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Mónaco se despide de Raniero

Representantes de casas reales y jefes de Estado asisten al funeral del príncipe de Mónaco

La expectación era perfectamente descriptible. Pocos, poquísimos monegascos asistieron ayer por la mañana al ceremonial fúnebre del príncipe Raniero III. Luego, por la tarde, hubo unas exequias destinadas al pueblo llano. Pero volvamos a la mañana. La "roca", como popularmente se conoce el espacio que ocupa el viejo Mónaco, con su palacio, su catedral románica de 1875 -posterior al casino y a los grandes hoteles- y un museo de oceanografía que destacan en un conjunto de callejuelas dedicadas a los souvenirs y a las pizzerías, estaba literalmente tomada por las fuerzas de seguridad.

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Los accesos, controlados por agentes; el alcantarillado, sellado; el espacio aéreo, prohibido a todos los aviones y bajo vigilancia de helicópteros y de un avión del tipo AWACS; las aguas territoriales, bloqueadas por ocho navíos militares... En definitiva, la reunión de una cincuentena larga de delegaciones oficiales se desarrolló ayer en medio de una burbuja tan protectora como aislante.

El rey de España, Juan Carlos I, junto con los reyes y reinas de Suecia, Noruega y de los belgas, era la principal personalidad presente del universo monárquico en el poder. El presidente francés, Jacques Chirac, junto con los de Irlanda y Eslovenia, la más alta representación directa de un Estado. Polonia, Rusia, Alemania, EE UU, Japón, Marruecos, Egipto, Canadá, Austria, etcétera también enviaron delegaciones, pero a través de ministros, embajadores, familiares o personalidades vinculadas al poder estatal o al simbólico de la genealogía aristocrática.

La dimensión people, tan asociada a la vida oficial de Mónaco, estuvo casi ausente de la catedral de San Nicolás. Sólo el modista Karl Lagerfeld, amigo personal de la princesa Carolina, dejó ver su silueta inconfundible entre los bancos de la iglesia. El mundillo del cine, que a través de Grace Kelly se había habituado a visitar Mónaco, brilló por su ausencia.

El ceremonial, austero y de un gusto seguro (fragmentos musicales de Bach, Barber, canto gregoriano o de monseñor Perruchot), acompañó las palabras del arzobispo, monseñor Bernard Barsi, que rezó en latín el padrenuestro por deseo expreso del difunto príncipe. Mientras en la catedral transcurría la ceremonia, retransmitida en directo por varios canales y a todas las iglesias -una decena- del principado, todo Mónaco permanecía paralizado. Cerrados el casino, los quioscos, los bares, las tiendas, todos los centros de diversión o de trabajo, inexistente la circulación rodada -los accesos por carretera fueron cortados-, las calles de Mónaco parecían las de una ciudad fantasma, con sus escaparates de luto, incluidos los de tiendas de ropa, que presentaban biquinis o trajes de noche de riguroso negro. Al margen de agentes de policía, vehículos oficiales y periodistas, pocos fueron los curiosos que ayer salieron a pasear por las avenidas del único lugar del mundo en que los Ferrari, Rolls-Royce y otros coches de multimillonario aparcan a cielo abierto.

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Los tres meses de luto oficial, que comenzaron con la muerte de Raniero III el miércoles de la semana anterior y siguieron con la ceremonia de ayer y la inhumación del príncipe junto a la tumba de su esposa, deberán terminar con una misa de acción de gracias que servirá para coronar a Alberto II y poner fin a los rumores de los especialistas en grimaldiogía que quieren ver en cada lágrima de las princesas y en cada gesto de los nietos de Raniero el signo de un destino distinto del previsto por el trámite sucesorio.

Lo cierto es que tras los 56 años de mandato de Raniero III, Mónaco es un Estado más soberano y más próspero. Y también es cierto que los Grimaldi se han inventado y enraizado una tradición que arranca 700 años atrás, con la leyenda del famoso pirata François Grimaldi, que les arrebató la "roca" a los genoveses en 1297 a base de disfrazarse de monje franciscano. Para poder entrar hoy en el muy católico Mónaco de Raniero III o Alberto II, un disfraz de mendicante ya no es el más adecuado. El protocolo monegasco ha recreado ritos feudales para legitimar la dinastía y, al mismo tiempo, se ha abierto a la modernidad y a sus demonios para financiar sus ambiciones.

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