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Columna
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Golondrinas

Una golondrina no hace verano. Eso dice un viejo proverbio de origen greco-latino que encontramos en muchas lenguas: One swallow does no make summer, en inglés; Eine Schwalbe macht noch keinen Sommer, en alemán; Una oroneta no fa estiu, en valenciano; y con una ligera variación, en francés, Une hirondelle ne fait pas le printemps. No se trata tanto de un refrán sobre el tiempo, fruto de siglos de observación de las estaciones y el paso las aves, sino más bien de un proverbio que nos advierte de que no se pueden sacar conclusiones generales de un hecho aislado. Es pues una forma poética de enunciar una de las normas elementales del método científico. En efecto, una golondrina no hace verano ¿pero qué es lo que está ocurriendo para que haya cada vez menos golondrinas? Eso se preguntaba Le Monde en uno de los artículos favoritos de sus lectores en esta extraña primavera. Durante los últimos quince años, en Francia ha habido un descenso de un 50% en las poblaciones de golondrinas. Y es que, decía Le Monde, a las golondrinas "les cuesta" hacer la primavera: la disminución de los ganados envueltos de moscas y la extensión de los grandes cultivos regados por los pesticidas han enrarecido las provisiones a picotear. Para acabarlo de arreglar, las arquitecturas actuales, lisas y herméticas, dificultan la nidificación. A las golondrinas les gusta volver al nido del año anterior hasta el punto de que, según Guy Jarry, investigador del Museo de Historia Natural de París, a veces se hacen notar ante los humanos para que les abran los garages y graneros donde habían nidificado el año anterior.

Hace poco más de un mes (EL PAÍS 16-3-05) Paul Kennedy ponía en relación dos estudios que llevaban a una clara conclusión sobre la necesidad de un cambio en la política energética norteamericana. El profesor de la Universidad de Yale citaba por un lado el estudio sobre los cambios de la temperatura oceánica presentado en febrero en la Academia Estadounidense de las Artes y las Ciencias con datos aterradores sobre ecosistemas que se desmoronan. Y por otro, la encuesta anual sobre las tendencias demográficas en el planeta, realizada por el Fondo de Población de Naciones Unidas, según la cual, lo más probable es que de los 6.000 millones de habitantes actuales, pasáramos a 9.100 millones en 2050 y que ese crecimiento se producirá en los países pobres. Los cálculos sobre los incrementos de consumo de petróleo y carbón de China y de India completan los dos estudios que amenazan con converger como un gigantesco choque de trenes.

Cuando la comunidad científica habla de cambio climático no es por una golondrina. Lo hace a partir del recuento de muchos pájaros de mal agüero: la emisión de los gases de efecto invernadero, el agujero de la capa de ozono y el calentamiento de la atmósfera. Ahora Millán Millán, director del Centro de Estudios Ambientales del Mediterráneo, advierte de nuevo sobre otro elemento que está incidiendo en el cambio climático. La disminución de la superficie vegetal y de los marjales en la cuenca occidental del Mediterráneo también inciden en el cambió climático en la geografía valenciana, ha recordado. El pelotazo urbanístico es, también, un bombazo medioambiental.

¿Volverán las oscuras golondrinas? Si miramos a Torrevieja, a Riba-roja, o a cualquier parte del inmenso solar edificable en que Rafael Blasco, con el consentimiento de Francisco Camps, está convirtiendo este país, sólo se vislumbran tiburones.

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