Los desastres de la guerra
Los desastres de la guerra son aquí los desastres de la danza. Carmen Werner ha hecho cosas buenas antaño, pero cuando trabaja en grupo, desde hace tiempo, está perdida en lo estético y en lo técnico, en un proceloso mar de influencias mal digeridas, de gestos no interiorizados. Esta obra de ahora se puede llamar Hiroshima como Móstoles, por poner un ejemplo local. Son escenas sin conexión y sin tino, sin ritmo y sin sentido que pretenden impresionar con las figuras y el tremendismo: desnudos gratuitos, golpes contra el suelo y la pared, castigos mutuos, una banda sonora sin cohesión que hace convivir cruelmente a Scarlatti con Penderecki. Todo eso se repite y viene de otras obras de la autora, intentando convertirlas en ofrendas fúnebres, pero el material es recurrente, superficial y efectista. Esa insustancialidad ablanda la escena, la deja en un discurso baladí. Los ensembles están armonizados y lo mejor son las luces, duras y cargadas de un resplandor abisal. Pero eso no basta para crear un treno trágico. Probablemente de lo que carece la fallida pieza de Carmen Werner es de esa mirada a través del ojo (criterio) del arte coréutico.
Provisional Danza
The end (Hiroshima). Coreografía: Carmen Werner; música: A. Scarlati, K. Penderecki, E. Neubautem, M. Martín y Systems Layers; luces: Gloria Montesinos; vídeo: Diego Ortiz. Sala Cuarta Pared, Madrid. 19 de abril.
Al final, sale un primer hombre con una lechuga en la mano. Es un joven dotadísimo, de cabellos largos y talle que recuerda a esos frisos arcaicos griegos de las islas, con una sensible respiración al bailar. Su solo de apenas unos minutos es lo que más vale de toda la velada, quizá lo único que la justifica, y es que es danza como tal, expresiva, honda, de la que Werner sabe ocasionalmente concebir y este muchacho llevar a buen puerto interpretativo con su concentración y su gesto, desesperado, al que el público se agarra en su desazón y su vacío. El resto se olvida enseguida, el solo de la corbata que es a la vez la cuerda del cuello y la lechuga, no.
Babelia
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