Para recordar
Fines de semana como el dedicado en Bilbao a Beethoven suponen una manera diferente de vivir la música. La Fundación Bilbao 700, organizadora del maratón, ha adelantado que han asistido más de 20.000 espectadores a los conciertos, lo que supone la consolidación definitiva de Musika-Música.
El teatro Arriaga se reservó la integral de las 32 sonatas para piano, distribuidas en nueve sesiones, con media docena de pianistas alternándose, todos ellos jóvenes y franceses. Y lo que es más importante: extraordinarios intérpretes. Tocaron todos sin partitura y con atuendos informales. Ni una corbata. La idea de esta integral surgió del festival pianístico de La Roque d'Antheron, se reprodujo en La loca jornada de Nantes y, posteriormente, en la Ciudad de la Música de París. Incluso llegó a Río de Janeiro y Estambul. La operación cultural ha sido redonda para el pianismo francés: ha revalidado su prestigio. El público bilbaíno siguió con devoción, fidelidad y entusiasmo creciente el desarrollo del ciclo. Al margen de la integral se han podido escuchar sesiones aisladas de sonatas en el Euskalduna con pianistas no franceses de la categoría de Colom o Staier.
Musika-Música
Integral de las 32 sonatas para piano de Beethoven por orden cronológico (en 9 sesiones). Con Frank Braley, Nicholas Angelich, Emmanuel Strosser, Jean-Efflam Bavouzet, Claire Désert y François-Fréderic Guy. Teatro Arriaga. Variaciones Diabelli. Con Jean-François Heisser. Palacio Euskalduna. Bilbao, 5 y 6 de marzo.
Evolución del pensamiento
La diferencia esencial de la integral de las sonatas de piano en Bilbao frente a otras como la de los cuartetos de cuerda o las sinfonías es que las diferentes obras se han expuesto cronológicamente, lo que supone una plataforma privilegiada para observar la evolución del pensamiento musical del autor a lo largo de su vida. Cada pianista tenía su estilo personal, pero dos rasgos eran comunes: la transparencia y la falta de afectación. Las complicidades eran muy superiores a las divergencias. Individualmente hay que destacar la seguridad, el aplomo, la fuerza y el rigor constructivo de Braley (imponentes la 14, 23 y 31); la personalidad técnica y visión conceptual entre analítica y contemplativa de Angelich, que pasó de la gracia haydiana en la 3 a la profundidad sublime en la 32; el virtuosismo y un enfoque de seriedad que roza lo trascendente de Guy, a quien le correspondió la dificilísima 29 y salió más que airoso; la luminosidad, alegría de tocar y sentido del juego sonoro de Strosser, que hizo desde una ejemplar 7 a una 30 rebosante de sugerencias; la frescura, brillantez y versatilidad de Bavouzet, especialmente inspirado en la 13 y 25; y, en fin, la gestualidad teatral y el apasionamiento de Désert, con momentos sustancialmente felices en la 6 y 17. Un ciclo para recordar durante muchos años.
En el Palacio Euskalduna, y al margen de la integral, Heisser hizo una versión agilísima y sólidamente estructurada de las 33 variaciones sobre un vals de Diabelli. Un complemento perfecto a la integral de las sonatas.
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