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Tribuna:ECONOMÍA INTERNACIONAL
Tribuna
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La democracia no aplicada al Banco Mundial

El autor considera que el futuro presidente del organismo internacional debe contar con un amplio respaldo y propone como posible candidato, entre otros, al mexicano Ernesto Zedillo

Joseph E. Stiglitz

James Wolfensohn, presidente del Banco Mundial, ha anunciado su intención de dejar el cargo, y ya han empezado a buscar a un nuevo director de la organización multilateral dedicada a promover el desarrollo más importante del mundo. La elección es especialmente importante ahora, cuando finalmente se reconoce que la pobreza en el Tercer Mundo es nuestro mayor problema y reto. La designación "banco" no da idea de la importancia y de las múltiples funciones del Banco Mundial. Es verdad que presta dinero a los países para que emprendan distintos proyectos, y les ayuda a superar crisis (como los 10.000 millones que prestó a Corea en 1997- 1998). Ha desempeñado, y sigue haciéndolo, un papel vital en las reconstrucciones posteriores a los conflictos en todo el mundo.

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Pero el Banco también concede subvenciones y préstamos a bajo interés a los países más pobres, especialmente para educación y salud, y les aconseja sobre estrategias de desarrollo. A menudo se ha unido al Fondo Monetario Internacional (FMI) para obligarlos a aceptar este consejo: de no hacerlo, no sólo perderán la ayuda del FMI y del Banco Mundial, sino también la de otros donantes, y se disuadirá a los mercados de capitales de aportar fondos. A veces -los detractores de estas instituciones dicen que a menudo-, el consejo proporcionado por el FMI y el Banco Mundial es equivocado. Esto ocurrió ciertamente en los años ochenta y comienzos de los noventa, cuando dominaba la ideología de derechas, que estableció una receta igual para todos, que imponía la privatización, la liberalización, la estabilidad macroeconómica (es decir, la estabilidad de precios), y prestaba poca atención al empleo, la equidad o el medio ambiente.

El término banco es inadecuado también en otro sentido: si bien el Banco Mundial hace referencia a sus miembros como "accionistas", difícilmente se puede considerar un banco privado. Por el contrario, es una institución pública mundial. Pero, aunque los países del G-7, que dominan los votos del Banco, declaran su respeto a la democracia y el buen gobierno -y se comprometen a promoverlos como uno de sus objetivos básicos- hay un enorme abismo entre lo que predican y lo que practican. De hecho, el proceso de elegir a los directivos de estas instituciones internacionales es un anacronismo histórico que menoscaba su eficacia y convierte en una burla el respeto de los países del G-7 a la democracia. Este proceso, establecido al comienzo, hace 60 años, se enmarca en el acuerdo de que un estadounidense dirigiría el Banco Mundial y un europeo el FMI. El presidente estadounidense escogería al presidente del Banco, y Europa decidiría colectivamente quién sería el gerente del FMI, dejando entendido que la otra parte sólo ejercería su derecho a veto en caso de que un candidato resultara completamente inaceptable.

En Estados Unidos, todos los nombramientos presidenciales deben ser ratificados por el Senado; aunque los rechazos son raros, el proceso de veto es importante, porque el presidente sabe que sólo puede llegar hasta cierto punto. Pero la presidencia del Banco Mundial es un chollo para el presidente: un nombramiento no sometido al control del Congreso. ¿Cómo se pueden tomar en serio los consejos de que se establezcan reformas democráticas, cuando las instituciones multilaterales que los dan no suscriben los mismos principios de apertura, transparencia y participación que propugnan? ¿Por qué debería la búsqueda de sucesor para Wolfensohn limitarse a un estadounidense (y especialmente a un estadounidense leal a un determinado partido político)? ¿Por qué el proceso de búsqueda se realiza a puerta cerrada? ¿No deberían estas instituciones públicas internacionales buscar a la persona más cualificada, independientemente de la raza, la religión, el sexo o la nacionalidad?

Los dos nombres que han sonado hasta ahora -seguramente lanzados como globos sonda- son especialmente preocupantes. Dicho sin rodeos, dada la importancia del Banco Mundial, la consideración de cualquiera de los dos posibles candidatos estadounidenses, el secretario de Defensa adjunto, Paul Wolfowitz, o la ex directora ejecutiva de Hewlett-Packard, Carleton Fiorina, ha provocado gran controversia en todo el mundo. Incluso si lo convenido permite al presidente estadounidense nombrar al presidente del Banco Mundial, el éxito de la organización depende de la confianza de los demás. Ni Wolfowitz ni Fiorina tienen formación o experiencia en el desarrollo económico o en los mercados financieros. Por supuesto, algunos de los anteriormente nombrados resultaron mejores de lo que se esperaba; estuvieron a la altura de las circunstancias, a pesar de tener una formación que, en un proceso de selección abierto y objetivo, nunca les habría permitido entrar en la lista de candidatos. Pero demostraron que siempre hay oportunidad para superar las expectativas. Mas esto no compensa el riesgo de rendir por debajo de lo esperado, y por eso la mejor política es la de buscar al mejor candidato.

Hay profesionales de primera clase que podrían resultar adecuados para el puesto, personas que han demostrado su dominio del desarrollo económico, su integridad intelectual y personal, y sus capacidades políticas y de gestión. Entre esos posibles candidatos se encuentran el ex presidente mexicano Ernesto Zedillo, un doctorado en Yale que ahora da clases allí y ha recibido un firme apoyo en un editorial de Financial Times; Arminio Fraga, doctorado en Princeton y ex presidente del Banco Central de Brasil; y Kemal Dervis, ex vicepresidente del Banco Mundial que enseñó en Princeton y afrontó con éxito una de las crisis turcas cuando era ministro de Economía de ese país. ¿Por qué debería el mundo aceptar candidatos de menor calibre?

Es hora de que los países del G-7 respalden con la acción su retórica democrática. Muchos plantaron cara a Estados Unidos cuando éste los presionó para que apoyaran la guerra de Irak. Tenían razón al mostrarse escépticos ante las afirmaciones estadounidenses de que existía el peligro inminente de que este país desarrollara armas de destrucción masiva. Lo que está en juego aquí no es menos importante: la vida y el bienestar de miles de millones de personas del Tercer Mundo depende de la guerra mundial contra la pobreza. Elegir al general adecuado para esa guerra no nos asegurará la victoria, pero elegir a uno equivocado aumentará con toda seguridad las probabilidades de fracaso.

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