_
_
_
_
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Mañana

José Luis Ferris

Hoy es 10-M. Mañana Dios dirá. Pero Dios no dijo nada. Hace un año, Dios, precisamente Dios, no dijo nada. Punto en boca. Dejó que sus criaturas, las de la peor calaña, sembraran a sus anchas el terror en la estación de Atocha, en los trenes de aquel amanecer detenido en el tiempo, en los vagones plagados de viajeros camino del colegio o del trabajo. Cerca de doscientos inocentes perdieron la vida bajo la metralla, sajados por la onda expansiva de los explosivos que una sarta de cobardes, malditos y ruines colocaron estratégicamente en el corazón de Madrid. Pero, como siempre, Dios no dijo nada. No advirtió a sus bienaventurados de la gran desventura que les esperaba aquel 11 de marzo. Dejó que se asearan como todos los días, que se vistieran como todos los días, que tomaran su desayuno como todos los días, que salieran a la calle y cogieran el tren de siempre, rumbo a la oficina, a la facultad, a la escuela, al hospital o a la fábrica... Dios se aprovecha de eso, del exceso de clientela, de la gran demanda que le asiste haga o no haga su labor. Sabe que, por muy mal que vayan las cosas, siempre habrá millones de seres que buscarán su consuelo, que pronunciarán su nombre, que le rogarán desde la desesperación, desde la enorme soledad del mundo. Sin presencia alguna, sin señal o signo, sin existir siquiera, sin ser nadie o nada, la suerte de Dios es que siempre está ahí para quienes no tienen más remedio que acudir a su vacío, para quienes sienten la necesidad de inventar su amparo, su etéreo perfil imaginado y todopoderoso.

Ángela Figuera, una poeta de nuestra posguerra a la que he releído estos días por algo personal, se encaraba con Dios en 1962 desde un poema verdaderamente hondo y hermoso: "Señor, si no te canto, no te enojes. / Ya ves, no tengo tiempo para nada... / Los astros se detienen en tu frente. / Pero ¿quién baja un rayo / de sol hasta las cárceles sin puerta? / El Ángel se arrodilla ante María. / Mas ¿quién dice a la madre pecadora bendito sea el fruto de tu vientre...? / No te hago falta, tienes a tus Santos...".

Mañana 11 de marzo es el día. Que los hombres te perdonen.

Lo que más afecta es lo que sucede más cerca. Para no perderte nada, suscríbete.
Suscríbete

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_