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Aberri Eguna 2005

La celebración del Aberri Eguna es una buena ocasión para trasladar a los ciudadanos vascos una reflexión sobre los contenidos de una fiesta que es uno de los componentes simbólicos de nuestro país. Al día de hoy, tras 25 años de autonomía y alguno más de democracia, los vascos disponemos de una simbología con desiguales niveles de adhesión por parte de la ciudadanía.

Esta desigualdad de trato se concreta en la adhesión casi unánime que todos sentimos hacia la ikurriña, en el escaso entusiasmo que más allá de las filas del PNV y EA despierta el himno oficial, el Gora ta Gora, y en el carácter partidario de la celebración del Aberri Eguna. Las razones de dicho balance hay que buscarlas en el diferente tratamiento que dichos símbolos han tenido en cuanto a procedimiento de implantación se refiere.

25 años de hegemonía del PNV no han servido para dotar a Euskadi de unas bases comunes de nacionalidad

La ikurriña se oficializó como enseña de todos por el primer Gobierno vasco, un gobierno de coalición y de consenso en tiempos de la República y en el cual un consejero socialista, Aznar, jugaría un papel clave en su utilización.

Muy distinta fue la suerte del himno oficial, cuya implantación fue un empeño del PNV de imponernos su himno al resto de los vascos. Tan sólo recibió el apoyo de la extinta UCD, que puso como condición que sólo la melodía fuera considerada oficial, lo que hace del Gora ta Gora un himno instrumental y no vocal. ¿Hay algo menos participativo y poco cívico que un himno cuya letra no es ni siquiera oficial?

Por lo que se refiere al Aberri Eguna, sigue siendo una fiesta que celebran los partidos nacionalistas por separado. Es decir, un día que se nos presenta más como una ocasión para marcar la diferencia, y de demostración de una supuesta autenticidad de quienes lo celebran frente a quienes se abstienen, que un día de entendimiento y encuentro de todos los vascos en torno a una idea compartida de comunidad nacional. De este modo, tras la recuperación de la democracia y de la autonomía se rompió una tradición unitaria que se fue configurando en los años finales de la dictadura y primeros de la Transición.

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No estamos por lo tanto ante un tema anecdótico en torno a la participación o no en una fiesta. Estamos enunciando la incapacidad que hasta hoy hemos demostrado todos los partidos vascos para oficializar un día concreto como el Día de la Patria Vasca.

Se trata sin duda de la ausencia de una disposición a compartir. En el caso de los nacionalistas, por un sentido de patrimonialización de los símbolos, no advirtiendo que éstos solo adquieren su condición plena cuando reciben la adhesión de una amplia mayoría de los ciudadanos. En el caso de los demás, por entender la simbología como una manifestación del nacionalismo, y no como un elemento de cohesión cívica y libre de los ciudadanos, que si no recibe un tratamiento consensuado acaba dividiendo a la sociedad con el riesgo de conformarla en dos comunidades.

De este modo, en el Aberri Eguna se resumen las circunstancias que concurren en la política vasca y que no son sino el balance de un ciclo de 25 años de hegemonía del PNV que no han servido para dotar a Euskadi de unas bases comunes de nacionalidad.

La permanente utilización de los elementos identitarios como un instrumento para la confrontación y el no reconocimiento de la pluralidad como un patrimonio común y un valor inherente a cualquier sociedad democrática, han impedido el desarrollo de una política de búsqueda del "común denominador" sin el cual es imposible configurar una comunidad nacional sobre unas bases institucionales estables y unos fundamentos simbólicos en los que se identifiquen la mayoría de los ciudadanos con independencia de su adscripción ideológica.

Sólo la insistencia en tales concepciones explica que, 25 años después y desde el PNV, se nos proponga el proyecto más soberanista y radical de su historia. Lejos de concluir que la búsqueda del "común denominador" exige como punto de partida el reconocimiento del otro y por lo tanto la disposición a compartir y consensuar los rasgos básicos de la simbología y la gestión de la pluralidad de un país, se apuesta por la ruptura del Pacto estatutario y del marco constitucional español, es decir se opta por el camino inverso.

Yo entiendo que la propuesta más razonable ante este Aberri Eguna sería la de comprometernos, cada uno desde su ámbito ideológico, a trabajar en la búsqueda de ese "común denominador" que nos permita compartir nuestros símbolos y reconocernos en nuestra pluralidad. Dotarnos de un Día de la Patria Vasca convocado por las instituciones competentes sería un primer paso en esa andadura que proponemos. Estaríamos así eliminando el carácter partidario que hace que hoy siga siendo tan sólo la fiesta de una parte de los vascos y lo que es más importante, estaríamos entendiendo que los rasgos básicos e institucionales de una nacionalidad debemos configurarlos entre todos.

Sólo así empezaremos a configurar una Euskadi en la que todos los ciudadanos se sientan libres e iguales, en la que los símbolos y la cultura sean elementos de unión, una Euskadi que se sienta democráticamente instalada en España, porque en la democracia todas las opciones deben de tener sus posibilidades abiertas, y en la que ante todo se trabaje desde el primer día por la Paz y la Reconciliación, haciendo posible que en un futuro próximo el Aberri Eguna sea la fiesta de la Reconciliación de los vascos dejando para la historia el carácter reivindicativo que siempre tuvo. Esto no es un sueño, es una ambición que estamos obligados a compartir. Hasta ahora no lo hemos hecho; en 2006 haremos balance.

Jon Larrínaga Apraiz es ex secretario general de Euskadiko Ezkerra.

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