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Columna
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El fotograma

Según algunos analistas, el próximo día 17 las urnas darán como resultado una fotografía de los anhelos, sentimientos, y preferencias de la sociedad vasca. Disiento de esta interpretación. La fotografía nos da cuenta de una imagen fija, representativa de un instante. Pero los anhelos, los sentimientos, y las aspiraciones de la gente no caben en un solo instante, pues constituyen el resultado de una experiencia vital, más o menos prolongada según cada caso.

Aunque algunas personas se estrenarán en las urnas el 17 de abril, para otros -entre los que me encuentro- ésta será la vez número 39 en que votemos, desde aquél lejano junio de 1977 en que se celebraron las primeras elecciones tras la muerte de Franco. Desde entonces, unos más y otros menos, hemos ido expresando nuestras preferencias diversas a través de distintos referéndos y de elecciones europeas, generales, autonómicas, forales, y locales. Habrá personas, fieles a una sigla, que siempre habrán votado al mismo partido, o lo que éste haya indicado votar. Otros -entre los que también me encuentro- hemos ido modificando nuestras papeletas, como consecuencia de aspiraciones, ilusiones y decepciones diversas, producto de las distintas circunstancias que nos han tocado vivir. En nuestro caso, anhelos y sentimientos son el resultado de una experiencia y una trayectoria vital. Y, por esa razón, no caben en una fotografía, en un solo instante.

Casi todos los políticos tienden a fijarse únicamente en lo instantáneo, y ello les hace perder cierta perspectiva histórica. En nuestro caso, el primer Parlamento vasco, elegido en 1980, tuvo un 70% de representantes de partidos declarados como nacionalistas vascos, frente a un 30% que no lo eran. Sin embargo, la cámara recién disuelta contaba con un 53,3% de parlamentarios nacionalistas vascos, frente a un 46,7% que no lo eran, lo que constituyó la relación más ajustada en la historia de nuestro autogobierno reciente. Ello no fue óbice para que, contra toda lógica, en la pasada legislatura se aprobara el llamado Plan Ibarretxe, precisamente cuando menos consenso parlamentario podía lograr una propuesta de esas características.

Desde otra perspectiva, es evidente que hay mucha gente que vota unas opciones en las autonómicas y otras en las generales. ¿Cuál de ellas es más representativa de la soberanía popular? Sólo algún osado se atrevería a dar una respuesta categórica. Lo más probable es que el personal vote a unos o a otros según para qué, de la misma forma en que muchas veces no hay correspondencia entre afiliación sindical y afinidad política. Pero lo cierto es que, durante las últimas legislaturas, los partidos nacionalistas vascos sólo han conseguido enviar ocho representantes al Congreso de los Diputados, mientras los demás partidos de la comunidad autónoma enviaban 11.

Si ampliáramos nuestra visión a los resultados de las elecciones locales, las contradicciones se harían aún más patentes. Todo ello no es más que el reflejo de la complejidad de la sociedad vasca y de las mil maneras a través de las cuales se manifiesta la soberanía popular. Así como la vida y las aspiraciones de la gente no caben en un sólo instante, la soberanía no se expresa en un único ámbito territorial. Y es que, pese al esencialismo y el inmovilismo de algunos, las sociedades van modulando sus aspiraciones en tiempos y espacios dilatados, cuyo desconocimiento o desconsideración constituye siempre una fuente de problemas.

Sea como fuere, lo cierto es que el día 17 no habrá una fotografía, y harían mal -unos u otros- en interpretar de esa manera el resultado electoral que arrojen las urnas. A lo sumo, tendremos un nuevo fotograma, lo que constituye tan sólo una de las imágenes que se suceden en una película, cuando la consideramos de forma aislada. Pero en las películas, no hay secuencia que tenga sentido al margen de las anteriores o de las que están por llegar.

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