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Huérfanos de Keynes

A diferencia de la derecha, que reivindica una y otra vez las glorias de sus antepasados, la izquierda se ha entregado con pasión en los últimos tiempos a la tarea de sepultar y olvidar a sus padres espirituales. La lista de los repudiados, desde Marx en adelante, es larga, pero, tal vez por su mayor cercanía a nosotros, el vacío que más se hace notar es el de John Maynard Keynes. Y eso que sólo era un padre adoptivo, puesto que, como es sabido, el gran economista inglés no era socialista, sino un liberal heterodoxo cuyos remedios contra la depresión y el desempleo abrazó la izquierda con entusiasmo después de la II Guerra Mundial.

Aunque una gran depresión como la que azotó a Europa en tiempos de Keynes parece cosa del pasado, gracias entre otras cosas a los instrumentos keynesianos de manejo de la economía, el fenómeno del desempleo sigue castigando nuestras sociedades, y aunque sólo fuera por eso deberíamos negarnos a pasar la página del maestro de Cambridge.

¿Cuáles fueron las razones del éxito de Keynes después de 1945 y cuáles las de su marginación en las dos últimas décadas?

En cuanto a las primeras, podemos hacer nuestras las palabras del historiador británico Donald Sassoon: "La generalizada aceptación de Keynes en la posguerra se debió en gran medida a que, para los socialdemócratas, representaba la posibilidad de regular el capitalismo en beneficio de objetivos sociales, y para los conservadores moderados, la seguridad de que el capitalismo podría sobrevivir y lograr un alto grado de apoyo social".

Respecto a las razones de su marginación en nuestros días existe una abundante literatura que es imposible resumir aquí, pero hay ciertos factores de tipo político y económico, obviamente entrelazados, que por su importancia es imposible dejar de mencionar. Los de carácter político remiten al desplazamiento, en el influyente campo de la derecha anglosajona, de los conservadores moderados por los radicales, liderados por Margaret Thatcher y Ronald Reagan. Éstos -cuyo legado pervive a través de influyentes sucesores, como es el caso del actual presidente norteamericano- asumieron como bandera lo que podríamos definir como el programa máximo del liberalismo, tanto a nivel interno (quebrar el poder de los sindicatos, cuestionar los gastos sociales y, en general, el papel del Estado en la economía) como en el plano internacional.

Ha sido precisamente el notable éxito alcanzado por la agenda liberal en el plano internacional, con la liberalización de los intercambios comerciales y la aún más avanzada de los movimientos internacionales de capital, el que más ha contribuido a socavar el prestigio del keynesianismo. Porque en una economía abierta o globalizada, algunas de las recetas keynesianas más características, y en particular las políticas gubernamentales de estímulo de la demanda como medio de combatir la depresión y el desempleo, pueden muy bien producir sus efectos (en forma de una reactivación de la economía), pero fuera de las fronteras del Estado que las ponga en práctica. Algo que aprendieron a su costa los socialistas franceses a principios de la década de 1980.

Para no quedar en evidencia, pues, la izquierda gobernante ha dejado en general de mirar hacia Keynes en busca de soluciones, y aunque sigue confiando en el presupuesto del Estado para llevar a cabo sus programas, trata de justificarlos en base a razones humanitarias (en el caso de los gastos sociales) o bien acudiendo al objetivo genérico de la modernización, pero renunciando a integrar esos programas en una idea de conjunto sobre el funcionamiento de la economía en las circunstancias actuales que se diferencie sensiblemente de la ortodoxia económica en vigor.

Justamente esa imbricación de las políticas concretas en una visión teórica alternativa es una parte esencial del legado de Keynes y, lejos de ser un puro capricho intelectual, fue una de las claves que explicaron en su día la fuerza y el poder de arrastre de su obra.

El abandono de ese esfuerzo intelectual, del intento de fusionar teoría y práctica, como se decía antes, tiene consecuencias muy negativas para la izquierda. Por un lado, contribuye a mantener la impresión de la superioridad intelectual de la derecha en estos momentos, ya que ésta sí se apoya en una visión teórica como fundamento de su agenda política. Una visión que no duda en recurrir a la autoridad de los padres fundadores de la Economía Política, como Adam Smith o David Ricardo (a pesar de lo que ha llovido desde que éstos pasaron a mejor vida) para justificar su fe en la liberalización de los intercambios y el buen funcionamiento de los mercados como remedio universal para todos los males económicos.

Por otro lado, la renuncia a Keynes significa en la práctica la renuncia al poderoso vínculo que, a pesar de todo, éste mantuvo con el legado clásico y con un tipo de análisis centrado en los conceptos básicos del capital y el trabajo y de su dinámica, postergado en favor de otro centrado en el funcionamiento de los mercados y en los mecanismos de formación de los precios. Sin desconocer la necesidad de este segundo tipo de análisis, la renuncia al primero priva a la izquierda de un instrumento valiosísimo para abstraer, de los múltiples datos que ofrece la realidad cotidiana, las líneas maestras que pueden permitir comprender su evolución. Además, en el plano de la práctica, se ve naturalmente empujada a una política fragmentaria en la que todo el horizonte parece reducirse a tratar los problemas de colectivos concretos: los jóvenes, las mujeres, los pensionistas, las minorías étnicas, las regiones desfavorecidas, etcétera.

Finalmente, y para no alargarnos más, olvidar alegremente a Keynes significa olvidar también algunas verdades permanentes que ni siquiera le pertenecen en exclusiva, como es la de que la redistribución de la renta hacia las capas inferiores de la sociedad es uno de los motores esenciales del progreso económico. Una idea que parece haber desaparecido del lenguaje de los socialistas de hoy pero que debiera permitirles, de acuerdo con sus mejores tradiciones, presentarse no sólo como un partido humanitario, sino como un partido que dispone de una agenda propia, capaz de construir un sistema económico más avanzado y eficiente. Y por supuesto más justo.

Mario Trinidad es ex diputado socialista y escritor.

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