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DON DE GENTES
Columna
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El bono-polvo

Elvira Lindo

"YO YA ERA PIJA antes de tener dinero". Esta frase tan estúpida fue pronunciada por mí hace ya (la friolera) de cinco años. Se la solté a un periodista (que ya hay que ser tonto para soltarle este bombón de frase a un periodista), el periodista tituló la entrevista con mi frase, y desde entonces dicha frase me persigue. Hasta he pensado que la graben en mi tumba, para que no quepa la menor duda de cuál fue mi estilo de vida. La frase me define como superficial y zascandila, pero, qué caramba, responde a la realidad: yo era pija antes de tener dinero. Me acuerdo que cuando vivía en Madrid (porque ahora soy pija manifiesta y vivo en Nueva York, que es ya como el colmo de la tontería) iba a Jacques Dessanges, una peluquería superpija donde me lavaba el pelo completamente tumbada un muchachito colombiano que masajeaba el cuero cabelludo de tal manera que te daban ganas de decirle: treinta euros más, bonito, y me haces un completo. Porque, queridas amigas, no es bueno llegar a casa con la calentura. No siempre te secundan. Pero no nos pongamos tristes, todo llegará. Aquí, en Niu Yol, hay unas señoritas japonesas que masajean a los ejecutivos en la hora del bocadillo y por unos dólares más rematan la faena. Un handjob, le llaman; o sea, un trabajo de mano; o sea, una pajilla. Lo digo con diminutivo porque no quiero pasar a la historia del periodismo como la más ordinaria. Ese tipo de servicios son sólo para hombres, porque se supone que a las mujeres sólo nos mueve la fuerza del cariño. Ay, ay, ay, qué gran malentendido; las mujeres somos víctimas del tópico y de la literatura femenina, y así nos va. El otro día fui a ver Kinsey, la película del sexólogo; por cierto, el director de la película se llama Condon, algo que no ha subrayado ningún crítico, y es que los críticos van a lo que van, a cargarse las películas, a no ser que sean chinas y un coñazo sideral, como 2046. Decía el Informe Kinsey que en los años cincuenta los hombres creían que las mujeres normales eran capaces de conseguir el orgasmo gracias a la penetración. Qué tontos son los hombres. Cincuenta años después lo siguen creyendo: ¡dejémosles vivir con su ilusión!, y, mientras, montemos un negocio de japoneses masajeadores destinado a la mujer. Es un nicho de mercado que está pidiendo a gritos hacerse realidad. Queridas amigas: esos jodidos japoneses no iban a morirse de hambre. Hay mucha desesperada que cambiaría su hora de comer por un completo, con el consiguiente beneficio de no engordar y de activar, a la postre, la circulación y la serotonina. Ustedes pensarán que las mujeres se morirían de vergüenza antes de acudir a estos centros japoneses del placer. ¡Ja! Para dar ese paso, pequeño para la mujer, pero grande para la humanidad, lo único que hace falta es que nos lo recete un ginecólogo, porque las mujeres, o bien hacemos las cosas por amor (prisioneras del tópico), o bien porque nos las receta el ginecólogo. Ya puede ser una mujer legionaria de Cristo, que si su ginecólogo le prescribe un handjob, esa mujer es capaz de sacarse un bono-polvo sin que le tiemble el pulso. Las mujeres son muy frías, ustedes no las conocen bien. El bono-polvo, por cierto, es un servicio que ofrece una casa de citas en Granada para clientes habituales, y que yo encuentro divino. Pero no era mi intención hablar de sexo, aunque soy consciente de que el 90% de mis lectores sólo busca en estos artículos la satisfacción sexual que no encuentran en sus anodinas vidas privadas. Yo simplemente recordaba esos tiempos en que iba a la peluquería y un joven colombiano me masajeaba con voluptuosidad. Una vez, mientras mi colombianito me satisfacía, una señora a mi lado que era pija genética, no como yo, que soy nueva-pija, dijo: "Yo es que viajo tanto que, chica, prácticamente no piso el suelo". Por aquel entonces yo pensaba que aquella frase sólo podía pronunciarla una gilipollas. Pues bien, actualmente yo podría decir la misma frase y ustedes podrían pensar que soy una gilipollas (asumo el riesgo). En los últimos tiempos casi no piso el suelo. Adoro el pollo hormonado de Iberia, me gusta más que el pollo de corral, que está sobrevalorado y lleno de ternillas; he cambiado el Valium por el vino, que en la alturas produce un efecto extraordinario y hay veces que no me acuerdo si voy de España a América o de América a España; veo siempre la misma película, Los diarios de la motocicleta, que es la que echan desde hace un mes, y estoy de dicha película entrañable sobre el Che Guevara hasta la bola; he leído diez veces la entrevista a Belén Rueda en la revista Ronda; tengo todos los productos del duty free, incluidas las corbatas para hombre, que ya hay que estar desesperada; después del vino me duermo, y el sobrecargo me tapa, porque me quiere como pasajera y como mujer; a veces voy a la cabina de los pilotos, y he llegado a la conclusión de que pilotar un avión está tirao, nada que ver con Leonardo di Caprio: éstos miran por encimilla un gráfico, y para de contar; a veces sólo queda un Hola y me lo dan a mí, que soy clienta fija. Cuando llegamos a tierra rezo para que nos tengamos que ir en autobús a la terminal. Siempre hay una señora que pregunta: "Por favor, azafata, ¿han puesto el esfínter?", porque tengo comprobado que hay mucha gente que piensa que el finger se llama esfínter. Tiene su lógica (aplastante): al fin y al cabo, es un tubo rugoso del que salen cosas. Y cuando digo adiós a la tripulación siento un vacío en el corazón, porque no hay nada como estar en las nubes. Sobre todo si eres español.

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Sobre la firma

Elvira Lindo
Es escritora y guionista. Trabajó en RNE toda la década de los 80. Ganó el Premio Nacional de Literatura Infantil y Juvenil por 'Los Trapos Sucios' y el Biblioteca Breve por 'Una palabra tuya'. Otras novelas suyas son: 'Lo que me queda por vivir' y 'A corazón abierto'. Su último libro es 'En la boca del lobo'. Colabora en EL PAÍS y la Cadena SER.

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