Esperando a la 'alsina'
Hace cinco días que la alsina, como llaman los granadinos a cualquier autobús no urbano, no pasa por Mecina Bombarón. Es jueves y anteayer dejó de nevar, pero este pequeño pueblo de la Alpujarra granadina cercano a su límite con Almería, todavía no se ha recuperado totalmente de los efectos del temporal que, como en decenas de municipios de la provincia, dejó prácticamente incomunicados a sus 1.300 habitantes y a parte de sus visitantes.
La nevada, de la que no se recuerdan precedentes en el pueblo en los últimos 30 años, duró casi cuatro días y coincidió con el final del puente del día de Andalucía. Sus alojamientos rurales (una de sus principales fuentes de ingresos junto a la ganadería y la agricultura) se encontraban casi al 100%. Los 300 turistas que los ocupaban acogieron con alegría los primeros copos caídos en la tarde del sábado, pero según Maribel Barnés, propietaria del pequeño apartahotel Altas Vistas, ese optimismo infantil se tornó en preocupación cuando llegó la hora de volver a casa. "Ocho de los 20 huéspedes que teníamos decidieron prolongar su estancia hasta que escampara", explica Barnés. "Los más valientes decidieron tirar sin cadenas aunque la máquina quitanieve todavía no había pasado".
La mayoría de los que desafiaron a los elementos se encontraron con los primeros problemas a la salida del pueblo. A unos 200 metros de la plaza del Ayuntamiento en dirección a Granada, la carretera, que hace repecho, se encontraba helada y los coches perdían tracción. Mecina no tiene casa cuartel de la Guardia Civil ni policía local por lo que el propio alcalde, Manuel Martín (PA), y dos empleados municipales, se dedicaron a empujar los vehículos uno a uno para superar esa primera subida.
"Entre los tres ayudamos a salir a más de 30 coches", dice Martín que, desde el domingo, no ha parado de recibir llamadas en su móvil, su casa, el Ayuntamiento y su despacho en la caja de ahorros del pueblo, donde trabaja. "A muchos los acompañamos con una carretilla volquete para guiarlos hasta Cádiar , porque no conocían la carretera y tenían miedo", añade el alcalde.
Paco Mingorance, el alguacil del pueblo, recorrió todas las calles que pudo para abrir huella con una moto de cuatro ruedas y permitir así que los coches se movieran. Antonio, el peón, se subió al volquete para tratar de despejar los accesos al pueblo. Ambos actuaron bajo la coordinación del Martín que mediante el sistema de megafonía instalado en el pueblo (el sustituto del tradicional pregonero) pedía a los vecinos que los llamaran si necesitaban algo y les anunciaba que se suspendían las clases en la escuela y se cerraba el consultorio porque el médico no había podido llegar. La sal que se esparció por las calles la puso un empresario jamonero cediendo sus reservas para curar perniles.
"Muchos vecinos, en lugar de colaborar, se quejaron de que no habíamos limpiado sus calles, pero lo hacían calentitos en sus braseros", se queja el alguacil.
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