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Columna
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El yelmo de Mambrino

Llevamos demasiado tiempo bajo este sirimiri triste y depresivo que entra hasta los huesos. Como sucedía en el Macondo de García Márquez, donde la humedad lo acababa pudriéndolo todo, vemos con fatalismo resignado lo que ocurre, celebrando memeces y desatendiendo lo serio. Menos mal que a nadie de por aquí se le ha ocurrido solicitar la integración en la francofonía. Por el contrario, el culto alcalde Azkuna inicia el maratón de lecturas del Quijote en la Universidad de Deusto. Y, mientras, los profesores encerrados en el instituto de Bertendona siguen con su protesta frente a una consejera de Educación que no le tiembla el pulso ni el semblante a la hora de mandarles al paro, por lo que tendrán que marcharse a otra parte a impartir su enseñanza en la lengua de Cervantes. En el 400º aniversario del fénix de la lengua española. Otra manera de celebrarlo.

A pesar de los rumores sobre un cierto giro en la gobernabilidad de esta Euskadi, todo está atado y bien atado. Ganas que tienen algunos de cierto viraje en el seno del nacionalismo. Que si Urkullu va a marcar pauta, que si la Mesa del Parlamento va a tener otra presidencia, que si Imaz va a exigir ese cambio... Los que tales rumores atienden y crean recuerdan demasiado a aquellos antifranquistas de tertulia que nunca movieron un dedo y se consolaban, confundiendo sus deseos con la realidad, tras escuchar Radio Pirenaica. Hojalateros se les llamaba entre los carlistas. Ojalá pase esto, ojalá pase lo otro.

Todo está atado y bien atado, y aunque el resultado electoral haya supuesto un revés para las pretensiones de Ibarretxe -hace cuatro años este resultado hubiera supuesto un Gobierno de cambio-, lo cierto es que el nacionalismo, gracias especialmente a EB, ha ganado ante la izquierda un espacio político que antes no poseía. No nos sorprende nada que Ibarretxe pueda salir ante la prensa, antes de haber hablado con Madrazo, proponiendo un Gobierno como el anterior, como si EB fuera parte de su coalición. Los demás, los que no pintamos nada, ya estábamos desde la noche electoral con el paraguas en la mano dispuestos a soportar otra legislatura con ese sirimiri que entra hasta los huesos y lo pudre todo. Pocas razones para esperar ningún cambio. Es más, políticamente, el PNV tiene más espacio para maniobrar que hace cuatro años.

Para aguantar lo que viene habrá que buscarse un yelmo de Mambrino, porque el distanciamiento tan escandaloso entre el PSOE y el PP, poniendo en entredicho el Pacto Antiterrorista, no nos hace prever nada bueno. Granizo es lo que va caer, dibujándonos la peor España panderetera, muy débil ante la pretensión de ruptura promovida por algunos nacionalismos. La visión francófona de España, sin ir más lejos, es la de Carmen, la romántica de Merimée, el país al que, a decir del mismo autor, le sentaba tan mal una Constitución como una pellada de cal sobre un edificio de mármol. Lo nuestro en la improvisación, el genio y el cainismo.

Pues bien, el resultado destacado de las elecciones no es que Ibarretxe haya perdido, es que lo haya hecho el PP; pero, sobre todo, es el enfrentamiento entre el PSOE y el PP por la presencia de EHAK en el Parlamento. Mientras, muchas personas siguen con escoltas, ETA vuelve a robar unas toneladas de productos químicos para hacer explosivos y Otegi campa por su respetos. Es muy probable que estos disensos tan trascendentes entre el PSOE y el PP ofrezcan el espejismo de que existe una democracia viva, que hay polémica entre nuestros representantes y que luego todo se resuelve por el juego de mayorías y minorías.

Pues no. No hay democracia si no existen consensos fundamentales; lo de la mayoría y minoría es un instrumento secundario. Sin consenso, establecido en el marco legal, sin esa convención previa, la democracia es pura fachada, una pellada de yeso, y lo saben los que van a seguir mandando en Macondo. Por eso, San Gil, ante el aviso de López de que puede disputar a Ibarretxe la Lehendakaritza, debiera dejarse de agravios y covadongas y aprestarse a la posibilidad de la alternancia en el gobierno. Si no, pongámonos en la cabeza el yelmo de Mambrino.

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