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Columna
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Sal

Se impuso una goleta, por delante de un jabeque y un bergantín. Así fue la llegada a Barcelona en 1846 de la travesía que ha dado nombre a la regata. Un comerciante catalán retó a los capitanes de una quincena de barcos de cabotaje para que compitieran en traer desde Ibiza a la ciudad, asediada por los carlistas, cargamentos de sal. Se impuso el Halcón maltés, que no otro era el nombre del barco de Baltimore patroneado por Andreas Portus, un aventurero originario de la isla de Malta. Con sus 32 metros de eslora, el Halcón maltés era muy similar al América, otra goleta que fue construida sólo cinco años después para ganar un desafío británico-estadounidense alrededor de la isla de Wright que daría paso a la competición de vela más famosa del mundo. Eran, en efecto, dos navíos muy parecidos, aunque algo importante los diferenciaba: el de Andreas Portus estaba diseñado para transportar mercancías, el del neoyorquino John Cox Stevens fue construido con la pretensión concreta de ser el barco más rápido. La vela había encontrado en aguas del Atlántico, con la Copa del América, su prueba de solera y alto nivel. Tardaría, sin embargo, la navegación deportiva un siglo y medio en redescubrir en aguas del Mediterráneo la Ruta de la Sal, dotada de un aire más lúdico y menos elitista. El jueves, como explicó en estas páginas Juan Pérez Ortiz, partieron de los puertos de Barcelona y Dénia más de 350 veleros con destino a Ibiza, en la decimoséptima edición de una regata que organiza la Associació de Navegants d'Altura Mediterranis. Merece, sin duda, la sal una regata así. Al fin y al cabo, en tiempos de esplendor el litoral mediterráneo estaba jalonado de explotaciones de un valiosa materia que buques como el Halcón maltés, atracados por ejemplo en los vetustos muelles de madera de la salinas de la Trinitat, al abrigo del delta del Ebro en Sant Carles de la Ràpita, o también en Torrevieja y Santa Pola, en Calp, en Mallorca y en la misma Ibiza, cargaban en sus bodegas. Desde Valencia, asombrarán al mundo con su velocidad las embarcaciones de la Copa del América en 2007. Más relajada, con su variopinta y concurrida flota, la Ruta de la Sal removerá ese año, como tantos otros, la espuma legendaria de una civilización.

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