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Tribuna:FÚTBOL | Vuelta de los cuartos de final de la Liga de Campeones
Tribuna
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Los intocables de las gradas

Un izquierdazo de Shevchenko es el telón que cae sobre la Champions. Queda algo más de una hora y hay que jugarla. Pero una bengala que da a Dida en el hombro derecho es el telón de la falta de civismo corriente en tantos de nuestros estadios y borra lo demás, ya fuera bueno o malo.

El gol de cabeza de Cambiasso (Merk lo anula por un empujoncito de Cruz al portero) era bueno, pero no habría cambiado el destino del Inter. El problema es que la grada no esperaba otra cosa: bengalas, mecheros, botellas, paraguas, un infierno. Hay muchos que no ven el momento de sentirse perseguidos por el árbitro.

En Milán hacía tiempo que no ocurría nada grave por un pacto tácito entre los aficionados. Pero el Inter tiene en Europa antecedentes graves (Real Madrid y Alavés) y pagará caro el desahogo tan vulgar y autolesionador de sus tifosi. Es inútil recordar los buenos propósitos expresados en la muerte del Papa y lo poco que han durado. No caigamos en la trampa emotiva, que también tiene su importancia. Atengámonos a los hechos: este curso se han suspendido dos partidos de la Liga de Campeones debido a los excesos: uno en Roma (Frisk-mechero) y otro en Milán (Dida-bote de humo). Bonita propaganda para nuestro fútbol, que ha solicitado la organización del Campeonato de Europa de 2012.

Y San Siro no es una isla candente en medio de un mar en calma. El domingo hubo en Roma muchos incidentes notables: el Olímpico estaba forrado de pancartas de alabanza al fascismo y el nazismo y las fotos de las esvásticas dieron la vuelta al mundo. El ministro Pisanu declaró el lunes que no se puede excluir el cierre de los estadios. La respuesta, el martes, es ésta. No podemos ignorar que la respuesta es ésta y que el nivel de feroz estupidez es cada vez más alto.

Lo pagará el Inter: la de sus aficionados ha sido una carrera consciente hacia la descalificación del campo. Merk no arbitró bien, pero eso es irrelevante. Suspendió el partido durante 17 minutos enviando a los jugadores a los vestuarios. No quiso saber nada de cambiar de portería porque el reglamento no lo prevé. Tampoco prevé que en los estadios haya espectadores como los de la grada del Inter, famosos por lanzar una moto al césped. En Italia, dos veces, ante indecorosos tiros al blanco sobre el portero, se ha cambiado de portería (el primero fue Collina). Dicen que tenemos los estadios más blindados. Se lamentan de que a los partidos no van familias con niños. En Udine, Pozzo está a punto de anunciar que caerán las barreras: un lujo que Udine se puede permitir. Quizá le imite Zamaparini en Palermo. Pero son pequeñas llamas en la más tenebrosa oscuridad, la de la arrogancia, la del abuso, la de la obtusa falta de civismo.

El Inter será castigado duramente. Era toda una grada la que tiraba de todo al campo, no sólo dos o tres exaltados. Pero con él sale derrotada la esperanza de que se pueda acudir con normalidad al estadio, a ver un partido, que no es ni puede ser una guerra en miniatura. Se podría sospechar que se trataba de una maniobra premeditada. Merk consintió que el encuentro volviese a empezar con la condición de que no lloviera nada. La megafonía lo repitió tres veces. Abbiati sustituyó a Dida. Unos segundos y llegó un bote de humo. Parada definitiva. También este detalle hace pensar que en la grada había una clara voluntad de detener el juego. Con el Inter y la esperanza de un fútbol normal, que no debe de ser tan difícil de conseguir, porque en casi todos los países es normal, sale derrotado también el sistema de nuestro fútbol, ostentoso en los gastos inútiles y reacio cuando se trata de prevenir, de dialogar y de hacer entender.

La de San Siro es una triste historia y podría inducir a Massimo Moratti a realizar gestos clamorosos (pero comprensibles). El balón rebota veloz y a las imágenes de las esvásticas en Roma se superponen y llegan a todo el mundo las de Dida, culpable sólo de ser un portero, y bueno, y de ser el blanco más cercano. Una maravilla: se ven incluso las chispas. El lanzador lo colgará a la cabecera de su cama y tendrá felices sueños. ¿Cuándo identificarán a alguno?

© EL PAÍS / LA REPUBBLICA

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