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Columna
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Juan Ramón Lodares

Cuando me encontré, en la sección de Necrológicas de EL PAÍS, la noticia de la muerte del lingüista madrileño Juan Ramón Lodares, profesor de filología española de la Universidad Autónoma de Madrid, sentí una fuerte impresión. Había leído con el mayor interés su maravilloso libro Lengua y Patria (Taurus) y algunos magníficos artículos suyos, y sentía por él la simpatía que genera la inteligencia ajena que nos suministra ideas. Y me acordé al instante de un personaje literario en cuyos labios pone Valle-Inclán una frase que cito de memoria: "Es tan árido como estudiar gramática". Está claro que hay gente para quien la gramática resulta pedregosa. Pero, por fortuna, no es mi caso ni el de unos cuantos hinchas de la Gramática de la Lengua Española, de Emilio Alarcos Llorach. Obviamente, es muy superior el número de personas a quienes el estudio de la lengua les trae sin cuidado frente a quienes disfrutamos con sus intríngulis. Y por eso, por ejemplo, hay ya millones de hispanohablantes que dicen con alegría "las antípodas" -en femenino-, lo que, naturalmente, a todos los hijos de Homero que sabemos que en griego es masculino nos rompe los tímpanos. Pero, ay, como el uso es la norma lingüística no nos queda más remedio que tragar y, con dolor, aceptar que los hablantes digan "las antípodas" del mismo modo que tenemos que tragar que la gente diga "el modisto" cuando lo correcto es decir "el modista". Recientemente, un conocido escritor, en un foro universitario madrileño, según me cuentan, saludó en su alocución a un grupo de cervantistas -y parece que sin ánimo de hacer ningún chiste- con estas aladas palabras: "Cervantistos y cervantistas...". Quizá creyó que estaba hablando a los ciervos, a quienes sí sería correcto saludar con un "cervatillos y cervatillas...".

Lengua y Patria me maravilló porque es un libro tan profundo como claro. Lodares conoce las historias de las diversas lenguas de las que habla y la historia política de las naciones. Es un lingüista que ama la historia y nos relata los delirios humanos cuya insensatez fomentan las creencias de la Iglesia católica y, con frecuencia, las también delirantes creencias de los Gobiernos de turno. ¿No fue un gravísimo delito la canonización nacionalista del español por el régimen franquista, desde El Pardo divino, ahora tan cuajado de florecillas silvestres, con tan graves perjuicios para el catalán, el vasco y el gallego? Pues, muerto el régimen franquista, aquella absurda canonización nacionalista de la lengua emigró a Cataluña, Galicia y el País Vasco y ascendieron a los altares el catalán, el gallego y el vasco y se le puso un bozal legal al español cuando es la tercera lengua más importante del mundo y, por ejemplo, en Cataluña, algo más de la mitad de los hablantes se expresan en español.

Juan Ramón Lodares sitúa el nacionalismo lingüístico en España dentro del iluminado tradicionalismo católico hispánico, inspirado en las mejores berzas de la Sagrada Biblia, donde la lengua es nada menos que un atributo divino, la encarnación misma de la raza y el fundamento de la nación. El principio de Pentecostés lanzó a los apóstoles a la conquista de la unidad religiosa, pero conservando el plurilingüismo de los pueblos con este mensaje: "Id y predicad a cada uno en su lengua". Este achispado principio fue, pues, el embrión de las academias de idiomas Berlitz, de éxito en medio mundo. Como bien dice Lodares, la Pax Hispánica del Imperio español, contra lo que se suele creer, se fundaba, no en la unidad lingüística, sino en la unidad religiosa.

Juan Ramón Lodares tiene unos extraordinarios conocimientos de lengua. La excelente prosa de Lengua y Patria es de la estirpe de la que gastan Menéndez Pelayo, Menéndez Pidal, Dámaso Alonso, Rafael Lapesa o Francisco Rico. Se me podrá acusar de que cito a pocos maestros. Pero es probable que no sea injusta la opinión del gran José María Valverde, que escribió airado, en una ocasión, que no hay que hacerles mucho caso a los lingüistas porque la mayoría de ellos no saben escribir en su propio idioma. Y Valverde ponía como ejemplo de mala prosa la de Chomsky, un lingüista tan famoso que causa extrañeza que todavía no lo hayan entrevistado en el programa televisivo Salsa rosa.

Juan Ramón Lodares es un fantástico lingüista que aprendió a escribir espléndidamente en su propio idioma. Ha muerto, a los 45 años, en un maldito accidente de tráfico a pocos kilómetros de El Escorial.

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