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VISTO / OÍDO
Columna
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La mili

Era como la peste para el mozo español, y aun para España, cuyos jóvenes se llevaba para nada o, peor aún, para la guerra, dejando desiertos puestos de trabajo. Para algunos era mejor que el puesto de trabajo: conmigo estuvieron mineros asturianos, y cuando les expliqué que por su oficio estaban exentos, me pidieron que no lo dijera: allí estaban mejor que nunca. Ya no es así: pero algo queda que hace que se alisten muy pocos, y que renuncie un porcentaje muy alto. Se les ha engañado con la publicidad, que prometía estudios gratuitos de carreras y una vida de camaradería y entusiasmo. Desde un punto de vista ético, es inadmisible. Una cosa es la publicidad de un automóvil o de un teléfono móvil, o de un perfume para caballeros que hace adherirse a ellos a las estrellas rubias y altas, y otra cosa es no explicar cuál es el verdadero porvenir. No otra cosa hacían, poco tiempo atrás, los sargentos reclutadores que recorrían las campiñas con un tambor que llamaba al pueblo, ante el cual pronunciaban un discurso lleno de promesas. Pero entre otras cosas se prometían matanzas muy atractivas, violaciones incesantes y algún botín. Napoleón prometía el ascenso: cada soldado lleva en su mochila el bastón de mariscal. Casi dos siglos después un cantor de los soldados -el parisiense Francis Lemarque- le corregía: Si lleva el bastón de mariscal, cuando vuelve sólo tiene en la mochila un poco de ropa sucia. (Quand un soldat s'en va-t-en guerre il a / Dans sa musette son bâton d'maréchal / Quand un soldat revient de guerre il a / Dans sa musette un peu de linge sale).

Creo que se está estudiando la manera de cambiar la publicidad del servicio para atraer al mozo con lo que realmente hay. Quizá sería mejor cambiar la vida militar. No creo que sea difícil: ha cambiado todo en tanto tiempo que no debe dejarse que la disciplina supere a la razón, y la voz de mando a la lógica. Ya comprendo que no se puede hacer de un regimiento una Pasarela Cibeles o una opereta como El desfile del amor, pero mientras se llega a la era en que los ejércitos se disuelvan y los pueblos se hermanen algo se puede ir haciendo para que la vida militar no aterrorice a la juventud española, que, desde luego, no aceptó nunca la consigna de ser "mitad monje, mitad soldado", que el joven Primo copió de los templarios.

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