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Alarma en Alemania por la inseguridad del estadio de la final del Mundial

"Niños que chillan y lloran agarrados a la mano de padres desesperados, personas mayores que buscan coger aire y temen ser aplastadas por aficionados enfurecidos que empujan..." Así describía ayer el periódico berlinés Berliner Zeitung las escenas que se vivieron el sábado a las puertas del Estadio Olímpico de Berlín, reformado el año pasado y sede de varios partidos del Mundial de Alemania 2006, incluida la final.

"Durante el Mundial los estadios alemanes van a ser los lugares más seguros de todo el país", declaró el ministro del Interior alemán, Otto Schily. Los hechos parecen desmentirle. En Berlín, fueron miles de aficionados los que estuvieron a punto de vivir una tragedia. Apenas tres partidos con el cartel de "no hay entradas" han sido suficientes para demostrar que el Olímpico no está preparado para acontecimientos de gran calado. El estadio, escenario de los Juegos de Hitler en 1936, acaba de ser reformado con un coste de 250 millones de euros para el erario público.

El campo, distinguido por la UEFA como estadio cinco estrellas, tiene 21 puertas más que el Bernabéu (88 frente a 67), y un aforo menor (75.000 frente a 80.000). Pero en los tres partidos con el papel agotado (Alemania-Brasil, Hertha-Bayern y, el sábado pasado, Hertha-Schalke) se repitieron siempre las mismas escenas: aficionados crecientemente nerviosos porque se acercaba la hora de inicio de juego y no conseguían entrar. El Hertha-Schalke comenzó con un retraso de 10 minutos.

El motivo principal: las retenciones por los guardias de seguridad. "¿Qué pasará en el Mundial, cuando se revisarán no sólo las mochilas, sino también la documentación?", se preguntaba el Süddeutsche Zeitung en alusión a que cada portador de entradas tiene que identificarse con el carné. El comité organizador afirma que en el Mundial el problema no se repetirá porque confía en que, a diferencia de los partidos de la Liga, los espectadores no llegarán en el último minuto. El Berliner Zeitung consolaba a todos aquellos que no han tenido suerte en el primer sorteo: "Ya no tendrá que temer por su vida". Al que sí consiga pasar, el Süddeutsche sugiere desde ya reducir la ingesta de líquido. Ni siquiera hay suficientes lavabos.

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