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Crítica:TEATRO | 'El castigo sin venganza'
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

¡El duque es Mussolini!

¡El duque es Mussolini! La sorpresa aparece antes de que comience la acción, cuando se escuchan algunas canciones de marcha casi contemporáneas. Luego se sabe por qué: estamos en la Italia fascista, y el actor que interpreta al duque de Ferrara (Arturo Querejeta) tiene los gestos, la apariencia, las posturas de Mussolini. Un poco más serio, realmente; más contenido, más humano. ¿Por qué el Duce? No son cosas que se deban preguntar: hay un porque sí en estas escenificaciones del viejo teatro español, como para demostrar que no es tan viejo. En realidad, es menos viejo en el Siglo de Oro, de cuya poesía abomina Lope en algunos de los primeros versos: "Que la poesía ha llegado a tan miserable estado...", y se burla de uno que llamó requesón del cielo a la luna. No cae Lope en eso: salvando los ripios del relleno de la obra, o las rimas tópicas -ojos con enojos, fragua con agua- su lenguaje es maravilloso, su poesía en las grandes escenas, sublime.

El castigo sin venganza

De Lope de Vega. Intérpretes: Jesús Fuente. Fernando Sendino, Arturo Querejeta, Eva Trancón, Savitri Cevallos, Francisco Merino, Marcial Álvarez, Ángel Ramón Jiménez, José Ramos Iglesias, Clara Sanchis, María Álvarez, José Vicente Ramos, Daniel Albaladejo, Nuria Mencia. Pianista: Ángel Galán. Iluminación: Miguel Ángel Camacho. Vestuario: Rosa García Andujar. Escenografia, José Hernández. Versión y dirección: Eduardo Vasco. Compañia Nacional de Teatro Clásico. Teatro Pavón. Madrid.

Habría que señalar las escenas de amor entre Casandra -Clara Sanchis-y el conde -Marcial Álvarez- en las que los dos actores dan emoción, pasión, entendimiento. Clara mantiene el personaje todo el tiempo, y Marcial tiene una transición difícil: del galancete tierno y frágil, del enamoradito fiable, al cobarde y miserable. Mal personaje para la corte valentona de Mussolini, aunque algo de ello tuvo en su momento el conde Ciano, yerno del Duce y fusilado por él a pesar de todas las súplicas de su hija. Aquí, el duque de Ferrara manda matar a su hijo, porque le ha engañado con su joven esposa. Parece que este tipo de situación no ha cambiado nunca, y sigue habiendo teatro y novela con ella.

El truco de Lope, para el título de la obra, es que este Mussolini de entonces cree que no se venga personalmente al mandar a su hijo que mate a la amante-madrastra, y a sus cortesanos asesinar a ese hijo espantoso: es el castigo por los delitos cometidos, el incesto, sin que ni siquiera se sepa por qué: la ocultación del adulterio deja a salvo su honra, el asesinato de Casandra da culpa de parricidio al conde, y se justifica su muerte. Nadie en el público se deja engañar: es una tragedia de honor a la típica usanza española, precede en muy poco tiempo al Médico de su honra de Calderón y sigue horrorizándonos a todos haber tenido estos antepasados, no totalmente borrados del tiempo de hoy.

Interpretada, como queda dicho, con sentimiento y a veces brío, se desarrolla en un escenario exento, con algún trasto y un piano donde se toca a Gabriel Fauré por casi contemporáneo de la época que se finge (1924), bella por los figurines de las mujeres y un poco boba por los de los hombres con sus uniformes mussolinianos pero sin emblemas. En otro teatro se representa Brent, donde los malos son nazis y tampoco se ven sus emblemas, aunque en los dos queda patente quiénes son y cómo actúan. Debe ser una especie de pudor final de los directores, de dejar que se suponga sin decir las cosas claramente. O un tabú. Bien, sea así. Pero tengo la sensación de que el público de hoy no recuerda en absoluto al Duce, aunque lo conozca por la historia que se aprenda (si se aprende), ni la época de los figurines ni la transfiguración de los personajes. Sí gustó al que asistió a la primera representación, entre ellos un colegio de adolescentes, y entre todos llamaron a escena repetidamente a los intérpretes.

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