Escenas de una vida
Además de un libro de cuentos, con la inclusión de un hermoso poema inicial, El contrario de uno es un repertorio de episodios autobiográficos, una serie de experiencias significativas que Erri de Luca (Nápoles, 1950) ha reunido bajo una temática que confronta al solitario con la comunidad, el yo con el nosotros. A esto se refiere el título: "Dos no es el doble", dice Luca, "sino el contrario de uno, de su soledad". Esta noción existencial tiene, sobre todo, una raíz política. Es sabido que el autor napolitano militó, en los años setenta, en la organización de izquierda Lotta Continua, que durante mucho tiempo trabajó de albañil, que aprendió por su cuenta hebreo y yídish, que es un apasionado de la escalada, que trabajó de voluntario en Tanzania, que condujo camiones en la guerra de Bosnia, que comenzó a publicar tarde, casi con cuarenta años, que hoy es uno de los escritores italianos más reconocidos. De estas facetas, sólo las que tienen que ver con la experiencia física son la materia de este libro. Erri de Luca posee el don de la precisión; su prosa es austera, punzante, de una sorprendente sequedad y eficacia; no evoca sucesos, no recrea la realidad: la actualiza, la fija en un presente continuo, mediante una concreción tan singular que provoca la estupefacción de estar por primera vez escuchando una historia. En sentido estricto, no hay argumento; su propósito es registrar lo vivido, para volverlo a vivir en la estricta veracidad de las palabras.
EL CONTRARIO DE UNO
Erri de Luca
Traducción de Carlos Gumpert
Siruela. Madrid, 2005
122 páginas. 15 euros
La descripción, desde dentro,
de una manifestación, las caídas, las carreras, los arrestos (Viento en la cara); el tormento de la malaria, la ansiedad del frío, el delirio de un amor improbable que le apremia a declarar que morirse "no es una condena, morir es ser absueltos" (Fiebres de febrero); el compromiso político de una muchacha vestida con uniforme de colegio, su candidez revolucionaria (La falda azul) que produce una de las frases más refulgentes del libro: "Cuando las colegialas se arriesgan, un país está cercano a la incandescencia"; la petición de ser asesinada, en una travesía de montaña, de una chica solitaria, que el narrador resuelve ascendiendo con ella "por pequeñas estribaciones de huellas dibujadas apenas sobre la arruga del vacío", sustituyendo así su ansia de morir por el esfuerzo y la fatiga (Ayuda); una enfermedad curada por el abrazo de otro cuerpo que generosamente se acopla y absorbe el frío y la fiebre, mediante una "técnica de resurrección" (La camisa en la pared); el registro de la vivencia primordial de los sentidos en cinco estremecedores cuadros cotidianos, de los que resalta por su dramatismo el dedicado al oído: el grito desgarrado de una mujer despidiéndose en el puerto de Nápoles, cuando el barco de la emigración ha soltado amarras, un "grito que vuelve a sus orígenes de blasfemia general" (Oído: un grito); y, en fin, el descubrimiento del vino a través de "una bonita sotana de paja en torno a un cristal, apellidada Chianti", y la entrega convulsa al aturdimiento de la bebida hasta lograr, después de padecer una hepatitis vírica, que beber sea compañía y nivelar así "el día con un vaso alzado a la altura de los ojos" (Vino).
El contrario de uno podría también leerse, sin menoscabo de su excelente arraigo literario, que excede su época, como una suerte de señas de identidad de una generación exigente con la justicia social y enfrentada a la hipocresía de una deficiente política de Estado. "Éramos muchos", escribe Erri de Luca, "los que aprendíamos el llanto artificial de los gases lacrimógenos, el zipizape de las cargas, los golpes y el ridículo transporte en jaulas de pollos, los coches celulares".
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