núcleos de aficionados a ellas. Finalmente, y por órdenes de un superior, los agentes se marcharon sin intervenir. El sábado 30 de abril se celebraba otra rave en Valencia y EL PAÍS consiguió asistir a ella.

Esta tenía organizadores distintos a la de Riba-roja, y se llevaba a cabo en un terreno de árboles que forma parte de unas ruinosas instalaciones industriales abandonadas, en un pueblo a unos 25 kilómetros al norte de Valencia. La fiesta llevaba en marcha desde las dos de la madrugada, pero se animó a partir de las diez de la mañana, con la mayoría de clubes valencianos ya cerrados. En el espacio se congregaron más de 100 personas de entre 20 y 30 años. Los coches llegaban de todas partes, y la matraca de los altavoces se escuchaba a distancia. Mucha gente del pueblo pasaba cerca de la fiesta camino de la compra mirando el trajín como si tal cosa.

Los coches llegaban de todas partes y los altavoces se oían a distancia

Al visitante le dan la bienvenida 2.000 watios de sonido de verdadera tralla. Nada funky, nada sexy, nada sensual hay en este ritmo atronador, recibido como dulce maná por una parroquia extasiada: los ravers se sienten especiales sólo por el mero hecho de asistir a esta fiesta. Más allá de la pinta, más allá de quién sea, uno, aquí se siente especial sólo por formar parte de algo transgresor y ritual. En inglés, el nombre específico de lo que se pincha en este lugar es hard-techno, algo demasiado duro, ácido, y chirriante para que se programe en una discoteca que quiera transmitir glamour y ganar dinero. En esta rave nadie paga entrada. La cerveza está a un euro. El litro de calimocho, a cinco. Los cubatas, a cuatro. Los sucesivos dj no cobran, sólo beben gratis. "Necesitamos generar 1.000 euros para no perder dinero, pagar el alquiler del equipo, la bebida y todo eso, pero no pensamos en ganar", explica uno de los jóvenes organizadores que quiere ser referido como Cristian. "Pretendemos que estas fiestas sirvan para darnos a conocer como colectivo que lleva adelante proyectos hedonistas y musicales; aparte, yo me siento pagado con esto". Y señala a los asistentes que están con las manos arriba, siguiendo los golpes de sonido con el puño al viento, todos flipados, absolutamente mezclados entre ellos mismos, y mezclados también hasta con perros, ya que hay quien acude a este circo post-industrial con animales. "No nos gusta hacer raves en cuevas, eso es más típico de punkies", dice Cristian refiriéndose a los llamados pies negros, una tribu itinerante habitual en toda metrópoli que pide limosna por las ciudades y organiza fiestas okupa. "Los espacios cerrados son sucios, hay polvo, es oscuro", continúa.

La verdad es que aquí hay mucho polvo también, y el interior del edificio es cochambroso, pavoroso. "Pero la gente no baila dentro del edificio, sino fuera, al sol". "Hemos celebrado muchas fiestas ya en esta zona, algunas con bastante más público, y, como recogemos lo que ensuciamos, no acostumbramos a tener problemas ni con la policía ni con el guardia de seguridad que vigila este recinto abandonado" ¿Y hay lavabos? "Se improvisan, es bueno para la naturaleza". Por eso Valeria, raver de 22 años, estudiante de Bellas Artes, lleva un largo trozo de papel higiénico en el bolsillo. "El aire libre es mejor que los lavabos de los tugurios", opina.

El público que se ve no es proletario. Sí, hay algunos con aire callejero y tirado, pero hasta eso parece elegido. Contra pronóstico, se ven camisetas de Donna Karan, se ven hasta fashion girls, y, esto se preveía, mucho look rasta, hip-hop y de estudiante que va de alternativo. "Es gente de clase media", dice otro organizador, que se hace llamar Óscar M. "Estudiantes universitarios hay muchos, por eso no las hacemos cuando hay exámenes". Los fines de semana que hay puente -como este- son buenos. La mayoría lleva desde el día antes de juerga. Otros se han levantado adrede. Todos están en órbita.

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"Las drogas están presentes, pero como en los clubes", valora un bailarín imparable. "Aunque vengas y te drogues, el motivo de venir no es la droga, es el ambiente", explica. Quizá la diferencia estribe en que aquí el consumo no debe eludir ninguna restricción normativa. No se advierte movimiento de trapicheo, quizá las sustancias se traigan de casa. "Entre la gente desciende el consumo de gel", apunta Cristian, en referencia anestésico llamado ketamina, una droga para esnifar que, inicialmente, se consumía para bajar el efecto estimulante de otras y que quedó muy unida a las fiestas rave. Un pasote de gel disocia el cuerpo de la mente y deja al consumidor convertido en un vegetal, un zombi. En este ambiente está ahora más al alza el éxtasis, en sus distintas soluciones, y el speed. La coca no es tan común. Y reina el porro. "También hay gente que no toma nada", insiste Cristian. "Es lo mejor para llevar un control de la situación".

Entre siete y doce personas han organizado la fiesta de hoy, que se alargará "hasta las tres, las cuatro de la tarde". Cada cierto rato, los organizadores deben estar pendientes de poner gasolina al generador alquilado que facilita electricidad para la luz y el sonido. "Si vemos a alguien que se sube al tejado, por ejemplo, lo bajamos", indica Cristian. En años anteriores, raves celebradas en espacios Valencia y Alicante han acabado con heridos graves, jóvenes que tuvieron accidentes desde distintas alturas. "Eso es un asunto muy jodido", dice Cristian. Como la posible violencia. "La gente va más de neo-hippy", dice Chaman, un asistiente, "pero al que es violento, se le hace ostracismo, no se le integra en el círculo; y al que va de buen rollo, le das todo", y eso, dice "es una ley no escrita de la vida en las raves".

En zona de nadie

A diferencia de lo que ha sucedido en Inglaterra o Francia, en España y en la Comunidad Valenciana la persecución de las raves no ha obsesionado a la legislación ni a los cuerpos de seguridad. En materia de ocio, la Administración sólo interviene sobre aquello que está reglado -y esto no lo está- y la policía no actúa si no hay denuncia vecinal o del propietario del espacio donde se celebra la fiesta. Cabe decir que en los dos países mencionados, las rave han acabado siendo macro-festivales ilegales que proporcionaban pingües beneficios. Aquí todo es muy underground. Aunque en el Reino Unido empezaron a finales de los ochenta, en el territorio valenciano se prodigan desde 1998 con una cadencia mensual o quincenal. Los ravers tienen predilección irónica por antiguas instalaciones militares abandonadas, aunque organizan fiestas hasta en vertederos de inorgánicos. Hasta 1.500 personas han llegado a congregarse en una de estas celebraciones en Valencia. Lo más complicado es buscar un nombre a la fiesta, luego se publicita la fecha de realización con carteles -aunque no el sitio-, se anuncia un móvil de contacto y se hace publicidad a través de foros de Internet.

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