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Crónica:LA CRÓNICA
Crónica
Texto informativo con interpretación

La opulenta mina del Valencia CF

Los memorialistas del Valencia CF coincidirán en que quien fuera su presidente Francisco Roig sesgó la historia del club a partir de 1995. De una entidad modesta, subvenida a menudo por sus propios directivos, alguno de los cuales se dejó en el empeño la piel y el patrimonio, emergió un tinglado económico que, no obstante sus pertinaces y crecientes déficit, no ha dejado de enriquecer desde entonces, incluso en cantidades procaces, a sus consejeros y principales accionistas, empezando por el mentado. En su descargo hay que anotar que fue el primero en descubrir que el club estaba financieramente infravalorado y que el sentimiento valencianista, sacudido por telepredicadores sin escrúpulos y amanuenses complacientes, podía ser un becerro de oro.

El referido dirigente halló sin duda el filón, pero por su mal administrada codicia y errática personalidad no tuvo la oportunidad de exprimirlo en la magnitud que ahora conocemos. ¿Hubiera sido él capaz de enfrentarse a la opinión pública y exclamar: "Arriba las manos, esto es un pelotazo en nombre del Valencia CF", como acaba de hacer su sucesor en la poltrona, Juan Soler? Por supuesto que sí. Pero a él no tenían que compensarle, como parece ser el caso, del capitalazo invertido en la compra de acciones -las de Roig principalmente- para cambiar el clan dirigente de la sociedad deportiva. La adquisición y recalificación de los terrenos en la partida de los Porxinos, de Riba-roja, con el amparo de la Consejería de Territorio y Vivienda, sólo se explica -o se explica mejor- como parte de una operación así diseñada. Un encaje de bolillos, como lo describe un enterado.

Los medios de comunicación han aireado estos días los millones de euros que aflorará esta maniobra inmobiliaria y el gran beneficio que ello conlleva para las arcas del Valencia, liberado, provisionalmente al menos, de las deudas fabulosas que arrastra. La contrapartida medioambiental no ha suscitado apenas protestas. Un sandio ha dicho, a modo exculpatorio del inminente allanamiento paisajístico, que ese paraje objeto del agio ha ido cambiando con el tiempo. Obvio. Seguro que por esas planicies y laderas crecían moreras, y mucho antes secoyas, y erraban diplococus entre homínidos cejijuntos y peludos, ancestros quizá de buena parte del universo futbolístico y de sus mandatarios actuales. Unas dosis de etnografía virtual quizá sirvan para explicar esta depredación, acerca de la cual ya sólo nos cabe añadir unas notas fatalistas a la pavana inacabable por este paisaje difunto que va siendo el del País Valenciano.

Pero el ceremonial del pelotazo por mor del club capitalino que enseñorea el deporte rey no se agota en este episodio. El nuevo y viejo Mestalla siguen en el orden del día. De momento el asunto no urge porque con el referido bocado urbanístico en Camp del Túria se han saldado las urgencias contables. Pero ya se ha enseñado un pico de las ambiciones del club: pide la máxima edificabilidad en el solar que hoy ocupa, aunque haya que engullirse parte de suelo público, algo que la laxitud -¿o sería prevaricación?- de nuestra alcaldesa, Rita Barberá, ya consintió al bendecir la absurda e inacabada reforma de las actuales instalaciones. Y pide -¿será por pedir?- el suelo y el vuelo del ¿estadio? que proyectan construir en una parcela municipal de la pista de Ademuz. Pide, en suma, que el censo vecinal, que mayoritariamente nada tiene que ver con una sociedad mercantil privada, cual es el club de referencia, se rinda al chantaje emotivo que sistemáticamente se practica en nombre de la llamada "familia valencianista".

Y queda la guinda de los terrenos de Paterna, la Ciudad Deportiva, 130.000 metros cuadrados que son un bocado envidiable para cualquier urbanizador. El alcalde de la villa tiene declarado que allí no se pegará pelotazo alguno. Maravillosa declaración de propósitos que nos conmina a no arriesgar juicios. Pero convendrán con nosotros que sería prodigioso que ese paraje continuase verde y deportivo, habida cuenta de la avidez inmobiliaria que lo acecha y la insaciable hambruna de dinero que anida en el Valencia CF. En todo caso, un activo fabuloso que sumar a los pelotazos someramente descritos y bendecidos por la autoridad competente e involucrada.

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