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Entrevista:Juan Marsé | UN NOVELISTA DE LA CALLE

"El reto para un verdadero escritor no es hacerse un lugar en el escaparate cultural, sino resistirse a él"

El estudio de Juan Marsé en su casa de Barcelona está presidido por una gran ventana, el único hueco de la pared libre de libros que a su vez se disputan el espacio con las fotografías de Stevenson, Ava Gardner, Camus, Gil de Biedma, un fotograma de El espíritu de la colmena, la película de Víctor Erice...

Iconos del escritor barcelonés que le acompañan desde hace muchos años. Un escenario en el que ha puesto punto final a su nueva novela, Canciones de amor en el Lolita's Club.

Escrita a partir de un guión cinematográfico, a pesar de los disgustos que al escritor le ha dado el cine en relación con su obra, la novela está ambientada en un club de Castelldefels, un lugar en cuya atmósfera respiran y sueñan unas muchachas importadas de Latinoamérica: sin pasaportes, sin papeles, prisioneras en suma, y en torno a las que Marsé construye una historia de amor, de amores, impregnada de su ya tradicional melancolía. El autor de Si te dicen que caí -que suele recordar que lo perdió todo en el momento de venir al mundo (su madre murió en el parto y su padre, taxista, se lo cedió a unos clientes, los que serían sus padres adoptivos)- ha edificado con su brillante trayectoria literaria un auténtico referente ético -avalado por su posición de escritor atento a la denuncia de cualquier abuso- y un indiscutible referente estético gracias a su, como declara en esta entrevista: "Necesidad de alguna forma de belleza". Fiel al Marsé de siempre, el escritor sigue deslumbrando por la potencia de sus personajes y por una rara cualidad poética que ilumina toda su prosa.

"Llevo con orgullo el estigma de escritor realista. Pero la ficción quiere representar la realidad, no suplantarla"
"Escribo sin ánimo de denuncia. No creo que una obra de ficción aminore la incompetencia y la estupidez de los poderes públicos"
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Un apasionado del cine

PREGUNTA. Sus obras se inspiran en imágenes antes que en palabras. ¿Qué tiene que ver esta novela con esa imagen tan poderosa que evoca en la primera línea: "El comportamiento de un cadáver en el mar es imprevisible..."?

RESPUESTA. La primera frase de la novela se la oí al capitán de un barco. Se refería a un pasajero que se había arrojado por la borda y el cadáver apareció muy lejos de la ruta. Por cierto, el suicida era una persona relativamente conocida, el esposo de la actriz Mary Santpere. Es verdad que construyo mis relatos con imágenes y no con ideas. En todo caso el embrión narrativo parte siempre de alguna imagen, pero Canciones... no parte de esa imagen inicial. El asunto de la novela surgió después de tomar copas en la barra de un local de alterne, hace muchos años, con una muchacha colombiana que había trabajado en un club de Castelldefels. Me interesé por su situación y me prometió contarme su experiencia. Pero ella no quería hablar allí, y me citó para otro día en otro lugar. Me pareció que se sentía vigilada y el hecho es que no compareció a la cita. Cuando dos días después volví al bar ya no estaba, la habían trasladado, eso al menos me dijeron. No volví a verla.

P. Ése es el tema de la novela: el mundo de la prostitución, la trata de chicas colombianas, un camarero enamorado, un policía... Y toda la intensidad de la vida condensada en ese pequeño mundo. ¿Qué le debe a la ficción?

R. A la ficción le debo todo. A eso que llamamos realidad yo, en privado -digamos en la cocina del escritor-, suelo tratarla con cierto desdén: la rajo, la destripo, la troceo, la adobo, la guiso y le doy otro sabor. Le cambio la nariz a la señora realidad porque tal cual es, el dato real no me sirve. Siempre he creído que un autor, por muchos datos reales que acumule en una novela: personajes y hechos y lugares y fechas verificables, no aumentará la ilusión de realidad, lo cual no quiere decir que yo desdeñe a esa terca señora. Es más, llevo con orgullo el estigma de escritor realista. Pero es esa quimera de lo real lo que me interesa. La ficción no aspira a ser la realidad, no quiere ocupar su puesto; quiere representarla, pero no suplantarla. En los buenos relatos las cosas aparecen y se manifiestan allí donde no se las nombra. Son relatos que contienen siempre grandes dosis de fe en sí mismos, por eso la novela disfraza una y otra vez la realidad con los ropajes de la ficción, porque confía en la ficción más que en la realidad. Pero basta de teoría literaria por hoy, menudo rollo le estoy dando precisamente cuando este tema tiene la virtud de fastidiarme.

P. ¿Por qué?

R. Porque no soy un intelectual. Ni siquiera me considero un hombre de letras. El asunto dejó de interesarme hace años. Con este libro no pretendo denunciar ni demostrar nada, sólo busco transmitir algunas emociones y cierto difuso desencanto, agravado con los años, que en algún momento han tenido o podrían tener que ver algo con mi vida. Confío totalmente -lo mismo que en anteriores trabajos- en la tensión narrativa que ha de vertebrar la trama, en su estricta veracidad simulada, en la mentira bien contada.

P. Serán de mentira pero sus personajes son inolvidables. Hablemos de los dos hermanos: de la bondad de Valentín, de la fiereza de Raúl. Dos gemelos para completar una personalidad y de nuevo un policía, y de nuevo el amor que lo redime todo.

R. La acción transcurre en la época actual, y, sintetizando mucho el asunto, relata el proceso traumático que vive un policía alcohólico, solitario y violento al regresar expedientado a la casa del padre, hasta alcanzar cierto civismo y solidaridad gracias a los amores de su hermano gemelo -un deficiente mental- con una prostituta. El tema se me ocurrió hará unos diez años. Cuando empezaba a escribir Rabos de lagartija esbocé un plan de trabajo bajo el título provisional de Trabajos de amor al borde de la autovía. Redacté el borrador de algunas escenas y tomé muchas notas, pero no acabó de interesarme y lo enterré todo en una carpeta junto con otros proyectos. Mucho después, Fernando Trueba vino a Barcelona a rodar El embrujo de Shanghai y me preguntó si tenía algún argumento pensado exclusivamente para el cine, y yo le dije que tenía varias historias que probablemente nunca verían la luz, aunque no pensadas para el cine. Me pidió, y también Cristina, su mujer, que les contara alguna, y la de los dos hermanos gemelos les gustó y me propusieron escribir un guión. Entré en el asunto recelando de mí mismo, pero le tomé gusto a la historia y descubrí que, escribiendo el guión cinematográfico, se me aclaraban no pocas ideas con vistas a la novela. Con todo, esperé a la terminación del guión para recuperar la historia para el libro, planeando una estructura distinta, más compleja, con personajes y situaciones nuevas, procurando dotarla de la densidad y la atmósfera que debe tener una novela.

P. A usted nunca le han gustado las adaptaciones de sus novelas al cine. ¿Qué es lo que falla?

R. Lo que han hecho hasta hoy los cineastas con mis novelas considero que nada tiene que ver con el cine. Me he pasado la vida diciendo que una película basada en un texto literario, cuando es buena, lo es por méritos estrictamente cinematográficos, por su propia dinámica narrativa, y que no le debe absolutamente nada -salvo tal vez el espíritu de la obra, y a veces ni eso- a los valores que se suelen entender por incuestionablemente literarios. Y a mí me gustan las películas hermosas. Puede ser una película que refleje lo más horrible y deprimente de la vida y la condición humana, pero ha de ser una película hermosa. ¿En qué consiste esa hermosura? Es la pregunta que debería hacerse todo cineasta.

P. Esa hermosura está en su novela a pesar de lo deprimente de la vida de las chicas del club que describe que sólo tienen de lolitas la edad. ¿Su novela es una llamada de atención, una especie de denuncia de esta nueva forma de explotación que es la trata de chicas latinoamericanas?

R. No son exactamente lolitas, aunque el rótulo del club las ofrezca como tales. El nombre del local es un simple reclamo comercial, inventado tal vez por la señora que regenta el negocio que se llama Lola. Ninguna de las muchachas que trabajan allí, ni Milena, la joven prostituta de la que se enamora Valentín, el discapacitado, ni otras que también se echan algunos años encima para ocultar su verdadera edad, alcanzan la de la nínfula que Nabokov otorga a su inolvidable Lolita. Bueno, el asunto de esas jóvenes latinoamericanas que huyen de la miseria, o las venidas del Este de Europa, muchas de ellas ilegalmente o engañadas, prostituidas al verse obligadas a pagar la tremenda deuda que han contraído con las mafias, que en algunos casos las tienen prácticamente en régimen de esclavitud, es algo que por supuesto merecería una investigación a fondo. Detrás de tanto oropel y música alegre hay mucho dolor y mucha tristeza. Es público y notorio y no hace falta enfatizar. Por mi parte, me he acercado al tema para escribir una novela y, en un ámbito propicio que me he inventado, he intentado imaginar una atmósfera y unos afanes. Mostrar cómo viven esas chicas cuando no trabajan, cómo pasan sus ratos de ocio, qué desayunan o qué escriben a su familia, qué esperanzas alimentan. Y lo he hecho sin ánimo de denuncia. Porque nunca me he hecho ilusiones al respecto, nunca he creído que una obra de ficción aminore o suavice la incompetencia, la desidia y la estupidez de los poderes públicos sobre la sociedad. Soy así de escéptico.

P. Su prosa a base de limpidez y de imágenes imborrables tiene una cualidad hipnótica sobre el lector. ¿Tiene acuñado a estas alturas un sistema o una forma de escritura? ¿Conoce sus propios recursos o sigue asomándose al papel con las inseguridades del principio?

R. No sabría decirle gran cosa sobre esta cuestión. A mí me gusta que mis novelas se defiendan solas. Supongo que la prosa limpia se debe a cierto esmero y a mucha paciencia conmigo mismo. Escribo y tacho y rompo y vuelvo a escribir. Si hay alguna imagen imborrable será quizá porque me gusta hacerle ver al lector lo que cuento. En el caso que nos ocupa, estoy casi convencido de que la crítica -y conste que jamás he escrito una línea pensando en esa risueña Señora- hablará de imágenes y estructura cinematográficas, porque se trata de una narración muy visualizada y dinámica, escueta, desprovista de retórica. En este sentido, ciertamente la armazón que sostiene la trama novelesca se habría beneficiado de un concepto narrativo deudor, en alguna medida, de la continuidad y el montaje cinematográfico. Pero la técnica no basta para explicar algunas cosas. Por supuesto, la imagen es sugerida al lector mediante el texto, pero lo primero que percibo es la imagen. Y espero que sea para bien. En tanto que arte narrativo, yo le debo al cine casi lo mismo que a la literatura.

P. Sus personajes siguen siendo perdedores pero no fracasados. Son seres "fieramente humanos" que en esencia y a lo largo de su obra constituyen una filosofía y, al término, una propuesta moral. ¿De quién aprendió esto? ¿Quiénes han sido sus maestros?

R. La fascinación de los perdedores, de la derrota. Tampoco hay que enfatizar el tema, está muy cantado. En mi caso es muy sencillo. La historia de mi familia, la biológica y la adoptiva, es una historia de perdedores. La primera ya lo había perdido todo antes de la Guerra Civil, y la segunda después, durante la interminable dictadura del asesino Franco (disculpe, pero es que yo no pierdo ocasión de llamarle asesino. Ya no me quedan tantos años). A mí siempre me gustaron las novelas que se nutren de historias de familia, pero es que, además, el perdedor me atrae más que el vencedor. Pero huyo, al menos de forma consciente, de cualquier propuesta moralizante. Creo que basta un mínimo de sensibilidad, mucho sentido común y -algo de lo que los novelistas no suelen hablar- necesidad de alguna forma de belleza. Maestros literarios he tenido a montones y citaré sólo algunos: Stevenson, Dickens, Stendhal, Chéjov, Baroja, Joseph Roth, Hemingway, Pla, Chesterton, Rulfo... Todos ellos y muchos más me han hecho compañía moral en diversas épocas de mi vida, aunque los motivos que me llevaron a su lectura fueran otros.

P. Y cambiando de tema, ¿cómo ve hoy el panorama cultural?

R. Soy de lo más escéptico. He llegado a la conclusión de que los políticos prefieren montar vistosos escaparates culturales antes que poner en marcha un proyecto cultural a largo plazo. Esos escaparates nacionales del arte y la cultura se parecen cada vez más al prêt-à-porter, de modo que el reto para un verdadero escritor no es hacerse un lugar en este escaparate, sino ser capaz de resistirse a él y conseguir un respeto. Y si medimos el nivel cultural del país, no es para echar las campanas al vuelo. Ni siquiera hay que salir de casa para darse cuenta, basta con pegar el oído a los medios de comunicación, ver la televisión o escuchar la radio, a los que la gente se asoma para decir pendejadas del más variado pelaje con el beneplácito de los conductores de programas; ese televidente invitado y ese radioyente al que se le ofrece el micro se cree informado y habla y opina, y ese televidente y ese radioyente cada día es más zoquete, desinformado, salvapatrias, agresivo y pelmazo. Siento decirlo pero nuestros afamados medios de comunicación fomentan la cría de ciudadanos deslenguados, vocingleros y mamarrachos.

P. ¿Y cuando oye hablar de cultura catalana se siente incluido bajo ese rótulo?

R. Me da igual que me incluyan en esa parcela de la cultura o en la otra. Este asunto también dejó de interesarme años ha. En primer lugar, me revienta la tendencia interesada en confundir idioma con cultura. No soy indiferente a las dificultades de las lenguas minoritarias, la catalana en particular, pero más que eso me interesa la defensa de los derechos de las personas, es decir, la libre opción lingüística de los ciudadanos. Y a propósito de esas tendencias interesadas, una aclaración que nunca está de más: yo no soy nacionalista en nada ni para nada. La nación, tal cual la manipulan los patriotas, los de aquí y los de allá, es un artefacto técnico y sentimental incapaz de suscitar en mí emoción alguna.

P. ¿Qué opina -usted que ha ganado muchos premios- de la evolución de los premios literarios? ¿Cuál fue su experiencia como miembro del jurado del último Premio Planeta?

R. Ignoro los entresijos de muchos premios. No he notado ninguna evolución salvo que hoy los premios proliferan como setas y gastan mucha más pasta y prosopopeya que antes. Pero esa pasta y esos galardones siguen sin tener nada que ver con la literatura, tienen que ver con la promoción y venta de libros, lo cual no está mal. Como miembro de jurado he tenido experiencias estimulantes y otras no tanto. He propuesto a los responsables del Premio Planeta algunos cambios formales que afectan a la labor y a la competencia del jurado, y espero que este año lo tengan en cuenta. De lo contrario, dejaré que otro ocupe mi puesto.

P. Tenemos que hablar del Carmelo, con tanta remodelación acabará desapareciendo el escenario de sus novelas. ¿Qué le reprocha a la Administración?

R. Lo ocurrido en el barrio del Carmelo es una auténtica tragedia. Ya en su día declaré a este diario lo que me pareció oportuno. El hecho de haber escrito y publicado hace cuarenta años Últimas tardes con Teresa, cuyo protagonista vive en el barrio, motivó un alud de llamadas pidiéndome una opinión sobre esta calamidad y participar en coloquios y tertulias de expertos, y tuve que cortar, porque no soy un experto y además no quiero ninguna clase de protagonismo. Yo sé hasta qué punto las gentes del barrio se han currado las mejoras y algunos equipamientos donde antes, cuando yo lo frecuentaba, sólo había barracas y torrenteras. Merecen nuestro apoyo y solidaridad, y repetiré lo que dije entonces, a ver si esta vez me lo publican completo. Dije entonces, entre otras cosas y acerca de los responsables políticos de la catástrofe: "En vez de perder el tiempo y el dinero de los contribuyentes buscando las esencias de la patria, la lengua y la puñetera identidad nacional, ¿por qué no se afanan en resolver los auténticos problemas de los ciudadanos?". Extrañamente, y habría tal vez alguna razón, pero yo la ignoro, desaparecieron de este texto, al ser publicado en su periódico, las palabras puñetera y nacional, quedando el vocablo identidad en pelota. El amigo Xavier Moret, que me entrevistó, no creo que tomara esa iniciativa.

Juan Marsé (Barcelona, 1933) obtuvo el Premio Nacional de Narrativa 2001 por 'Rabos de lagartija'.
Juan Marsé (Barcelona, 1933) obtuvo el Premio Nacional de Narrativa 2001 por 'Rabos de lagartija'.CONSUELO BAUTISTA

BIBLIOGRAFÍA

Rabos de lagartija (Lumen/Debolsillo).

La gran desilusión (Seix Barral).

El amante bilingüe (Planeta/Booket).

Cuentos completos (EspasaCalpe).

La muchacha de las bragas de oro (Planeta).

Un paseo por las estrellas (RBA).

Amor de un gladiador (Llibres a Mida).

El embrujo de Shanghai(Plaza & Janés/Debolsillo).

Un día volveré (Lumen).

La fuga del río Lobo (Alfaguara).

La oscura historia de la prima Montse (Lumen).

Teniente Bravo(Lumen/Debolsillo).

Encerrados con un solo juguete(Lumen).

Ronda del Guinardó (Plaza & Janés).

Si te dicen que caí (Lumen).

Últimas tardes con Teresa (Seix Barral).

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