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Reportaje:Elecciones en el PaísVasco

El 'lehendakari' estancado

Ibarretxe buscará su tercer mandato con las tareas de la pacificación y la convivencia pendientes desde que las prometió por primera vez en 1998

Hay que suponer que el lehendakari, Juan José Ibarretxe (Llodio, 1957), era consciente, como otros en su partido, de que si ayer las urnas no arrojaban un resultado muy claro, una mayoría absoluta, habría sufrido su primer revés serio y su proyecto de libre asociación habría entrado en fase de estancamiento político, añadido al de su bloqueo parlamentario y jurídico. El retroceso de cuatro escaños supone un varapalo aún más serio, aunque anoche Ibarretxe intentara suavizarlo son sus apelaciones al sabor agridulce de los resultados.

Ibarretxe se presentó a sus primeras elecciones en 1998 anunciando la legislatura de la paz y la normalización política, con ETA en tregua y su partido embarcado en la estrategia casi independentista de Lizarra. Y aunque fracasó en ese empeño, llevó al PNV en 2001, en coalición con EA, a su mejor resultado electoral de la historia. Ayer volvió a ser el candidato más votado, en su tercera pugna en las urnas, pese a seguir teniendo pendientes aquellas tareas. "Lo hemos intentado y no lo hemos conseguido", fue su parapeto tras el fracaso de Lizarra y antes de lo pasados comicios autonómicos. "Hemos iniciado el camino y estamos más cerca que nunca", ha dicho ante esta nueva cita electoral.

Ibarretxe usa el resorte de ir siempre más lejos pese a los obstáculos que halle en el camino
Los resultados anegan su sueño de gobernar por primera vez con mayoría absoluta
Hasta sus socios saben que su reclamación del diálogo no se traduce en cesiones sustanciales
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La distancia que media entre el Ibarretxe de 2005 -el del choque de legitimidades, que defiende, aun sabiéndolo abocado a la derrota, su plan soberanista en el Congreso para disolver al día siguiente el Parlamento vasco- y el pragmático vicelehendakari de 1995 -que negoció con el PP ventajosas mejoras en el Concierto Económico- muestra el mejor retrato de la evolución del candidato nacionalista a repetir en Ajuria Enea. En ninguna de ambas facetas ha decepcionado a los suyos en términos de entrega y persistencia, pero mientras en 1997 saldó su tarea con un éxito negociador y de gestión, sus cuentas no cuadran ahora de la misma exitosa manera.

Esa doble fotografía de su carrera ilustra su transformación: de gestor formado en Económicas y Empresariales, a líder carismático del nacionalismo vasco cuando éste aborda el salto a la autodeterminación -que el PNV rechazó defender en el período constituyente por ser una "virguería marxista"-, decidido a superar su propio estancamiento, lanzándose primero al pacto con los radicales y luego, a la abierta disputa por su voto.

El perfil que Ibarretxe daba cuando su predecesor, José Antonio Ardanza, le llamó para preparar su relevo, está casi en los antípodas de la idea que hoy ha calado de él en cualquiera que no le sea incondicional. El nacionalista bien preparado técnicamente, discreto, conciliador, gestor eficaz y de mentalidad pactista que sus mentores creyeron aupar se ha revelado como un personaje distinto, cuyo resorte ante la dificultad es siempre ir más lejos, jamás detenerse ni reducir su marcha, en lo que parece dar la razón a quienes hace años vislumbraban en él una actitud muy autosuficiente. Su apelación constante al diálogo como valor choca con su escasa predisposición a la cesión en la negociación. De ello tienen pruebas incluso sus socios en el tripartito, en particular EB, que tuvo que votar el plan Ibarretxe sin lograr incorporar ninguna enmienda de calado.

A ese resorte recurrió en 2000, al prolongar la legislatura un año más. La apuesta le salió bien por 25.000 votos. Lo ha usado en los cuatro años pasados con su plan, justo hasta empezar la campaña, cuando lo escondió y lo sustituyó por la llamada a la negociación. Sólo una vez se tentó la ropa y dio marcha atrás: al apearse en 2002 de su reivindicación de que Euskadi tuviese presencia en la UE como condición para firmar la renovación del Concierto Económico. Es una incógnita si algo variará desde hoy en esa tendencia suya.

Conforme se ha tenido que enfrentar a retos para los que no parecía preparado, se ha metido en el papel, se ha crecido en él y los ha solventado con éxito a los ojos e intereses de los suyos. Siempre se refugia en proclamar su confianza sin límites en "el pueblo vasco" y en su "enorme ilusión" por el futuro de la sociedad vasca, en cuyo nombre acostumbra a hablar, incluso cuando realiza aseveraciones que pertenecen únicamente al sentir de la familia nacionalista.

Sigue practicando una afabilidad que a veces puede resultar algo mecánica para su interlocutor, y su carácter ha cambiado también en estos diez años. No es difícil ahora verle incomodarse y hasta enfadarse ante las preguntas que le resultan ingratas en una entrevista o una rueda de prensa. Lo que más hace, no obstante, es esquivarlas, volviendo una y otra vez sobre su discurso.

En el único debate entre los principales candidatos a lehendakari, Ibarretxe no aceptó el reto de afirmar, mirando a la cámara, como le pidió el aspirante socialista, Patxi López, que ha sido el lehendakari de todos los vascos, también de los no nacionalistas, también de las víctimas del terrorismo. Sin embargo, sigue siendo su asignatura pendiente -después de las expectativas abiertas tras su victoria en 2001- el que en su nuevo mandato recompusiese la unidad de los demócratas en torno a lo fundamental y echase el cierre al período de deterioro en la convivencia y a la brecha entre el nacionalismo y el resto del país de la convulsa etapa anterior. No ha sido así y esas mismas condiciones han caracterizado su segunda legislatura, aliviadas ahora por el descenso en la capacidad operativa de ETA, y, en el último año, por el relevo y el cambio de talante en el Gobierno central.

De puertas adentro, para su gente y para quienes buscaron en él más un gestor que un líder político, Ibarretxe se ha convertido en los cuatro años pasados, y más aún desde la retirada de Xabier Arzalluz al frente del PNV, en el referente de la familia nacionalista. Nadie le puede negar que ha mantenido el timón sin desmayo, a la medida de lo que ha creído que la comunidad nacionalista necesitaba. Ha sido el hombre que sacó al PNV del embrollo de Lizarra, dándole cuatro años más en el poder con la promesa de un plan de libre asociación con España que ha terminado por llevar su nombre. Y lo hizo consagrado por un Arzalluz que aseguró retirarse tranquilo porque el liderazgo del partido estaba garantizado en sus manos. Algo nunca visto antes en el PNV, en cuya bicefalia hubo siempre, hasta Ibarretxe, un claro predominio del componente partidista sobre el institucional. Es previsible que algo cambie en esa condición suya a partir de ahora.

Si de algo estaba cansado Ibarretxe, según han contado algunos de sus colaboradores más inmediatos desde hace al menos año y medio es de gobernar en precario, de su minoría parlamentaria. "Querría un Gobierno con la comodidad de la mayoría absoluta tras dos legislaturas de estrecheces", aseguraban. Es algo entendible en alguien que nunca ha contado con los recursos parlamentarios suficientes para sacar adelante unos presupuestos con holgura y ha recurrido lo mismo a Batasuna en 1999 que a UA, en 2004, siempre pendiente de una ausencia o un error oportunamente aprovechados. Si algo soñaba -y con la ilegalización de los radicales sintió al alcance de la mano- era cumplir su tercer mandato en condiciones distintas. Los resultados no se lo van a permitir, ni siquiera con la ayuda de Ezker Batua.

SCIAMMARELLA

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