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Los colores de la San Remo

"Sin Petacchi, diría que soy el gran favorito", advierte Freire

Carlos Arribas

Mientras el ciclismo habla de sociedades anónimas, de capital, de consejos de administración y vicepresidencias ejecutivas, Pedro Horrillo, ciclista, habla de poesía. La víspera de la San Remo, Manolo Saiz, ejecutivo, avanza en el camino del ProTour, crea una sociedad mercantil con los 20 equipos para gestionar los derechos. El nuevo marco de funcionamiento. El futuro.

La víspera de la carrera, Horrillo, como todos los ciclistas, alarga las horas de habitación, de cama, la bicicleta en manos de los mecánicos, los móviles apagados. A su lado, perezoso, hormigueo en el estómago, Óscar Freire. Hablan del descenso de la niebla, de la Italia gris, del monte Turchino, hacia la luz del Mediterráneo. Las mimosas. El aroma de la primavera. Los colores de la 96ª Milán-San Remo.

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Acaban de llegar de Dozza, junto al circuito de Imola, de viñedos que empiezan a echar hojas. Están embriagados. En las nubes. Hablan de maillots. En una silla hay dos. Uno es blanco pálido y azul en las mangas y el cuello. Es nuevo. Freire, como líder del ProTour, será el primero que tenga el honor de portarlo. El otro es su viejo conocido, el del arcoiris, el que distingue al campeón del mundo desde hace casi 80 años. Rayas roja, azul, negra, verde y amarilla sobre fondo blanco. "Sí, es un orgullo llevar el del ProTour, ser el primero", dice Freire, a quien la UCI obliga a llevar el maillot recién creado; "pero no en la San Remo. Aquí hay que ir con el arcoiris". Con todos los colores. A lo grande. Y levantar, espléndido, los brazos en vía Roma como antes de él hicieron los grandes, como Binda en el 31, y Merckx en el 72 y en el 75, y Gimondi en el 74, y Saronni -dicen que Freire es su vivo retrato- en el 83. Con el arcoiris en el pecho ya corrió Freire dos sanremos, la de 2000 y la de 2002. Pero eran otros tiempos.

La oportunidad de poderse hacer una foto a lo Binda o a lo Merckx la tendría que haber tenido este año, el que llega como ganador en cargo, el que llega más fuerte que nunca. "Si no corriera Petacchi", dice, "diría que yo soy el gran favorito. Pero, claro, está Petacchi".

Está Petacchi, el mejor sprinter del momento. Once victorias en lo que va de año. "Y no es el Petacchi del pasado, al que le hizo larga la carrera [la San Remo son 294 kilómetros llanos salpicados con tres subidas, el Turchino al comienzo y la Cipressa y el Poggio al final], no es el que resopla en cada cuesta; es otra cosa, igual de rápido, igual de bien rodeado, pero capaz de pasar los puertos entre los 30 primeros", dice Freire. Petacchi ha adelgazado cinco kilos y ha ganado en eficiencia sin perder potencia. "Y digo Petacchi pese a que en la San Remo hay decenas de favoritos: dejas de dar una pedalada y te pasan cinco", dice Freire; "digo Petacchi porque no creo que los rompedores, que Valverde, Vinokurov, Di Luca, Pellizotti o Zaballa, puedan irse en el Poggio o la Cipressa. Y digo Petacchi porque le veo un pelo por encima de los otros sprinters, de Cipollini, Hondo, McEwen, O'Grady, Boonen, de los que nos pegaremos en el último kilómetro para coger su rueda".

Al equipo de Freire, el Rabobank, lo dirige el suave Breukink, que no levanta la voz, que deja a sus hombres guiarse por un sano estilo autogestionario. Hace diez días, a Breukink le dijo Horrillo que no se veía bien para llegar hasta el final con Freire. A Horrillo le dijo Breukink que esperara, que todo cambiaría. Horrillo ya se siente bien. Sabe que tendrá que llegar hoy con Freire hasta vía Roma. Comparte el hormigueo en el estómago. El gusto por los colores.

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Sobre la firma

Carlos Arribas
Periodista de EL PAÍS desde 1990. Cubre regularmente los Juegos Olímpicos, las principales competiciones de ciclismo y atletismo y las noticias de dopaje.

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