En el palco del Barça
Dos veces en mi vida he visitado el palco del Fútbol Club Barcelona y en ambas me he dedicado primordialmente a espiar. En mi primera incursión, reinaba Núñez. Y yo me hice pasar por nieto del pintor Joan Miró. Acudí al palco porque Emilio, nieto del pintor y buen amigo de Mallorca, había sido invitado por el club y me propuso que le acompañara. Llevé a cabo la impostura de falso nieto con una gran naturalidad. Me presenté como descendiente de Miró y no hubo problema. Núñez me dio la mano y no me hizo pregunta alguna sobre el arte de mi falso abuelo. Digamos que no me hizo pregunta de ningún tipo, no me dijo nada. Fue una lástima porque tenía pensado yo un emotivo discurso en el que comparaba La Masía que pintara mi abuelo con la que está al lado del Camp Nou. Por lo demás, noté que la mano del presidente era lánguida, como de alguien que no se fiaba -hacía bien- de nadie.
Volví el domingo pasado al palco y lo encontré modernizado y con un ambiente en general más relajado, más confiado. De nuevo me presenté allí como nieto de Miró. Dos de los nietos de verdad, Emilio y Joan, habían sido invitados por el club y formé parte del séquito familiar. Y de nuevo fui a espiar. En esta ocasión, mi programa incluía un marcaje implacable a las relaciones entre Laporta y Rosell, tratar de saber qué clase de rivalidad hay entre ellos. ¿Son rivales como el Madrid y el Barcelona?
Se trataba también, por otra parte, de colarle un gol a Laporta y presentarme como nieto de Miró. En un momento dado, mientras estaba en el bar del palco esperando al presidente, apareció Cruyff y poner la oreja para escuchar qué les decía a sus amigos -hablaba del partido de hoy entre Madrid y Barcelona- me costó muy caro, me costó perder de vista a la familia Miró y cuando volví a verlos ellos ya se habían fotografiado con Laporta y pude saber que éste no se había interesado nada por mi ausencia.
Reparé en que, a diferencia de otros lugares públicos de Barcelona, allí no conocía a nadie. El mundo del fútbol me era extremadamente muy familiar, pero yo para ese mundo era un extraño. Y en el palco aún más. Allí era un extraño en el paraíso. Me llevé una gran alegría cuando por fin pude saludar a alguien. Me topé con Anton M. Espadaler, magnífico comentarista de las vueltas que da el Universo. Hablamos del entrenador Serra Ferrer y de su colección de cuadros de Miquel Barceló. Entre pintores ligados a Mallorca andaba el juego cuando decidí volver a mi dedicación primordial, al marcaje directo a Laporta y Rosell. Vi que por fin Rosell se acercaba a Laporta o, lo que venía a ser lo mismo, Laporta se acercaba a Rosell. Pensé que iban a abrazarse y que uno de ellos, como en cierta obra de Racine, diría: "Abrazo a mi rival, pero lo hago para aplastarlo". Pero nada de esto ocurrió. Decepcionado, fui a parar al lugar donde Agustí Montal les contaba a unos directivos que cuando Miró estuvo en aquel palco dejó un improvisado dibujo de gran valor que debía estar guardado "y olvidado" en la sala de al lado. No vi que le hicieran el más mínimo caso, como tampoco les interesó que fuera yo nieto de Miró. ¿Conocían a Miquel Barceló? No contestaron. Me alejé pensando en el partido de hoy, Madrid-Barcelona. Y en el terrible Victor Hugo, que decía que dejaba de tener enemigos cuando éstos eran desgraciados. Precisamente es un peligro que corremos viendo que el Madrid es tan desgraciadamente galáctico. Creo que urge que al Madrid no le dejemos tanto, que no le olvidemos como a cierto Miró en el palco. No seamos soberbios. Tener enemigos no es un lujo, es una necesidad.
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