"La obra nace de la unión entre lo físico y la imaginación"
Charles Simonds (Nueva York, 1945) vive en el centro de Manhattan rodeado de rascacielos y de multitudes. Sus esculturas, en cambio, representan casitas realizadas con barro en las que imagina la existencia de una civilización invisible, a la que llama little people (gente pequeña). Simonds habló ayer en Bilbao Arte de su trabajo, esculturas efímeras que realiza en la calle o piezas realizadas para una exposición, antes de emprender viaje a Sevilla para conocer su Semana Santa. "Todo comenzó hace 35 años, cuando tomé un poco de barro y un puñado de arena", dice al relatar su trayectoria artística, "y descubrí que había creado un espacio. Mi trabajo ha consistido desde entonces en ser capaz de ir añadiendo ideas".
El porte y la ropa informal restan años a Simonds. El resto de su apariencia juvenil lo pone el entusiasmo al hablar de su obra. "Mis esculturas son el resultado de un proceso en el que el hecho de trabajar con las manos, conectado con la tierra, se une con la imaginación", explica. "La obra nace de la unión entre lo físico, la tierra que se puede tocar con las manos, y la imaginación".
Su primera obra consistió, simplemente, en cubrir su cuerpo con tierra y sentir "la experiencia sobre la piel". "Fue una forma de sentir que el cuerpo es mi primera casa, el primer lugar que sientes como tu hogar. El cuerpo es tierra viviente".
Simonds se dio a conocer en los años sesenta construyendo dwellings (moradas), de apenas un par de palmos de altura en los barrios del bajo Manhattan. Con ladrillos diminutos y un trabajo minucioso sigue levantando sus edificaciones, en las que también puede aparecer la figura humana. "Es un trabajo frágil, vulnerable, con el que trato de alcanzar la sensación mental de estar en casa", indica.
Son construcciones que evocan a las civilizaciones antiguas. "En cada lugar del mundo recuerdan orígenes distintos. Pueden ser construcciones tradicionales del norte de África, de Mesopotamia o de los indios nativos de Nuevo México, según quien las observe. Es igual, porque las raíces de todas las civilizaciones son las mismas, están unidas a la tierra".
¿Relación de su obra con la arquitectura? Simonds cree que sus moradas hacen "una fantasía de la arquitectura". "Los arquitectos están celosos", añade. "Yo soy más libre que ellos para relacionar el pasado y el presente. Yo puedo jugar con el concepto del tiempo; los arquitectos, por el contrario, deben atenerse a la realidad".
Simonds entiende que cuando trabaja en la calle creando esculturas efímeras está haciendo un regalo a la comunidad. "La gente no ve un objeto artístico, sino algo que tiene el valor de un trabajo hecho con cuidado y amor. Es una metáfora de la vida y la muerte: es algo inesperado, que nace y puede desaparecer en un sólo día porque lo arrastra la lluvia". En una galería de arte o en un museo el contexto transforma la experiencia. "El público piensa en arte. Para mí es interesante, pero se pierden lo que vive la gente de la calle. Los museos son catedrales mentales en las que no hay vida real, sino un tiempo y un espacio rígidos".
Simonds imagina que cada obra, habitada por seres imaginarios, tiene dentro una gran historia. "Tener un mundo fantástico es muy saludable", asegura. Hijo de psiquiatras, no se atreve a recomendarlo a lo demás. "Mi fantasía es compulsiva. No tengo recetas; que cada uno invente su historia si quiere".
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