_
_
_
_
_
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

La sed

Por fin he conseguido el libro de poemas de Pere Rovira Para qué sirve la sed, editado por el Ayuntamiento de Lucena. Lo conocí gracias a Ramón Repiso, que se lo sabía tan de memoria como el resto de los libros de poesía, pero esta vez con más frecuencia de repetición. De modo que aquella misma noche nos bebimos el libro varias veces: la botella de la poesía no se vacía ni cuando no hay hielo. Pero ahora, al leer el libro en casa, he comprobado que el título elegido por Pere Rovira está tomado de este de Antonio Machado, que escribió lo siguiente: "Bueno es saber que los vasos / nos sirven para beber; / lo malo es que no sabemos / para qué sirve la sed". El título elegido por Pere Rovira busca el efecto de hacernos reparar con sorpresa en algo que forma parte de nuestra fisiología y de lo que sin embargo sólo en casos excepcionales somos conscientes. Y de eso se trata.

Pero la última actualidad ha invertido el orden de las preguntas: sabemos para qué sirve la sed, pero ¿podemos vivir sin la sed? El ejemplo está claro: el 3%. Sabemos que es una cosa útil, sabemos a quién le resulta útil y en qué se invierte la utilidad que produce, sabemos incluso que hay una enorme experiencia acumulada en el arte de hacer que el 3% no deje huellas. Y esto lleva irremediablemente a una pregunta tan absurda como escandalosa: ¿necesitamos la sed?

Hay una escuela de política económica -la que hay- según la cual ninguna sociedad sobrevive sin la sed del 3%, es decir, sin la tasa de corrupción política y económica necesaria -según esa teoría- para que el conjunto del sistema social funcione. Un ejemplo: la supervivencia de la mafia en Italia se debe a que los ciudadanos de a pie ven al capo mafioso como un triunfador que ha triunfado saciando la sed democrática del 3%: ¿o acaso no tiene Berlusconi mayoría absoluta en las dos cámaras de su país? Hace casi veinte años, en una noche de verano en Granada, después de oír el espeluznante discurso de quien entonces era responsable del Poder Judicial italiano para la lucha contra la mafia, le pregunté qué sucedería si un día, al despertarse, la mafia, eso que le obligaba a viajar con guardaespaldas, hubiera desaparecido por completo. Y mi amigo Alfredo Galasso no pensó mucho la respuesta: "Italia no funcionaría".

¿Se puede no tener sed? Esta es la pregunta política a la que nadie responde. Maragall se ha equivocado, sí, pero porque dijo, quién sabe por qué, lo que no se puede decir, la verdad moral de este modo de vivir. El resto de lo que estamos oyendo se sustancia en una hipocresía que nos conmina a la estupidez, a hacer como que no sabemos los que sabemos y a no poner en discusión el 3%. Vivimos en sociedades que no soportan la verdad de su propia condición. El problema de Maragall es que, en la dialéctica política, al decir lo que en la política no se puede decir, ha echado mano de un argumento moral que se vuelve incluso contra él mismo. Porque en la política los argumentos morales siempre son impertinentes.

Ahora nos queda esperar. Nuestras sociedades funcionan bajo la exigencia única de no admitir cambios incompatibles con lo que hay establecido. Y algo cambiará. Pero la sed seguirá siendo insaciable.

Lo que más afecta es lo que sucede más cerca. Para no perderte nada, suscríbete.
Suscríbete

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_